Reinaldo Kirschner tiene 80 años y lo primero que le dijo ayer al Tribunal fue “vengo a aportar todo lo que sé sobre el caso de mi hermano y mi cuñada”. Acto seguido, prestó declaración durante varias horas. Por momentos se quebró en llantos y en otras ocasiones mostró una gran entereza.
Su testimonio fue uno de los más duros de escuchar en lo que va del juicio a Alejandro Daniel Kirschner (26), imputado de matar a tiros a sus padres, Hilario Kirschner (61) y Mirta Sachser (54) entre la noche del sábado 21 y madrugada del domingo 22 de septiembre de 2019 en Comandante Andresito.
Este hombre, tío del acusado ya que su hermano era Hilario, fue el segundo testigo en comparecer de siete que lo hicieron hasta ahora, en el marco de la segunda jornada de debate que tiene lugar en Eldorado.
En su declaración complicó la situación del joven que está en el banquillo, quien es su sobrino. Corroboró que existían conflictos familiares entre Alejandro y sus padres, pero más aún, aportó datos que hasta el momento estaban guardados en sus fueros más íntimos, ya que eran confesiones de su hermano hacia él, cuestiones que nunca deberían haber salido a la luz por códigos familiares, pero que las decidió develar ayer por las circunstancias, en memoria de su hermano y cuñada y por que a su criterio, “le pueden servir a la Justicia para llegar a la verdad”.
“No derramó una lágrima”
Reinaldo Kirschner, era la persona de mayor confianza para Hilario, el hermano mayor que aconseja y presta oídos en las buenas y en las malas.
“Mi hermano no temía por su vida, temía por la de su esposa. Hubo muchos episodios de violencia, al menos dos fueron los que me enteré. También amenazas. La peor y que me contó mi hermano fue una vez en la que su hijo le dijo ‘si no te mato yo, otro lo va a hacer, viejo de mierda’”, recordó, y agregó “durante el velorio de mi hermano y su esposa él (por el acusado) no derramó ni una lágrima, estuvo afuera del salón con una chica y no se acercó a los ataúdes”.
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Consultado respecto a si fue testigo de algún hecho en particular de violencia del imputado respecto a sus progenitores, Reinaldo contestó que no, pero que su hermano una vez lo llevó a una picada, le dijo “vamos a caminar” y allí aprovechó que estaban solos y le confesó que “una vez su hijo le pegó una piña en el pecho y cayó sobre unas leñas. Mi hermano pensó que le quebró algunas costillas. Otra vez vi con el brazo vendado a mi sobrino y al preguntarle que le pasó me dijo que cayó en un pozo. No era cierto, luego me enteré por mi cuñada que le arrojó una trompada a mi hermano y cuando éste se zafó, mi sobrino impactó los puños contra una pared. Todo esto tenía que ver con que el hijo les exigía a ellos dinero y el automóvil. Además, le faltaban cosas, como ser teléfonos celulares o el rifle, y que según creían ellos fueron empeñados por mi sobrino para obtener dinero”.
“Mi hermano ya no sabía qué hacer por la violencia de su hijo y por el hábito de consumo de sustancias que tenía. Por vergüenza no pidió ayuda a alguien en el pueblo, o a las fuerzas de seguridad. Mi hermano era muy correcto, incluso ya muerto estuve averiguando si quedó con alguna deuda así la pagaba yo, pero nada, tenía sus cuentas al día”, recordó.
“El que sigue es él”
Reinaldo señaló que en el velorio de las víctimas se sintió amenazado cuando alguien susurró “el que sigue es él”, en referencia a que él “podría saber mucho”, ya que no era un secreto familiar que su hermano era su confidente.
Nunca pudo identificar a quien dijo esa frase. En una de las últimas conversaciones que tuve con mi hermano me dijo “si ves papeles o documentos de la chacra o de vehículos firmados por mí lo primero que tenés que hacer es desconfiar”, en clara alusión a que su hijo podría ser capaz de cualquier cosa por bienes materiales.