El presidente Alberto Fernández parece decidido a cambiar el curso de su gestión a base de declaraciones que, al menos hasta ahora, restan credibilidad y realismo a su administración. Días atrás celebró que las quejas que escucha ahora no son las mismas de una crisis que él da por terminada y que, en cambio, se relacionan más a un estado de bienestar de otras latitudes. Así las cosas, y según el mandatario, el enojo de los argentinos ahora es por tener que esperar dos horas para comer en algún restaurante.
Nadie en su entorno entendió que tal comentario era, cuanto menos, llamativo y causa de una reflexión. Mucho menos el propio mandatario que ayer se despachó con un tecnicismo irreverente para los tiempos que corren. Dijo que “Argentina creció más del 16%” y que eso “nos convierte en el segundo país del mundo que más ha crecido en los dos últimos años”. “Sólo China nos supera en crecimiento económico”, alegó Fernández.
En rigor y de acuerdo a los informes del Banco Mundial en Argentina, la actividad económica argentina creció un 10,4% del PBI (producto bruto interno) en 2021 y un 5,2% en 2022, lo que daría un total de 15,6%, una cifra cercana a la mencionada por el Presidente.
Pero soltarla sin contexto es peligroso. La misma entidad bancaria internacional aclara que “el déficit fiscal sigue siendo alto y la emisión monetaria para financiar dicho déficit contribuyó a acelerar la tasa de inflación, que a agosto de 2022 se encontraba en 71% anual”.
La verdad que contextualiza el comentario presidencial es que Argentina no recortó siquiera un cuarto de todo el terreno perdido desde el inicio de la pandemia. Hablar de crecimiento es prematuro.