Por Paco del Pino
Cuenta la historia -o la leyenda, que a estas alturas ya son difíciles de distinguir- que los antiguos mineros bajaban a su lugar de trabajo acompañados por un pájaro dentro de una jaula. No por exótico mascotismo ni para amenizar con su canto la jornada laboral, sino por una razón de estricta supervivencia: si en algún momento el animal desfallecía o moría, era señal de una fuerte emanación de gases tóxicos y marcaba el momento de salir con urgencia de la cueva.
Varios siglos después, otro pajarito marca la “temperatura” o mejor dicho la salubridad de su ecosistema, que no es otro que el de las redes sociales y su onda expansiva sobre la vida cotidiana. Twitter viene trinando desde hace 17 años (el 21 de marzo de 2006), pero acá nos importa su revenance hace poco más de seis meses, cuando fue adquirido a fines de octubre de 2022 por el magnate sudafricano Elon Musk.
Su ingreso cual elefante en un bazar a la jaula (del pajarito literalmente, de las MMA o el “Vale Todo” en sentido simbólico) provocó un maremoto de máxima intensidad cuyo consecuente tsunami aún está por mostrar su nivel de destrucción, digo, de afectación. Porque si bien se viene sospechando que todo el vendaval de cambios resultará para peor, algunos ya lo ven como un soplo de aire fresco en el mundo de las redes sociales y plataformas digitales.
Musk despidió a más de la mitad de la plantilla de Twitter y provocó la renuncia de cientos más cuando intentó poco menos que reducirlos a la servidumbre, se enfrentó con posibles clientes publicitarios, con los medios de comunicación en sentido amplio (que son todavía el principal activo de Twitter en cuanto a interacción) e incluso con los propios usuarios, al obligarlos a pagar por muy poco más que lo mismo que antes tenían gratis…
Para colmo, se dejaron de aplicar las políticas anti fake news, creadas en su momento para combatir las falsedades sobre el COVID, abriendo así la puerta a un crecimiento del discurso de odio y de la desinformación.
En cualquier caso, desde que el multimillonario se hizo con Twitter por 44.000 millones de euros, el caos ha rodeado a la red social. Y sin embargo, se sigue moviendo: medio año después se mantiene como el escenario en el que se conversan los breaking news, como el epicentro de la conversación política y deportiva y como el campo de batalla de la mayoría de los políticos… y de los periodistas.
Para el analista mexicano Mauricio Cabrera, “más allá de las formas, el Twitter 2.0 que planea Musk puede tener éxito. Más allá del caos de Elon hay claridad sobre lo que se propone. Si Twitter está peor que nunca, es apenas visible para los usuarios. A Musk le falta tacto. No encaja con lo que se espera de un líder bajo los estándares tradicionales. Es, por tanto, apetecible salir a destrozarlo desde los medios. Pero quizás sea esa ruptura de molde lo que se necesitaba para que las redes sociales encuentren un nuevo rumbo. En particular una que nunca ha funcionado como negocio”.
“El pájaro ha sido liberado”
El nuevo propietario de Twitter se ha declarado un “absolutista de la libertad de expresión”. Aunque las reglas de la red social parecían permanentes, la llegada de Musk a la compañía vuelve a traer a la mesa interrogantes e incertidumbres siempre en debate: ¿Hasta dónde llega el derecho a la libertad de expresión? ¿Merecen respeto todas las opiniones, incluso aquellas cargadas de odio y discriminación?
Una investigación de la Montclair State University estudió que en las 12 horas posteriores a la adquisición de Twitter por parte de Musk, el uso de términos “vulgares y hostiles” hacia ciertos grupos étnicos y personas de orientación sexual diversa se incrementó en un 400%.
Por más que el nuevo propietario insiste en que libertad de expresión es distinto que libertad de alcance, y se comprometió a que el discurso de odio no será amplificado, monetizado ni siquiera ser encontrado “a menos que se busque específicamente”, la preocupación generalizada sigue in crescendo.
No ayudó para nada la reapertura masiva de cuentas prohibidas durante la gestión anterior por sus contenidos violentos, sexistas, racistas o de odio, y el fin de la lucha contra la desinformación sobre el COVID.
Así, para “pegar donde más duele”, grupos de derechos civiles en Estados Unidos llamaron a los grandes anunciantes a dejar de invertir en Twitter, una decisión de marketing relativamente fácil para esas compañías para las que la red social no supone un plafón indispensable, como por ejemplo General Motors, Jeep, Volkswagen, United Airlines o Pfizer. Según el propio Musk, el lucro cesante derivado de ello estaba llevando a Twitter a perder diariamente unos cuatro millones de dólares.
El dominó
En marzo pasado, Elon Musk reconocía internamente que Twitter ya vale menos de la mitad de lo que pagó por ella y así justificaba los “cambios radicales” que ha ido ejecutando, desde despidos masivos hasta reducción agresiva de costes, pasando por el “Blue” de pago.
Pero no se trata solo de Twitter. Todas las empresas tecnológicas norteamericanas sobrepasaron en conjunto los 20 mil despidos en 2022. Y este año sigue la tendencia. Al final resulta que, según dicen, no eran tan buen negocio. Meta, Microsoft, Tesla, Netflix, Stripe, Shopify, Lyft, Snap, Coinbase… todos tienen algo que recortar y alguien a quien despedir.
Meta echó a un 13% de los profesionales que componían la antigua Facebook; antes de su desembarco en Twitter, Musk ya había cercenado la plantilla de Tesla; Netflix se deshizo de medio millar de empleados; Microsoft de alrededor de mil y Shopify de otros tantos; mientras que Apple, Alphabet (Google) y Amazon interrumpieron las contrataciones.
Transcurridas dos décadas en las que se “vendió” Internet como el oasis donde cada uno se expresa y elige qué consumir con absoluta libertad, las plataformas sociales se han sacado la máscara: tras ver recortado cada vez más su margen de maniobra en el uso y comercio de datos de los usuarios, Meta y Twitter -a la cabeza de las otras redes que corren tras ellas- han decidido que ese ecosistema hay que pagarlo físicamente, en dólares contantes y sonantes.
Un 0,12% de usuarios aceptaron pagar por Twitter Blue. Pese a este triste precedente, Meta se largó detrás del pájaro azul y lanzó una versión premium de Facebook e Instagram para aquellos que estén dispuestos a pasar por caja. Meta Verified aún está en período de prueba, a un costo de entre 12 y 15 dólares, pero todo apunta a que el impacto económico de la medida va a ser muy limitado.
Lo más significativo de este asunto es que, antes de la llegada de Musk a Twitter, Mark Zuckerberg siempre había sostenido que Facebook no dejaría de ser gratis; finalmente, este año tuvo que deconstruir su discurso y aclarar que “siempre habrá una versión gratuita de Facebook”.
Ahora Musk fue un paso más allá: a partir del 15 de abril, todos los tuits que recomienda Twitter a sus usuarios son de suscriptores del servicio de pago. Según su CEO, es “la única forma realista” para combatir los bots que pueblan la red social.
Sin embargo, el propio Musk aclaró que los bots de Inteligencia Artificial también pueden pagar por la verificación, siempre que no se hagan pasar por humanos. Otro ejemplo más de que en la red social lo único que importa es que se pague.
Referentes de a 8 dólares
Lo cierto es que hoy, por 8 dólares mensuales, cualquier usuario podría tener el símbolo de cuenta verificada, que hasta entonces había distinguido a perfiles relevantes cuya identidad estaba confirmada. Esto disparó el caos, ya que facilitó la suplantación de famosos y empresas y, en la práctica, convirtió en fuente confiable de información a cualquiera dispuesto a pagar la cuota, sin mayor aval que ése.
Históricamente, la marca azul denotaban que una cuenta era “auténtica, notable y activa”, para el caso de medios de comunicación, entidades, corporaciones y figuras con cierto grado de notoriedad pública. Su valor residía en verificar que el poseedor de la codiciada tilde era quien decía ser. Ahora, las marcas de verificación ya no representan autoridad y credibilidad: sólo reflejan que el usuario es suscriptor de Twitter Blue.
Para mitigar este despropósito, Musk decidió implementar una marca gris adicional para “cuentas gubernamentales, empresas, socios comerciales, principales medios de comunicación, editores y algunas figuras públicas”, pero en menos de 24 horas decidió excluir de ella a determinados medios de comunicación y personalidades.
Otro frente de tormenta surgió en las últimas semanas, cuando los medios públicos de información (desde la BBC a la Radio Televisión Española, por poner dos de los cientos de ejemplos), se encontraron en la categoría de “medios gubernamentales”. El magnate sudafricano, como si fuera argentino nativo, confundió Estado con Gobierno.
¿Quedar “pegados”?
Elon Musk no se equivocaba cuando, nada más asumir al frente de Twitter, anticipaba “tiempos difíciles” para la empresa. Pero no tanto por las cuestiones económicas que él vaticina (alguno diría que es una profecía autocumplida) sino por su poco apego a las reglas del juego en materias tan sensibles como la protección de la información personal de sus usuarios.
A fines de 2022 desató incluso un escándalo internacional que llegó hasta el gobierno de la Unión Europea, después de que Twitter suspendiera las cuentas de varios periodistas que siguen la información relativa a Elon Musk en medios tan relevantes como The Washington Post, The New York Times, CNN o Voice of America.
“Las noticias sobre la suspensión arbitraria de periodistas en Twitter es preocupante. La ley de servicios digitales requiere respeto a la libertad de prensa y los derechos fundamentales. Y está reforzado por la ley de libertad de prensa de los medios de comunicación. Musk debe ser consciente de ello. Hay líneas rojas. Y pronto, sanciones”, advirtió al respecto la vicepresidenta de la Comisión Europea para Valores y Transparencia, Vera Jourová.
En ese contexto (o en algún otro que no recuerdo), el periodista y ensayista Jorge Carrión, que ha publicado en diarios como The New York Times, ABC, Clarín y La Vanguardia entre otros y cuenta con más de 52.000 seguidores en la red social del pajarito, trinó: “El incierto futuro de Twitter en manos de Musk nos recuerdan que hemos invertido mucho tiempo y talento en unas compañías que en cualquier momento pueden transformarse radicalmente o incluso desaparecer. Y nuestro capital simbólico, con ellas”.
No le va mucho mejor en este terreno a su principal rival, Meta: si bien es cierto que Mark Zuckerberg está a años luz de las controversias que protagoniza Musk de forma casi permanente, también lo es que, desde el escándalo de Cambridge Analytica, la reputación de la matriz de Facebook, WhatsApp e Instagram no ha levantado cabeza. Entre otras razones, por la desconfianza generalizada respecto a la gestión de la privacidad de sus usuarios y la moderación de contenidos en sus plataformas.
¿Sin remedio?
Son muchos los que pretenden ser el sustituto de Twitter, ahora que ha caído en desgracia, al menos de la boca para afuera: está Mastodon, que en dos meses a fines de 2022 multiplicó exponencialmente su número de usuarios y luego logró arrastrar a su plataforma a personajes tan reconocidos como Greta Thurnberg o James Gunn, dos grandes “señuelos” para seguir ampliando su comunidad; también estan Post, Spill, T2… Pero todos más obsesionados con capitalizar la inestabilidad de Twitter bajo el mando de Elon Musk que en desarrollar un mejor producto.
Tal vez por eso, el éxodo masivo de la red del pajarito ha sido más una narrativa de los medios de comunicación que una realidad definitiva. Una investigación de Pew Research reveló que los periodistas apenas han abandonado o cerrado sus cuentas de Twitter, a pesar de que muchos integrantes de la profesión anunciaron que tenían previsto dejar de usar la red y pasarse a otras como Mastodon.
Y otra del Tow Center for Digital Journalism confirma esa tesis y además precisa que la cantidad de tweets diarios por parte de periodistas ha disminuido sólo un 3% en promedio. Eso sí, matiza que son los “de derecha” los que han tendido a twittear más luego de la toma de posesión de Musk, mientras que los “de izquierda” o neutrales lo hacen menos.
Y mucho menos se ha notado el presunto “éxodo” entre el resto de los usuarios, los ciudadanos comunes, a quienes cada vez les da más pereza moverse de una aplicación a otra si no es por un motivo de practicidad o por una clara ventaja cualitativa, entre las cuales en ningún caso entra lo ideológico.
“Durante más de una década, nos hemos conformado con una plataforma que no ha mejorado. Que podría decirse que ha empeorado. Pero que al menos sigue cumpliendo su función. La toxicidad de Musk no va a ser suficiente” para el abandono masivo de la red social, señala Mauricio Cabrera.
Al fin y al cabo, como aduce no sin ironía el analista mexicano: “Aceptémoslo, nunca dejaremos Twitter para ir a otro Twitter”.