A todos nos gusta sentir que somos queridos, valorados, y tenidos en cuenta, pero hay una realidad: no podemos gustarle a todo el mundo; y si lo pensamos un poco, está bien que así sea.
Las buenas relaciones, las que alimentan el alma, fluyen naturalmente, parten de la confianza en el otro y del valor que le damos al otro por todo lo que es.
En cambio, aquellas relaciones donde abundan los malos entendidos, donde resulta difícil la comunicación, solo siguen por la fuerza que pone alguno de ellos para que así sea, pero de ningún modo es una relación positiva de ida y vuelta.
Entender que no es algo que estemos haciendo mal, o que no estemos haciendo, es solo que “esta tapa no es de esta olla”; esto nos ahorraría mucho tiempo, esfuerzo, energía; la cual podríamos volcarlas en aquellas personas con las que con solo mirarnos sabemos lo que sentimos y pensamos, y si no lo sabemos, tenemos la plena confianza de preguntarles en forma directa.
Darnos el valor que tenemos es ver nuestra luz, única e irrepetible en el mundo, y tener la certeza de que las personas que están en nuestra misma sintonía la verán, así como nosotros también veremos su luz.
Es ser auténticos en todo momento, en todo lugar, ante cualquier persona, ser nosotros mismos, y sentir la magia de coincidir siendo tal cual somos, con personas que tengamos afinidad, sin sentirnos mal por aquellas a las cuales no les gustamos.
El otro día leí una frase en Internet, no recuerdo bien, decía algo así como: “Si no es de tu medida, no calza, y eso aplica a ropa, zapatos, pareja y amistades”.
Cuando no somos valorados, en vez de quedarnos e intentar distintas formas de ser queridos, lo mejor es alejarnos. Irnos en paz con nosotros y con la otra persona, no es algo que este mal en nosotros, simplemente no estamos en la misma sintonía.
Darnos el valor a nosotros tiene también una doble cara, y es ver el valor el otro. Por tanto, es dejar de querer cambiar a las personas, o amoldarlas a nuestro gusto.
Darnos el valor es tener la valentía de ser auténticos sin máscaras, íntegros para que nuestra personalidad se despliegue libremente. Es aceptar que no les gustaremos a todos y eso está bien, y es tener el valor de elegir con quien queremos compartir, sin buscar cambiar a nadie.
Darnos el valor es entender que no somos la segunda opción de nadie y que dentro nuestro tenemos una luz única, brillante, para compartirla con quien pueda ser capaz de verla y valorarla.