Trabajar la caña para crear elementos que ayuden al traslado de comestibles u otras piezas de la vida cotidiana es un arte milenario. Los registros de mayor antigüedad, datados mediante carbono radiactivo, son de hace unos 10 mil años y fueron descubiertos en El-Fayum, alto Egipto.
Esa modalidad recorrió el mundo y acá en la capital misionera tenemos a una experta tejedora que es María Ana Surniak, paraguaya de nacimiento y radicada en esta provincia, que considera su tierra. PRIMERA EDICIÓN la visitó en su casa-taller donde pudimos profundizar sobre este oficio en el que María Ana lleva ya 44 años.
Hoy, considerada como una emprendedora más del Mercado Concentrador de Posadas, recuerda que le enseñó a tejer su suegro “cuando vivíamos en Encarnación; él y su esposa hacían canastos, él hacía unos muy grandes para panadería, eran los únicos que trajeron la técnica hasta esta zona desde Itá, cerca de Asunción”.
Un buen día, el hombre cestero le dijo: “Yo te voy a enseñar a hacer porque vos sos guapa y vas a poder hacer”, depositando gran confianza en su nuera. Muy jovencita ella, ya era madre de tres chicos, se casó a los 16 años y tuvo más hijos hasta completar los cinco, pasarían 14 años hasta que llegara una nena más como de ‘regalo’.
A Posadas la trajo su mamá, una mujer de origen húngaro, de allí su apellido y su papá paraguayo, “bien morocho era él”, lo recuerda también con cariño su hija de piel blanca como la madre.
Diez horas de labor diaria
Sin hacerle mella a nada, María Ana corta la tacuara, “yo trabajo solo con caña de Castilla y ya no hay”, ya sentada en un estratégico lugar de su casa, rodeada de un colchón de virutas, “estoy haciendo un tratamiento para las rodillas”, comenta quien se pasa hasta diez horas sentada manejando las herramientas y tejiendo canastos, apurando el trabajo porque tiene muchos pedidos.
“Ahora quieren canastitas con el mango alto, ya para usarlas en Pascuas con los huevitos. Tengo que preparar 20 por ahora, voy haciendo las que puedo” para llevarlas al Mercado Concentrador los martes y sábados, días en que presenta sus creaciones.
En su casa, rodeada de plantas y hierbas medicinales, afuera teje y si llueve “meto todo a mi pieza para que no se moje y ahí trabajo”.
Mientras teje se mueve, transpira, se seca el sudor con un trapito y sigue, tiene las manos calientes de tanto moverlas.
Alta demanda
En los tiempos del regreso al origen, de la reivindicación de lo que natura nos da, los canastos de María Ana se venden como chipa caliente, “tus canastos María sí que caminan”, le dicen al verla los chiperos.
“Ellos son mis clientes de siempre, antes compraban los que traían de Paraguay, pero ahora ya ni traen, todos me piden a mí”, algunos le piden que repare sus deteriorados canastos, algo que “a veces se puede, pero si lo cortan ya no puedo hacer nada”.
Ella sigue guapa como la definía su suegro, aunque confiesa que ya no tanto como antes cuando hacía cinco canastos grandes por día, “hoy con suerte hago cinco de los chicos, ya quería dejar, pero en el Mercado me dicen que no deje, que tengo que seguir y sigo, porque me gusta”.
Cuando era más joven, viviendo en Villa Cabello seguía haciendo canastos pero se ganaba la vida trabajando en casas de familia, “no se vendían tanto pero yo hacía igual y salía a vender por la calle. Mucho tiempo fui a La Placita los sábados, tenía mis clientes”.
Vivió 14 años con sus suegros hasta que fallecieron y regresó a Posadas, su esposo era un gran cestero “si no fuera por el alcohol…”, se lamentó al recordar su fallecimiento siendo joven, y se la sintió como emocionada.
Con 62 años bien llevados, su día comienza tempranito, a las 4.30 se despierta para iniciar la jornada. “Ahora estuve un mes en Buenos Aires con mis hermanos y no trabajé, descansé, pero apenas llegué y ya corté mis tacuaras”, para retomar ese momento de paz, de tranquilidad, que solo la cestería le da.
Se lamenta porque no hay materia prima, apenas las tacuaras que tiene plantadas en su patio y las que busca “detrás del Hospital Baliña”, son las últimas en su especie.
¿Se extinguirá?
Ana tiene seis hijos, tres varones y tres mujeres, uno de los varones que está en Buenos Aires aprendió, pero no tiene tiempo para dedicarle a esa labor. “Y eso que allá sí hay mucha caña”, cuando viajaba no paraba de hacer canastos, pero “ya no hago más allá”.
De sus 11 nietos y tres bisnietos, ella espera que alguno aprenda, “es que no puedo enseñar a nadie porque no tengo material, si alguien quiere aprender que traiga sus tacuaras y le enseño porque las que yo tengo apenas me dan para mis pedidos”.
Sacar su primer canasto, día que recuerda como si fuera hoy, le costó cuatro años de pruebas y errores, limpiar la caña, cortar las tiras hasta que salgan todas bien parejitas, “sin que se rompan, y si se rompen ya no sirven”.
Respecto las medidas “no uso centímetro ni metro, mido con mi mano. No sé cuánto mide si no es con mis dedos y mi brazo, así es la medida un poco más o menos según el tamaño del cesto”.
Para crear la base de un canasto usa su pie derecho, muy rapidito se descalza, mide, sostiene y va uniendo las piezas que ya tenía preparadas.
Verla trabajar en este arte, es trasladarse al inicio de nuestras raíces, recibiendo la información a través de las generaciones, pensando en los pueblos originarios, los guaraníes, que tejen sus canastos con estilo propio y material diferente, pero dando forma a un recipiente que servirá para la ropa, como frutero, panera, chipera, y también como adorno de las casas, en las fiestas y ceremonias que nos devuelven parte de nuestra historia.
Respecto a la extinción no será tal porque la técnica perdurará a través de los tiempos, pero la caña de Castilla no seguirá siendo el material utilizado si es que no se piensa en un plan para plantarla y así tener un oasis, un gran “manantial” de canastos.
Mientras tanto, con apenas las cañas del patio de su casa y las pocas que aún quedan en el futuro Parque de la Salud Mental, María Ana continúa tomando pedidos de sus fieles clientes y los nuevos que quedan encantados con sus artesanías exhibidas y vendidas por la propia Ana en su puesto en el Mercado Concentrador.