Con suaves estiramientos nos vamos incorporando luego de la relajación final de la clase de yoga. Respirando profunda y delicadamente nos quedamos sentados unos minutos en un agradable estado meditativo.
Luego de abrir los ojos, buscamos en la lectura habitual los sabios mensajes siempre vigentes del Maestro y Poeta Rabindranath Tagore y nos detenemos en éste:
“Hubo un tiempo en que la Tierra era una masa nebulosa. Aún no había encontrado su forma concreta. Era calor y movimiento. Progresivamente, mediante una energía que trataba de centrar toda la materia diseminada, los vapores se condensaron en una masa esférica y unida. La Tierra ocupó entonces el puesto que le corresponde entre los planetas del sistema solar”.
Y proseguía: “Lo mismo ocurre con nuestra alma. Cuando las pasiones y los impulsos tiran de ella por todas partes a la vez, no podemos verdaderamente dar ni recibir. Pero cuando hallamos nuestro centro en nuestra propia alma, mediante el poder del gobierno sobre nosotros mismos, mediante la fuerza que armoniza todos los elementos antagónicos y unifica a los que se han separado, todas las sensaciones de nuestro corazón encuentran su cristalización en el amor, todos los menudos detalles de nuestra vida revelan entonces un plan y una finalidad infinitos, todos nuestros pensamientos y nuestros actos se unen un una gran armonía interior”.
Porque el objetivo del ser humano es “encontrar al Uno que está en él, que es su verdad, su alma, la llave que abre las puertas de la vida espiritual, del reino celestial”. Y aunque nuestros deseos mundanos son múltiples y llegan a constituirse en nuestra finalidad, “lo que es Uno en el ser humano siempre busca la unidad: unidad en el conocimiento, unidad en el amor, en los objetos que la voluntad apetece; y alcanza la dicha más sublime cuando se alza hasta el Uno Infinito, en el seno de su unidad eterna”.
¡Cuánta sabiduría! Y recordemos que la palabra Yoga viene de Yug, que significa unión. Namasté.