Por Leonardo Villafañe (*)
A modo de spoiler lo afirmamos: la mejor decisión ambiental es la que se toma antes en el tiempo.
Esto puede llevarnos a pensar entonces que la peor decisión ambiental es la que se da después, ¿no?
Bueno, puede que algunas veces sea así; pero generalmente la peor decisión es la que no se toma, la que no se asume.
Un paradigma es un modelo de decisión que orienta las mismas antes de que sean desarrolladas. Es decir que constituyen un principio organizativo del pensamiento y de la acción. Un paradigma es una verdad que rige un tiempo como norte, como estrella que guía a las leyes y las acciones.
En la cuestión ambiental la anticipación del daño (la prevención y precaución) es el objetivo de máxima de su paradigma.
Existe un nuevo orden mundial global donde es inadmisible plantear modelos de desarrollo sin contemplar la perspectiva ambiental, exigiendo en su caso, como dijimos, ya desde la hipótesis de acción, un modelo de sustentabilidad con el respeto irrestricto por la vida, la salud y el ambiente, tanto de las generaciones presentes como de las futuras.
Los daños ambientales son por definición enormes, masivos, graves, irreversibles en sus consecuencias, transgeneracionales, etc. Esta peculiaridad lo torna muy relevante pues afecta tanto a la esfera colectiva como a la individual. El hombre que no es consciente de su responsabilidad ambiental termina dañando a los demás, a él mismo y a las generaciones futuras. Así de dramática es la cuestión.
Evitar el desastre ecológico masivo implica eliminar gradualmente los factores que aportan a la degradación y sobre todo se trata de gestionar los riesgos.
Hay dos niveles de riesgos: los conocidos y los desconocidos. Hacemos referencia a los desconocidos cuando hablamos de situaciones donde existe incertidumbre científica o hay ausencia de información respecto de los efectos de su utilización o consumo. Es el caso de -por ejemplo- algunos fertilizantes, productos genéticamente modificados, tecnologías con radiaciones ionizantes, etc. En estos casos siempre habrá margen para el debate y la discusión científica, ética y jurídica.
Sobre las conductas, productos y tecnologías con riesgos de daño conocido debemos ser más severos: la manipulación y la ejecución de actividades con alto nivel de peligrosidad ambiental deben ser rigurosamente controladas y cuidadas.
En este momento histórico surge la imperiosa necesidad de que los hombres se comporten de manera tal que no continúen, mediante actitudes temerarias o escondidas bajo una excusa de orden económico, con el menoscabo ambiental y de sus recursos cada vez más escasos y en peligro de extinción definitiva.
Este comportamiento, querido o deseado y su concreción, es tarea específica del derecho; pues si bien ahora tiene un nuevo papel que incluye otras áreas como la educación, mantiene su rol de imponer a través de normas obligatorias, determinados comportamientos o conductas. No podemos seguir esperando que voluntariamente los hombres decidan o se convenzan en controlar la degradación planetaria, hay que actuar.
Los daños ambientales suelen generarse en cadena donde cada causa provoca un efecto que a la vez es otra causa. Por ejemplo el caso de los incendios forestales que comienzan con un descuido o el mal manejo de una actividad vinculada con el fuego. Eso termina por dañar el bosque al que le lleva mucho tiempo recuperarse. En ese tiempo ante la falta de ese bosque se lavó el suelo, el agua no filtra, provoca inundaciones que impactan en otros lugares. También la falta de bosque aporta a la desertificación y al régimen de lluvias por lo que provoca sequías que afectan a la producción y que terminan por generar escasez de alimentos, encarecimiento de productos, impactan en exportaciones, etc.
En el caso de los incendios forestales la determinación de la causa es más evidente, pues en un porcentaje casi absoluto los mismos se inician por el hombre a partir del mal uso del fuego o de un elemento que pueda generarlo. Esa causa desata una serie de innumerables efectos.
La mejor decisión para evitar incendios es no utilizar el fuego en épocas donde el índice de peligro de incendio va de alto a extremo, eliminar los elementos que puedan causarlo y tomar las previsiones del caso. La mejor decisión es la que se toma antes.
La que le sigue en eficacia es la que se toma después: determinando responsabilidades, estableciendo sanciones de todo tipo a fin de disuadir a quienes se comportan de manera indiferente y hasta desaprensivamente.
Pero la peor de todas las decisiones ambientales es la que no se toma: apagar los incendios, gastar múltiples recursos poniendo en peligro la vida de bomberos, de voluntarios, vecinos, especies animales y vegetales de todo tipo y que luego de ello, no se haga nada. Esto es lo peor. El camino que el derecho debe señalar, el rumbo a tomar demostrando su fuerza pedagógica es a través de su aplicación plena. Deben tomarse las decisiones correctas para demostrar que la sociedad ya no tolera más daños ambientales.
En resumen
Precauciones para evitar incendios
• No utilizar el fuego en épocas de peligro de incendio
• Eliminar elementos que puedan causarlo
• Tomar las previsiones del caso
Daños ambientales
• se lava el suelo
• el agua no filtra
• inundaciones
• desertificación
• cambio en el régimen de lluvias
• afectación a la biodiversidad de plantas y animales
(*) Leonardo Villafañe es Doctor en Derecho (UCSF)
Máster en Administración de Justicia (U. Sapienza de Roma)
Profesor de Derecho Ambiental (UCSF – UBA)
Secretario Consejo de la Magistratura de Misiones.
Coordinador de Expoterra Misiones.
Abogado CAM Matr. 1892
leodievil2@gmail.com