Si bien María del Pilar “Lilita” Ricci (81) era de niña una lectora consuetudinaria, no tenía en sus planes introducirse en el mágico mundo de la Bibliotecología. Por la mañana, trabajaba como secretaria en la Secretaría de Comunicaciones (correo), donde percibía un buen sueldo, y sus días transcurrían sin sobresaltos. En el año 1965, el decano de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Noreste (UNNE), ingeniero Félix Tabia, posibilitó la realización de un curso intensivo de introducción a la bibliotecología, de un mes de duración. Fue el primero en su tipo que se hizo en Misiones, y fue dictado por el profesor Ítalo Juan Luis Mettini, que era el Director General de las Bibliotecas de Resistencia, Chaco, y el director de la biblioteca central de la Universidad. Ricci había asistido de casualidad, porque su amiga, Diana Vivero, pidió que la acompañara. “Ella vivía en Paraguay y como no quería seguir estudiando, su papá le dijo ¿por qué no vas a hacer un curso de Bibliotecología?, del que vi una propaganda, y te vas a lo de Lilita”, que se había casado hacía poco tiempo, y estaba embarazada de su hija, Karina Vieira.
Ricci había hablado con el Jefe de Distrito, un hombre de apellido Portela, y le comentó que quería formar una biblioteca infantil para la guardería de los empleados del correo. Pero, en realidad, “era un versito para que me diera permiso. Pero después me había entusiasmado con la idea, e inclusive había hablado con representantes del gremio del correo. Yo trabajaba de lunes a viernes, y Portela me dijo, bueno, vaya, pero todos los sábados tendrá que venir a devolver esas horas. Y yo acepté”, manifestó.
Llegó el momento de rendir, y “yo me preguntaba ¿para qué me metí en esto? Entendí que era el destino. Era lindo, estaba bueno. Terminé el curso, la tuve a mi hija, y estaba en casa de mis padres porque después de la cesárea había quedado muy mal. Justo empezaba a mejorar, cuando se acercó mi papá para decirme: te busca un señor con portafolio, seguro vino a vender libros. Es que a mí me gustaban los libros, y era socia del Círculo Literario, que te mandaba dos libros por mes. Primero me los compraba papá porque me encantaba leer. Además, no había otra cosa, la radio no me atraía. Papá me hizo socia, y cuando empecé a trabajar, seguí asociada y me mandaban dos libros clásicos por mes. Respondí que no podía comprar porque tenía muchos gastos a raíz del nacimiento de mi hija. Pero él sugirió: ‘arreglate vos con el señor’”.
Cuando atiende al visitante, éste se presentó como el decano en la Facultad de Ingeniería Química, el Dr. Leuman. “Vengo a ver si puede ir a organizar la biblioteca de la Facultad. No se preocupe, será cuando se sienta bien, dentro de quince días o un mes, la espero. Es que tengo buenos antecedentes suyos porque vi el examen del curso. Y la verdad es que no me había ocupado de la nota, porque no era mi objetivo en ese momento. Por esos días, el médico me recomendó que hiciera un viaje, por lo traumático, estresante, del parto. Creía que en septiembre estaría de regreso, por lo que Leuman sugirió que me presentara así podía empezar a trabajar en octubre. Lo único que le quiero decir, subrayó, es que no va a tener un sueldo muy alto, a lo que manifesté que no importaba”, rememoró la profesora.
Al regresar del viaje, fue a entrevistarse con el decano, y se llevó una gran sorpresa. Le ofreció un sueldo de 220 mil pesos cuando los bancarios y los trabajadores del correo “tenían unos sueldos altísimos en relación a los demás y rondaban entre los 150 y 180 mil pesos. Menos mal que no le dije no de entrada”, pensó para sus adentros, quien llevaba cinco años de tareas en el correo, y fue contratada con cargo docente en horas de la tarde.
Sostuvo que a los archivos y bibliotecas “nadie les daba bolilla. La que no servía, la que no hablaba, la muda, la sorda, se iba a archivo y, a veces, también a la biblioteca, como una actividad pasiva”.
Admitió que en los 42 años de servicio “nunca fui a trabajar a una biblioteca que estuviera organizada. No me pasó nunca. Las bibliotecas no tenían inventario, las bibliotecas no tenían clasificación. La biblioteca es un sistema. Si no haces una cosa, no podés hacer la otra. No sé cómo se manejaban realmente. No había personas idóneas. Cuando empiezo a trabajar en la facultad me encuentro con un lío bárbaro”.
“Veo cómo me arreglo”
Para rendir el curso intensivo que hicieron con el profesor Mettini, los participantes tenían que hacer un trabajo práctico y defenderlo, como una tesina. “Yo hice sobre la biblioteca infantil, que era lo que tenía en mi cabeza. Pero de ahí, a que venga a convocarme el decano de una facultad, me asustó. Pero el sueldo era muy interesante, entonces tampoco era tan pavota. Dije, voy a entrar y después veo cómo me arreglo. Había libros por los laboratorios, en el decanato, en contaduría, por todos lados. También había muchos prestados, y Leuman me dijo, vamos a juntarlos a todos”, señaló. Fue así que primero se ocupó de encarar una campaña para recuperar todos los libros que salieron en calidad de préstamo y poder hacer el inventario de biblioteca. “Los libros tenían un número, pero correspondían al de Patrimonio de la Facultad. Había un Departamento de Patrimonio que, al comprar una silla, le ponía un número, compraba una mesa, seguía numéricamente. Entonces los libros no tenían un inventario correlativo. Fue así que tuve que empezar desde el inventario, y seguir con el resto”, acotó.
Como se trataba de una biblioteca especializada, tenía que estar muy bien organizada “para que pudiéramos servir realmente bien. Porque para pasar el libro nomás, porque te dicen el autor, el título, quizás no se necesite mucho estudio, pero para que la biblioteca funcione como tiene que funcionar tiene otras cosas que en ese momento no imaginábamos”.
Empezó a buscar libros sobre bibliotecología en Posadas, y no había nada. Pidió a su prima de Buenos Aires, tampoco había. Entonces, dijo al decano: “hice un curso y acá no tengo tablas de clasificación. Tenía una de apenas 10 hojas, y se terminó, y las de Química eran una especialidad que de ninguna manera podíamos clasificar con eso, si realmente queríamos clasificar bien. Ellos tenían un material de referencia relativamente lindo, bueno, que servía y tenían revistas. Pero convengamos que, como recién comenzaba la facultad, había una buena colección, pero no actualizada. Cuando le dije al doctor que no sabía qué iba a hacer, que no iba a clasificar los libros porque no tenía las tablas, no las conseguía, me puso como ayudante al ingeniero Ulises “Luli” Colombo, y me dijo que iba a hablar con Mettini”, que era el director general central, con sede en Resistencia.
En el año 2004, con 42 años de servicio, se jubiló en la Cámara Federal de Apelaciones de Posadas, con el cargo de prosecretaria administrativa. La función era la de bibliotecaria o directora de biblioteca.
Mettini le respondió que Ricci “tenía razón” y aconsejaba “que me fuera a Chaco. Mi hija era chiquita –tenía cinco o seis meses-, pero, así y todo, viajé porque estaba muy entusiasmada con esa nueva tarea que me encomendaron. Hablé con mis padres y con el papá de la nena, que me dijeron, si querés, anda. Bueno, les respondí, si me veo mal, me vuelvo”. Y viajó a esa provincia cercana en 1965. Es que era una oportunidad para estar al lado de uno de los mejores bibliotecarios que hubo en la Argentina. “Cuando llegué, me quería morir porque la biblioteca de la UNNE era una cosa grandísima. En el Departamento de Clasificación, trabajaban 10 personas; en el de Catalogación 20; en atención al público, circulación y préstamo, una cantidad enorme. Era una cosa grandísima”, describió. Y así empezó todo. Se especializó durante el mes entero, y aprovechó al máximo los conocimientos que le brindaron.
Visiblemente emocionada, reiteró que “había dejado a mi hija pequeña, lo que implicaba un sacrificio enorme para mí, entonces me propuse a aprovechar al máximo. Pasaba por todos los departamentos y, después, Mettini me llamaba y me hacía preguntas. Lo que decía mal, me corregía o, si tenía dudas, las evacuaba. Fue muy intensivo, pero con un gran maestro. Por eso quiero reivindicar a la figura del profesor Ítalo Mettini, que fue el que abrió los ojos y acá en Misiones comenzó a incentivarnos a lo que era la bibliotecología, con un curso que fue muy sencillo y pequeño, que sirvió un montón a mucha gente, entre ella, Camucha Núñez, del Instituto Montoya y Kika Horianski, de la Escuela Superior Nº1”. Desde Chaco regresó con “ese gran bagaje”, se animó a plantear al decano cómo eran las cosas.
Un cambio tras otro
Ricci seguía manteniendo los dos empleos, pero comentó que en su matrimonio las cosas no estaban de lo mejor, por lo que su cuñada le manifestó que era “porque trabajaba mucho”. Finalmente, se separó y, siguiendo el consejo de su pariente, renunció a la Facultad, que era donde estaba contratada. Pasó el tiempo y se dio cuenta que la decisión no resultó para nada acertada: “fue peor el remedio que la enfermedad”. Fue a vivir con sus padres: Ángel Luis Ricci y Lidia Zavala. Tenía el ingreso de la casa alquilada y el sueldo del correo, pero su hija iba al colegio Santa María, estudiaba danzas con Teresita Sesmero, y “tenía que bancarme todo sola”. Un día la llamó “Toti” López, que era la secretaria administrativa de la Escuela de Servicios Sociales de la UNNE. Era para decirle que en el Instituto Privado de Administración de Empresas (IPAE) necesitaban una bibliotecaria. Allí había un grupo de profesionales como el contador Carlos René Troxler, el escribano Pernigotti, el abogado Pancallo D’Agostino, el contador Vieira, y varios empresarios, que fueron quienes presentaron el proyecto para la creación de la Universidad de Misiones. Todos ellos formaron el Movimiento Pro Universidad de Misiones (MOPUM). “En esas cabecitas se gestó todo. Por lo que veía, el IPAE se había creado para que los hijos de los empresarios adquieran algún tipo de conocimiento al respecto”, entendió, quien aceptó la oferta laboral que, además, se presentaba a la tarde, que era cuando tenía libre. Además, eran poquitas horas, y un lindo ambiente.
Con la Asociación Bibliotecaria de Misiones crearon, en un solo año, en el interior de la provincia, un total de 13 bibliotecas para concientizar. “Hicimos cursos en las zonas sur, centro y norte, para ir concientizando porque la gente cree que la biblioteca es pasar un librito y terminó. No sabe que hay una carrera, que hay una estructura detrás de eso”.
Cuando fue a organizar la biblioteca, había libros por todos lados. No estaban sellados, ni inventariados, ni nada. Funcionaba de 19 a 23, en una casa grande, de material, con muchas habitaciones, que estaba en calle San Lorenzo donde hoy funciona el anexo de la Facultad de Humanidades.
Junto a ella trabajaba “Chingola” Closs; “Polaca” Montiel; Varesco, que era secretario administrativo; el contador Copello, que era secretario académico, y el profesor Martín González, que luego escribió un libro sobre esa historia. Allí ganaba 30 mil pesos. Era un apostolado. Más adelante, la volvió a llamar “Toti” López, que “fue un ángel para mí”. Esta vez, para anunciarle que la Facultad estaba por llamar a concurso de cargos. “Lilita vení a anotarte que están por nombrar a cinco personas y en cargos altos”. En esa época era categoría 19. “Ésta es una oportunidad para vos. Creo que vas a andar bien en el examen, que vienen a tomar desde el gremio de Resistencia”. Finalmente, “concurrimos cerca de 70, el examen era difícil, aunque más difícil para otros que para mí. Preguntaban cómo está organizada una universidad, cuáles son los estamentos, un organigrama, que para una que ya trabajó, que hacía esas cosas, no eran descabelladas. Rendimos en julio de 1973, aprobé, salí segunda, y en agosto me comunicaron que iba a trabajar en el Departamento de Estudio. Estaba contenta. Era una mujer activa, me gustaba el arte, la cultura, el teatro. Mi hija tenía 8 años y me decía que quería ser arquitecta, y hoy es una prestigiosa profesional” que reside en Rosario junto a su familia. En ese momento conoció a Omar Azerrad, licenciado en Trabajo Social, su actual esposo, con quien tuvo a sus hijos: Omar y Maximiliano.
“Lilita” nació en el hospital Central porque su papá era jefe de farmacia. “Durante 35 años vivimos en el espacio en el que está el Banco de Sangre, hasta que papá se jubiló. Fui al Santa María, y me recibí en el Colegio Nacional. En casa querían que sea maestra, pero yo no quería”.
Situaciones menos pensadas
Cuando se creó la carrera de Bibliotecología, Ricci se inscribió para el cursado, en la calle Tucumán y Rivadavia. Eran ocho materias porque “teníamos que recibirnos pronto para tener docentes en la carrera. Me recibí en dos años. Fue una etapa difícil. Una vez que ya estaba todo, los sociólogos, antropólogos, llegaron a una universidad ya formada”.
Después, llamaron a concurso. Las que mejores notas tenían eran: Nidia Dávalos, en referencia; Lili Vendrell, en bibliografía y Ricci, en documentación, que “fue fantástico. Me quedé en Humanidades. Primero éramos interinos, después, con la democracia, en el 83, rendimos concurso”.
Un día se fue a Puerto Iguazú, donde su esposo estaba trabajando. “Nos quedamos un tiempo y, cuando volvimos, yo no tenía nada. Una tarde, en la que estaba aburrida, voy a tomar mate con mi amiga Marcel Gotschalk, abogada y ex jueza del Superior Tribunal de Justicia. Estaba hablando por teléfono para pedir trabajo para la sobrina, pero era para cubrir el cargo de bibliotecaria, que no conseguían. Llamala y decile que voy, le supliqué a mi amiga. Así, ingresé a trabajar al Juzgado Federal como bibliotecaria”. En ese lugar de la calle La Rioja, en el año 1982, “no tenía biblioteca, iba de un escritorio a otro, venían los presos y yo tenía que levantarme. La Dra. Varela, que me presentó al juez, había dejado una oficina que era de dos ambientes y le habían dado otra más linda. Como le hice la mudanza de los libros al juez, me preguntó cuánto le debía. Le respondí, doctor, cómo le voy a cobrar por unos libros que encajoné. Bueno, entonces le voy a hacer un regalo, dígame qué. Arriba hay dos piezas que están vacías, saque una resolución antes de irse que ahí estará la biblioteca, y yo la organizo, le pedí. Se sentó y redactó. Ahí empecé a mostrar que la biblioteca no era andar corriendo con un librito de aquí para allá. Ahora cambió, pero cambió con mucho sacrificio, con trabajo, concientización”.
“Estos años me dejaron la satisfacción de decir que trabajé por mi provincia, que luché, que creé cosas, organicé cosas, tengo ahijadas que me reconocen, alumnos que todavía me recuerdan, que se contactan. Tengo esa suerte de tener un recuerdo feliz. Di lo que pude. Me desligué de todo por problemas de salud. Me gustaría seguir haciendo cosas”.
Como si fuera poco, los fines de semana organizaba bibliotecas particulares como la del Dr. Paredes, o el profesor Pernigotti. “Les decía que ya no podía más, pero como me pedían por favor, y no eran tan voluminosas –alrededor de 200 libros- iba los sábados, durante dos o tres horas. Esa era la condición”.
En 1982, María Nilda “Titita” Sodá solicitó que le organizara el Centro de Documentación en Culturas Regionales de la Universidad. Luego, la ex vicegobernadora Mercedes Oviedo la convocó para organizar el Centro de Documentación de la Casa de la Mujer y la Juventud.
Antes de jubilarse en la Cámara Federal de Apelaciones de Posadas, la presidente le solicitó la reorganización del archivo de la Cámara. Para esa tarea, trasladó del Juzgado Federal Penal a Monic Oria, que en ese momento estudiaba Bibliotecología, para que la ayude. Ricci le explicó que no era archivóloga, por lo que desconocía las técnicas de esa disciplina, pero la presidente insistió, y así se puso al frente de esa tarea desconocida para ella. Pasó noches enteras, pensando, preocupada. Con la autorización de la Corte Suprema, encomendó la construcción de estanterías móviles que servían para ahorrar espacio, y podían movilizarse ante un incendio o inundación.
Depuró los expedientes prescriptos y clasificó por temática para ordenarlos en los estantes. Utilizó un programa de bibliotecas llamado “Microisis”, distribuido en forma gratuita por la UNESCO, adaptando a las variables de recuperación automática como partes del expediente, año, tema y año de prescripción.
Al poco tiempo, desde la Corte enviaron una encuesta para analizar el estado de los archivos, Ricci la contestó y a la semana la llamaron por teléfono solicitándole que conceptualizara ese trabajo en un documento. Así lo hizo y lo envió a Buenos Aires. Al mes le comunicaron que su trabajo fue seleccionado para representar al Poder Judicial de la Nación en el Primer Congreso Nacional de Archivos Federales, efectuado en Córdoba. Ricci y Oria viajaron para exponer su trabajo, que tuvo mucha aceptación. Al regreso, la Corte Suprema envió una “complacencia” para ambas, solicitando que se incorporada a los legajos.
Me gustaban los libros y leía clásicos, best sellers, y hasta los edictos del diario. Como me encantaba leer, fue algo que seguramente Dios puso en mi destino para que leyera toda la vida”.
En total, “estuve 42 años leyendo, para clasificar un libro, catalogarlo. De todos, tenes que leer, al menos, el prólogo. Es una profesión muy linda, porque te informa mucho, te abre el cerebro. Es maravillosa, si tuviera volver a nacer volvería a ser bibliotecaria. Fue una profesión que se fue dando con muchos altibajos, porque iba y venía, y me jubilé con ella”, celebró, quien también se recibió como Técnica en Investigación Socioeconómica (TISE), y presidente de la Asociación Bibliotecaria de Misiones durante muchos años.
Sugirieron que fuera una carrera con título universitario
Ricci fue un pilar importante en la creación de la Asociación Bibliotecaria de Misiones, cuyo presidente era Alberto Portel, con quien luego creó la carrera de Bibliotecología e hicieron todos los trámites. Reconoce que “estuve involucrada en todo eso. Es que cuando trabajaba en el correo, Alberto Portel tenía su biblioteca en el cuarto piso del Ministerio de Economía. Un día, durante el momento que tenía para desayunar, bajé en el ascensor y venía él, con un montón de libros, que se le cayeron al suelo. Ayudé a juntarlos, y lo acompañé, llevando los ejemplares y conversando. Me invitó un café y me contó sobre su plan de formar una asociación. Le contesté que me parecía hermoso. Dijo: ‘así podemos ayudarnos’ porque éramos poquitos, no había ningún bibliotecario, no había libros, nada, era todo a pulmón, aprendiendo de los errores”.
“Éramos muy poquitos, y personería jurídica nos pedía que fuéramos 50, entonces metimos a mucha gente, amiga de los libros. Cuando hacíamos las reuniones, uno de los objetivos era la creación de la carrera de Bibliotecología. Habíamos empezado a tener un contacto con Monseñor Jorge Kemerer por medio de Camucha Núñez, que era la bibliotecaria del Montoya. Entonces empezamos a ver si podíamos traer la carrera al Instituto. Cuando fuimos a Resistencia a buscar a los profesores, nos dijeron que no nos convenía que por qué no hacíamos el mismo trámite, pero para traerla a la universidad. Ellos fueron los que nos abrieron los ojos porque el título iba a ser universitario y el del Montoya iba a ser terciario”. Con el profesor Tomás López empezaron a escribir a todas las escuelas de bibliotecología, a todas las facultades, a fin de pedir los planes de estudio. “Nos mandaron y armamos todo para presentar. La asociación tuvo dos o tres entrevistas con Lozano, que era el rector, y se creó la carrera de Bibliotecología, en 1973. Fue algo muy rápido. En 1974 comenzó la cursada”. En dos años Ricci se recibió de bibliotecaria.
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