La de la docente Merlisa Gabriela Knass (34) es una historia emotiva, de superación, de oportunidades, y que, como ella misma lo dice, “no tiene límites”. Merlisa es profesora en educación inicial, egresada en 2015, desde las aulas del Instituto Superior Antonio Ruiz de Montoya, de Posadas, y ejerce desde 2016.
Padece el trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), y su pequeño hijo tiene autismo, por lo que, asegura, sus días “no suelen ser nada fáciles”.
En plena pandemia, comenzó a tomar clases de kickboxing, lo que, de alguna manera, sirvió para canalizar sus emociones. Corajuda como es, al poco tiempo se animó a subir al ring y a medirse con su rival, con muy buenos resultados. Pero todas esas cuestiones se quedan dentro del cuadrilátero y del espacio de ensayo.
“Soy maestra jardinera porque es lo que siempre quise, desde niña. Trabajé con chicos desde siempre porque siendo adolescente daba clases en la Iglesia Luterana de la que participaba como maestra de la Escuela Bíblica. Desde temprana edad, fui la que pedí para hacerme cargo de un grupo de alumnos, mucho antes de iniciar la carrera”, comentó.
Estudió en el Instituto Montoya, y ejerce desde 2016. Primeramente, “arranqué con una suplencia, luego accedí a un cargo en el que soy interina, fundadora, desde hace seis años. Si bien mi cargo se encuentra en El Soberbio, por motivos de salud de mi hijo -tiene autismo, y su diagnóstico es trastorno del desarrollo-, cada año yo pido una reubicación provisoria, por lo tanto, durante este año estoy trabajando en el NENI N° 2107 de San Vicente, en una sala de 4 y 5 años”, explicó.
La joven práctica kickboxing, un deporte que, a diferencia del boxeo, combina puños y patadas. Es alumna del profesor Elías Leites (Cinturón Negro 2° Dan), que desarrolla sus clases en el polideportivo municipal de San Vicente. “Comencé a tomar clases en el 2020, cuando él había armado un grupo en un gimnasio, y ahí practicamos con un grupo de chicas. Una de las que empezó a practicar ese deporte era mi amiga. Anteriormente habíamos hecho jiu-jitsu. Luego de la invitación del profesor Leites nos quedamos solamente con kickboxing. La idea de arrancar con ese deporte fue porque desde niña quería hacer artes marciales, pero digamos que en los años 90 era un poco difícil que una chica incursione en ese tema. Sobre todo, mi madre, se oponía a esto, decía que era como cosas de chicos, y no me dejó practicar karate como me hubiera gustado”, contó.
Así que ahora fue como saldar una deuda pendiente. Y no solo eso. “Para mí fue mejorar mi calidad de vida, como dije tengo TDH o déficit de atención, por lo que a mí el kickboxing me brinda múltiples beneficios, me ayuda a canalizar, me ayuda a mejorar la concentración, me ayuda mucho en el autocontrol y es una hermosa actividad con la que disfruto y mucho”, aseguró.
Si bien comenzó en el 2020, por motivos personales tuvo que alejarse de la práctica, hasta volver a fines de 2021. “Lo fui retomando despacio, y para el año 2022 me puse un poquito más las pilas y me animé a hacer mi primera pelea. Fue el 7 de mayo del año pasado. Mi rival fue Mirtha, una chica que es de El Soberbio, y la pelea fue en esa localidad fronteriza. Participamos de un campeonato que se llama ‘La batalla de la frontera’. Si bien es a nivel local, esa fue mi primera pelea, donde obtuve el segundo puesto. La segunda pelea que tuve también fue en la segunda edición de ‘La batalla de la Frontera’, que fue este año, donde salimos empatadas”, narró.
En la primera ocasión, habían empatado, “luego hicimos un round más y ella me ganó. En esta segunda pelea salimos empatadas. Es también una rival un poco complicada. Ella es más pesada, entonces es como que hice mi mejor esfuerzo. Es como una pelea de peso libre porque no hay muchas chicas que se animen a hacer esto, entonces es difícil conseguir rival para subirse al ring. Creo que de la región somos solo nosotras las que hacemos esto. Ojalá se sumen más chicas. Son experiencias que ayudan a aprender. Trato de prepararme cada día mejor para que la tercera pelea se me dé y pueda ganar. Lo hago simplemente por el disfrute, no por dinero. Es como un hobbie”, manifestó.
Mamá, maestra y boxeadora
Sobre cómo ejerce su rol de madre, además del entrenamiento y su tarea como docente, Knass sostuvo que a veces “se torna un poco complicado, pero es cuestión de organizarse. Trabajo por la tarde, y por la noche entrenamos. Me resulta fácil ir a entrenar porque el grupo en el que estoy es muy inclusivo. Si no tengo con quién dejar mi hijo, el profesor no tiene problemas, y puedo llevarlo junto. Entonces va conmigo y entre todos lo cuidamos y mientras entrenamos, él está ahí, cerca, y tiene su actividad. A veces juega con el celular mientras yo hago mis ejercicios, y si necesita algo, siempre se lo atiende, entonces eso ayuda un montón. Desde que comencé a entrenar siempre voy con mi hijo Leonardo, es mi compañero, nunca lo dejo solo”.
De esa manera se hace más fácil. Su hijo también la acompaña a las peleas. “Fue conmigo, me apoyó y se puso contento cuando logré el empate. Si bien no gané, fue un gran logro porque no resulta fácil a mi edad subirse a un ring. No cualquiera lo hace. Para mí fue un gran triunfo haber tenido las agallas de subir al ring, y dar todo de mí. Y es parte de ir aprendiendo”, celebró.
En el grupo “siempre decimos que somos como una familia dentro del kickboxing. Tanto el profe como mis compañeros, siempre están para darme una mano, cuando quizás me cuesta concentrarme o me cuesta aprender las técnicas, me explican una y otra vez. Tienen mucha paciencia. Entonces, realmente es, como siempre digo, mi lugar seguro, el lugar donde me voy a relajar, donde me voy a sacar el estrés del día. Es algo que me ayuda un montón tanto para mantener físicamente como también mentalmente”.
Señaló que el resto de la familia no opina sobre el tema. “Lo hago sola, con la compañía de mi hijo, que es el que me apoya y está siempre a mi lado. Leonardo se siente súper cómodo en el gimnasio. Cuando no tengo ganas de entrenar, me recuerda que es hora de hacerlo, porque tiene grabados los días y las horas. Cuando fuimos a alguna pelea y yo no subí, me preguntaba, mamá ¿y cuando te subís vos? El día de la pelea, se puso ansioso, no veía la hora que me toque a mí. Está feliz. También yo, porque cuando bajaba del ring, sabía que él estaba ahí para esperarme, sacarse fotos, y mostrarse feliz porque su mamá bajó con el trofeo”, expresó.
Al referirse a las sensaciones, aseguró que “comienzan a surgir desde que se pacta la pelea. Primero es tener un gran sentido de responsabilidad, es saber que hay que ponerse las pilas, es como un gran incentivo para empezar a entrenar a full. Ponerle ganas. De eso se trata. Realmente es una emoción muy linda, saber que tenés una meta, y una se sube con las ganas de dar lo mejor. A veces tengo un poquito de miedo, pero es como una adrenalina pura. A medida que se va acercando el día de la pelea y saber que soy capaz de subir ahí, te aumenta la autoestima, te da mucha confianza en vos misma, es saber que una no está sola porque somos un gran equipo”.
“Siempre decimos que nosotros somos como una familia dentro del kickboxing. Tanto el profe como mis compañeros, siempre están para darme una mano, cuando quizás me cuesta concentrarme o me cuesta aprender las técnicas, me explican una y otra vez. Tienen mucha paciencia. Entonces, realmente es, como siempre digo, mi lugar seguro, el lugar donde me voy a relajar, donde me voy a sacar el estrés del día”.
Pertenece a la Escuela “Guerrero Cobra”, que se encuentra dentro de la Federación Nacional de Kickboxing, que, más allá de tener sentido competitivo, de preparar solamente para competir, “tiene por propósito generar un grupo con valores. Entre esos valores está el compañerismo, el apoyarse el uno al otro, el tratar de tener una actividad donde podamos despejarnos y nos aleje de sustancias nocivas como el alcohol, la droga, el cigarrillo. Un entrenamiento así, antes de un ring, te quita las ganas de tomar una copa de alcohol, porque sabes que, por esa copa, te va a costar rendir en el entrenamiento. Acercándose a la pelea se vive emoción, es adrenalina pura, es enfocarse en no tener miedo, es tener a un compañero que es más experimentado que uno, hablándote, dándote ánimos, ayudándote a plantear las estrategias”, describió.
Actitudes que no tienen precio
Según Knass, la vida no es fácil. “Y no es fácil ser madre sola, llevarla sola, tener a mi hijo con autismo, yo con TDAH, a veces las batallas son muchas, pero cuando hago esto, es mi cable tierra. Decimos que muchas veces cuando nos ponemos los guantes es cuando menos enojados estamos. Es descargar todas las emociones ahí, renovarte de energía positiva, para mí es eso. Me gustan otros deportes, puedo sentarme a mirar fútbol, pero en ese otro deporte no voy a ser la protagonista. En el ring yo soy la protagonista. Y quienes están ahí abajo, alentándome, son seres queridos, amigos, son como mi familia. Y están ahí todo el tiempo, en la preparación para la pelea, en las estrategias, el estar en la esquina, el alentarme, terminar la pelea, abrazarme con mi esquinero y decir: dimos lo mejor. Eso es muy gratificante”, compartió. Además, “no es solo el deporte. Es la escuela “Guerrero Cobra”, en sí. Tener ese espacio, un lugar adonde hacer alguna actividad física para mí que tengo TDAH es muy importante. Hasta, quizás, implique la reducción de una medicación, reemplazarla o bajarla a mínimas dosis”.
“La idea es cambiar vidas, así como la mía, de muchas personas, sobre todo jóvenes, inculcando disciplina, respeto, solidaridad, autocontrol, una vida lejos de los vicios y de la calle. Reunimos los fondos mediante la venta de bonos colaboración, venta de empanadas o realización de eventos. Con eso, equipamos el gimnasio, y prestamos elementos necesarios para entrenar para quien no puede comprarlos”.
Además, y lo que no tiene precio es que “voy a entrenar con mi hijo, que se siente cómodo porque puede jugar, correr, gritar, y la clase sigue como si nada porque saben que tiene autismo y no tengo con quien dejarlo. Ese apoyo que recibo es enorme. Además de la paciencia que tienen para enseñarme, aquel instructor que se toma un tiempo extra para explicarme las técnicas en las que me costaba concentrarme durante la clase, las preparaciones extras, la búsqueda de una contrincante que esté más o menos al mismo nivel. Darme la oportunidad de poder entrenar, es lo mejor que me puede pasar”, insistió.
A una de las cosas que quisiera llegar “es a rendir mis cinturones, que por cuestiones económicas no logro hacer. Me gustaría ser instructora, y llegar hasta donde pueda llegar”, señaló.
Es consciente de que a su edad es un poco complicado llegar a ser profesional, pero “me gustaría llegar a las peleas semiprofesionales. No tengo un tope, simplemente dejo fluir y que me lleve hasta donde pueda. Voy a hacer hasta que el cuerpo resista, hasta que me den las energías. Hasta que pueda seguir haciéndolo. En ese lapso voy a tratar de conseguir todo lo que pueda. Para mí el cielo es mi límite. Sé que puedo llegar bastante lejos porque así también es como me enseñan, no importa la edad. Si uno se propone y realmente quiere, llega. Entonces, es hasta donde las oportunidades que me de la vida las voy a tomar”.
De a poco, va armando su vida
Knass es titular en un cargo en un NENI de la localidad de El Soberbio. En sus comienzos como docente le tocaba caminar ya que su lugar de trabajo quedaba a 12 kilómetros de la zona urbana de El Soberbio. “Cuando arranqué en ese cargo viajaba de San Vicente hasta El Soberbio, y tenía que esperar al director, que me acercara a la escuela. Después tenía que salir caminando a lo largo de 7 kilómetros por tierra y completaba 12 kilómetros hasta el pueblo, porque no tenía servicio de colectivo. Hasta hoy no hay un servicio de transporte que me lleve de la ruta hasta la escuela”, recordó.
El kickboxing es un grupo de deportes de combate de pie y una forma de boxeo, basados en patadas y puños. El combate se desarrolla en un ring de boxeo, con guantes de boxeo, protectores bucales, pantalones cortos y pies descalzos para favorecer las patadas.
Añadió que “tengo toda esa historia que es común entre las maestras rurales que pasamos casi todo el día en la escuela cuando tenemos un cargo. Así estuve hasta la llegada de la pandemia. En 2021, empecé a pedir los traslados provisorios porque necesitaba sacar a mi hijo de El Soberbio porque no tenía integración y, sobre todo, porque no hay centro de salud mental. Lo traje a San Vicente donde es atendido en un Centro de Rehabilitación desde hace tres años. Además de eso, tiene otros profesionales fuera del centro, al igual que yo. Acá vamos armando nuestra vida, construimos una pequeña casita detrás de la casa de mi papá. Algún día ojalá pueda tener la casa propia. Así es mi vida. Así es mi día a día”.