La extensa mesa del comedor de la casa de Ana María Quaranta no alcanza para albergar tantos recortes y fotografías que testimonian la intensa vida de su padre. Pasaron más de 60 años de la muerte del químico farmacéutico Luis Francisco Quaranta y su calidad de ser humano, su calidez, y sus recuerdos tanto como sus proezas, siguen vigentes.
“Debemos ubicarnos a fines de la década del 20, no había caminos, no había comunicaciones, menos con el interior de Misiones. La empresa francesa Latécoère, que tenía a Antoine de Saint-Exupéry como referente en Buenos Aires, hacía el correo aéreo entre esa ciudad y Asunción, y repostaba combustible en Monte Caseros, Corrientes. Pero como les resultaba muy distante el trayecto, y necesitaban una base entre Asunción y Monte Caseros, y eligieron Posadas”, manifestó la hija de este entrerriano, que hacía poco había llegado a Misiones como jefe de laboratorio del Hospital Madariaga. Para concretar el trámite, se contactaron “con papá, que tendría alguna noción del tema. Se hace una reunión en el Hotel Savoy y, el 26 de julio de 1929, fundan el Aeroclub Posadas. Para entonces, la empresa Latécoère había mandado recursos y pidió a papá que buscara un emplazamiento para hacer una pista, lo que se concretó ese mismo año, en el campo Las Dolores, sucesión de la familia Torres”, expresó, la profesora de historia.
Esta tradicional fotografía retrata el momento en el que levanta vuelo, frente al pabellón central del hospital Madariaga, el WACO Custom, biplano, modelo ZQC-6, fabricado en 1936, equipado con motor Jacobs Aircraft Engine Co de Pottstown Pennsylvania USA, radial de siete cilindros y 285 HP, fabricado por la Weaver Aircraft Company, de cuyo acrónimo deriva el nombre del avión (WACo), con configuración sanitaria y varios accesorios importantes para aquellos tiempos, como indicador de giro, velocidad ascensional, derivómetro “Pionner”, velocidad crucero de 240 km/h y autonomía de 1360 kilómetros, lo que permitía cubrir en menos de cuatro horas, sin escalas, el trayecto entre Posadas y Buenos Aires y con la ventaja de poder decolar y aterrizar en pistas cortas y precarias.
La Fuerza Aérea, que monopolizaba el manejo del espacio aéreo, enviaba pilotos instructores. Recibió el título de piloto, como aviador civil, en 1931. Le fue otorgado por su instructor de la Fuerza Aérea de la Nación, Secundino Vargas.
El químico farmacéutico, bautizado como “El samaritano del aire”, trabajaba en el hospital, y ese era su medio de vida. Pero, viendo las enormes dificultades que existían ante la ausencia de una ambulancia u otros medios para traer a los enfermos del interior, empecinado en resolver ese problema de las distancias, concibió un proyecto que, más tarde, dio que hablar en toda la república. En 1936, por colecta voluntaria pública, sin aportes del Estado, proyectó la compra de un avión y puso manos a la obra junto a un enorme equipo de profesionales y el gran apoyo de la comunidad. Con ese fin, alentado por Armando López Torres y Aníbal Cambas, entre otros, organizó la Semana del Avión Sanitario, con la programación de festivales, kermeses, rifas, tómbolas, y hasta un circo árabe que visitó Posadas, aportó a la recaudación correspondiente a tres funciones. En esa tercera semana de marzo de 1936, bajo la responsabilidad de Luisa Martínez de Dupuy, mujeres y niñas provistas de alcancías y vestidas como enfermeras, colocaban en las solapas de los caballeros que pasaban por la Plaza 9 de Julio, “la flor sanitaria”, a cambio de una contribución.
Quaranta cumplía esta misión con el Waco sin haber percibido jamás un solo peso. Por el contrario, donaba mensualmente al Aeroclub la asignación que la Dirección Nacional de Aeronáutica le pagaba como piloto instructor.
En diversas localidades (Apóstoles, Azara, Bonpland, Candelaria, Cerro Azul, Cerro Corá, Concepción de la Sierra, Corpus, Eldorado, Leandro N. Alem, Montecarlo, Oberá, Olegario V. Andrade, Oro Verde, Puerto Esperanza, San Ignacio, San Javier, San José, Santo Pipó y Gobernador Virasoro) se integraron subcomisiones, que también contribuyeron con la causa. Y el mismo Quaranta andaba por las calles de Posadas, alcancía en mano, juntando fondos para mejorar la medicina.
Reunida la cantidad necesaria de dinero para adquirir la máquina, la comisión técnica designada para decidir el tipo de avión, quedó integrada por Hermann Hassel, Edmundo Barreyro, Antonio Canever y Luis Quaranta, quienes resolvieron la compra de una verdadera joyita: el Waco, un avión sencillo de origen inglés, de motor pequeño pero resistente, con suficiente autonomía como para llegar a Buenos Aires de un solo tirón.
El 25 de junio de 1936, en el vapor Pan American, el Waco llegó al puerto de Buenos Aires procedente de Estados Unidos. El 16 de agosto fue recibido en el aeródromo de Morón por Luis Quaranta, Antonio Canever y Mauricio Goldfard. El 23 de ese mismo mes, llegaba a Posadas, piloteado por Quaranta.
En los diarios nacionales se comentó el hecho: “La Nación” le dedicó su editorial titulada “Misiones, ejemplo de solidaridad social”. En tanto un periódico de Mendoza decía “Mientras varios países fabrican aviones y otros implementos de guerra para la matanza, el pueblo de Misiones adquiere por suscripción popular un avión sanitario para salvar vidas”. Respondiendo al ejemplo de Misiones, se presentó en la Cámara de Diputados de la Nación un proyecto de Ley para que los territorios nacionales de La Pampa, Chaco, Río Negro, Neuquén, Chubut y Santa Cruz, pudieran tener un avión sanitario.
La prueba de fuego
A poco de su arribo a Posadas, el 13 de septiembre el Waco cumplía su primera misión. Roberto Dei Castelli, miembro de número de la Junta de Estudios Históricos de Misiones, había escrito: “el piloto Quaranta trasladó de urgencia a Buenos Aires al vecino Domingo Tassano, asistido en el viaje por el doctor Guillermo Guibert. La máquina tenía cinco asientos, pudiendo transportar al enfermo y dos pasajeros, además del piloto y un acompañante. Don Luis no tocaba al avión, sino que acariciaba delicadamente las alas, el fuselaje y los comandos, mientras explicaba a los asistentes las bondades del aparato”.
“Hurgando papeles descubrí que mi mamá, María de las Mercedes ‘Tota’ Pavón tenía quince años cuando realizó un vuelo de bautismo con el piloto Luis Quaranta, sin saber que, más tarde, ese apuesto caballero se convertiría en su esposo”.
Según su hija, en la biblioteca del Museo Regional “Aníbal Cambas”, entidad a la que la familia de Quaranta donó todos los elementos y fotografías originales pertenecientes al piloto, “están archivados todos los números del Diario “La Tarde” con el registro diario de los vuelos que hacía. Por ejemplo, decía, hoy llevó al ciudadano tal, en un viaje que duró cuatro horas”.
Después que el Waco cumpliera numerosos viajes al interior de Misiones y a otros puntos del país, Don Mariano Díaz, escribió en el Diario “La tarde” y bajo el título “Solidaridad humana”, lo siguiente: “En la mañana lluviosa, por entre nubes bajas, grises y feas, el avión llegaba a Posadas procedente del Alto Paraná, a juzgar por la dirección en que venía. Una elegante maniobra a escasa altura y la proa enderezó resueltamente hacia el Hospital Regional. Casi al instante, como un pájaro que se posa, lo vimos extender sus alas plateadas sobre el fondo verde del césped. Algún enfermo, sin dudas, traía en su cabina. Y reflexionamos. Reflexionamos sobre la obra silenciosa, humana y efectiva, que realiza el Aeroclub Posadas y nuestro pensamiento asoció instantáneamente al nombre de esta meritoria institución el de su fundador y “alma mater”: Don Luis F. Quaranta. La misma sencillez y la misma grandeza de alma, de coraje, de solidaridad humana, revelaba el acto que presenciábamos y la obra de Quaranta. Y nos reconciliamos con la vida”.
Aterrizaje en el Madariaga
Con gran sentido práctico, el Director del Hospital Regional, Armando López Torres y su jefe de laboratorio, Luis Quaranta, dieron a los tiempos un ejemplo de lo que puede hacerse con coraje y decisión.
El problema constituía la distancia para llevar y traer a los enfermos hasta la pista del Aeroclub, había una sola ambulancia con un chófer en edad de jubilarse que, por momentos, se negaba a cumplir con su misión, además que las lluvias y los caminos en mal estado dificultaban el traslado. Fue entonces que Quaranta y López Torres improvisaron un aeródromo en pleno perímetro del hospital. El terreno fue despejado de árboles -sobre todo eucaliptus- y malezas con la ayuda de unos pocos vecinos. Se bajaron los cables telefónicos y de electricidad hasta la altura del alambrado y, frente a lo que era la cocina del hospital y el pabellón de infecciosos, se habilitó la pista que tenía algo más de 400 metros. En un espacio que, si bien no permitía la movilidad óptima de la máquina para el despegue y aterrizaje, se hizo posible que se efectuaran numerosos viajes sin accidentes de los que hubiera que lamentarse. Algún tiempo después, por no reunir las medias reglamentarias, una inspección de la Dirección de Aeronáutica de la Nación dispuso que la pista del hospital fuera clausurada definitivamente.
Ese don de rescatar vidas
Ana María declaró que “para nosotros, papá es un ejemplo de vida. Creo que nos marcó muchísimo porque nos enseñó algo que se rescata en todas las notas que le hicieron post mortem, que es su gran sentido del honor, de lo ético y, sobre todo, su servicio al otro, su entrega al prójimo. Tengo una hermana que heredó como ninguno esas cualidades, que se ocupa, que es muy solidaria, que ayuda permanentemente a la gente, a las mujeres de las cárceles. Yo soy la que atesoro la información por mi profesión de profesora de historia. Soy a la que tiran todos los papeles y cosas que hay que escribir en la familia”.
Dijo que decidió donar las pertenencias de su padre al Museo porque “creo que el mejor lugar donde deben estar todas esas cosas, es un espacio en el que todos puedan compartir, puedan visitar, además, el Museo Cambas es una institución señera en Misiones, que está manejado por gente idónea. Cuando yo no esté en la tierra esto no va a tener el valor que yo le doy, entonces quedará allí para las generaciones futuras, porque son hechos vinculados a la historia nuestra”.
María de las Mercedes Pavón jamás olvidó el día que conoció a Quaranta. Cierta vez le preguntaron al piloto “¿por qué no se casaba con sus 40 años?”, a lo que contestó: “Con la única que me casaría es con “Tota” Pavón”. Cuando ese comentario llegó a oídos de la joven, quiso conocerlo de inmediato. Cuando lo vio por primera vez en la inauguración de la pista de aterrizaje de Oberá, se enamoró. Así comenzó el noviazgo. Se casaron en 1942 en la iglesia catedral. Doña Tota se recibió de maestra, ejerció en la Escuela Nº 100, de Cerro Azul, y vivió hasta los 102 años.
Aseguró que su papá “era un hombre muy humilde, muy sencillo y nunca aceptó cómodamente los homenajes ni las honras; las recibió mi mamá, porque él murió joven, a los 60 años. De eso no me quejo, hay una avenida con su nombre, que es una arteria importantísima y que es el camino que él hacía para ir al Aeroclub en su Ford. Tenía un gran sentido de solidaridad, porque nunca cobró un peso por esos viajes, ni siquiera como instructor de vuelo. Donaba al Aeroclub su sueldo para mantenerlo, para comprar combustible y mantener las máquinas. O sea que era realmente un alma altruista, solidaria. Siento gratitud y cada vez lo admiro más: cuando veo mi manejo como adulta, mis tiempos, mi entrega, más admiro la energía que le ponía a todas esas entregas a quien necesitaba y esperaba, y al que el Estado no llegaba muchas veces”.
Su tarea era, entonces, una forma de rescatar vidas. “Era una labor magnífica, maravillosa, de mucho esfuerzo”, aseveró, emocionada.
Confió que su mamá les relató muchas de las historias que “conozco”. Entre tantas anécdotas, les contó sobre un viaje en el que su papá trasladaba a Buenos Aires al dueño del hotel España -situado frente al Mercado Central-, Agapito Pajes, que era el hombre más rico de Posadas. El pasajero estaba con una cuestión de salud terminal. El Waco bajaba en Morón, pero no le dieron pista por el mal estado del tiempo y debió volver hasta Entre Ríos para salir del foco de la tormenta. El hombre se descompensó por lo que el piloto tuvo que buscar un campo privado para descender. Y ahí, debajo de un árbol, Quaranta le administró una medicación para calmarlo y Pajes dejó de existir. Al respecto, “mamá decía, ‘miren lo que es el poder de la vida, un hombre que tenía medios, que era el más rico de Posadas, se murió atendido bajo un árbol’”.
Anécdotas, sobran
Contó que algo en la vida de su padre tenía que ver con el espacio y el aire porque “el primer recuerdo que tengo de mi papá es cuando vivíamos por calle 3 de Febrero, entre San Martín y Bolívar, donde está la sede del juzgado. Por la noche, cuando venía de trabajar, sacaba un sillón y mientras mamá preparaba la cena, nos sentábamos en la vereda y sabía cualquier cantidad de astronomía porque me explicaba. Me dijo: ‘vos vas a tener tantos años y vas a ver al cometa Halley, y yo no lo voy a ver’, y yo me largué a llorar. Y realmente vi al cometa Halley. Sabía mucho, y tenía alguna inquietud de esa naturaleza”. Era aficionado a la caza y a la pesca, le gustaba el aire libre y la tranquilidad y, con frecuencia. iban en familia a la Isla Cañete, elegida como un lugar de sano esparcimiento para sus hijos.
Su madre siempre recordaba que durante una noche de tormenta “vino una señora a mi casa de 3 de Febrero a golpear la puerta para pedirle que por favor, lo llevara al hijo a Buenos Aires porque había tenido un accidente. Como era de noche, mi mamá nos contaba que decía: ‘¡no vayas Luis!, ¡esperá que amanezca!, ¡no vayas, no salgas!. Explícale, decile que se queda acá hasta mañana’. Y papá le contestaba: ‘salí vos. Si vos le decís a esa madre que yo no voy, yo me quedo’. Y ahí nomás terminaba el tema”.
El matrimonio tuvo cuatro hijos: María de las Mercedes, Ana María, Luis Rafael (fallecido) y Aída Isabel. “Todos somos misioneros, conformamos acá nuestras familias y acá están nuestros descendientes”.
Según Ana María, en esa época “no había pista con luces, como ahora. Se arreglaban porque el mecánico que vivía en el aeroclub prendía tambores con combustible y de esa manera marcaba la pista. Y una vez se durmió el mecánico. Papá daba vueltas y vueltas para que con el ruido el motor, viniendo de Buenos Aires, el mecánico se despertaba. Y no hubo caso. Entonces aterrizó de memoria y cuando le preguntaban en el aeroclub: ‘Quaranta ¿cómo hizo?’ ‘Y.. me guié por el olor de la tierra colorada’, respondió graciosamente” el nacido en Paraná, Entre Ríos, el 9 de marzo de 1900, en el seno de una familia de inmigrantes italianos, llegados en 1890 desde la región de Piamonte, y aquí se dedicaron a la actividad agrícola y ganadera.
Un caso puntual
Agregó que, además de bioquímico, era representante de laboratorios, tenía una agencia de venta de maderas, docente de las cátedras de física y química del Colegio Nacional Martín de Moussy. “Era muy inquieto, muy activo, y en la aviación ocupaba mucho de su tiempo”, dijo, al tiempo que leyó un párrafo en el que se gráfica los detalles de una de las actividades del día con el Waco.
“Ayer hizo un viaje récord el avión sanitario: a las 6, levantó vuelo, llevando a un herido grave que requería urgente atención. Se llamaba Juan Operman y el día anterior fue traído desde Eldorado en el mismo avión, pues sufrió un grave accidente al fracturarse el maxilar. Los médicos locales no se animaron a una intervención quirúrgica y aconsejaron su traslado a la capital donde se cuenta con elementos modernos. El avión llegó al aeródromo de Morón en cuatro horas, o sea, a las 10 y, de inmediato, el herido, acompañado por el doctor Guibert, fue internado en el Hospital de Clínicas. A las 14 horas, la máquina inició el viaje de regreso y arriba tras cuatro horas, a las 18. Con esta notable proeza al avión sanitario realizó un viaje récord cubriendo en ocho horas, una distancia superior a los dos mil kilómetros, pero fuera de este aspecto reputamos sumamente halagador como testimonio de eficiencia y velocidad en la máquina, debemos destacar otro el servicio prestado ayer fue absolutamente gratuito, vale decir que el herido no tuvo que pagar un solo centavo y se lo trajo primero desde Eldorado, se lo condujo a Buenos Aires. Se trató un obrero carpintero sin recursos, pero con derecho a ser atendido. Tal fue el objetivo y finalidad que se tuvo en cuenta al adquirir el avión sanitario en Misiones”.
La docente rescató la actitud del ingeniero aeronáutico Alberto de Castelli, recibido en el Aeroclub Posadas, radicado en Brasil, que hizo un escrito en relación a una nota titulada hace 60 años bajo el título “Misiones, ejemplo de solidaridad social”, que alude a Quaranta. “Estimo que es de toda justicia agregar que Quaranta donó al Aeroclub Posadas todos sus sueldos de 15 años de trabajo durante los cuales se desempeñó como instructor de piloto y no era precisamente un hombre rico. En nuestros días, un hombre así parecería de otro planeta”.