Hace exactamente 125 años, el 5 de junio de 1898, en la ciudad española de Fuentevaqueros, nació Federico García Lorca, magnífico poeta y dramaturgo granadino, autor de “Romancero gitano”, “Yerma” y “La casa de Bernarda Alba” entre tantos otros títulos, y asesinado a los 38 años por un grupo de falangistas.
La corta vida de este autor emblemático de la Generación del 27 -el español más universal del siglo para muchos, el más popular para otros- aparece como una vida que evoca inexorablemente la brutalidad de su muerte, asimilada en términos de tragedia a muchas de las obras teatrales con las que ganó fama.
El creador de “Poeta en Nueva York” y “Poema del cante jondo” murió, según escribiría Pablo Neruda, “triste porque dejaba solo a su pueblo”.
“Moreno oliváceo, ancha la frente en la que latía un mechón de pelo empavonado; brillantes los ojos y una abierta sonrisa transformable de pronto en una carcajada; aire no de gitano, sino más bien de campesino, de ese hombre fino y bronco a la vez que dan las tierras andaluzas”, lo describió su amigo y poeta Rafael Alberti.
García Lorca fascinó fácilmente a sus coetáneos por su multifacética personalidad. Artista nato como pocos (también fue un excelente dibujante y pianista), el escritor se instaló en la escena literaria de su tiempo con “Romancero gitano” (1928), un libro que ya contiene los signos más originales de su producción posterior: la marca estética estrictamente andaluza, el registro del pueblo trashumante de los gitanos.
Y también la fuerza de la tragedia, la fatalidad y la muerte; material que trabajó exhaustivamente en su dramaturgia y que dio títulos, escenificados una y otra vez tanto en España como en distintos países de Latinoamérica, con el mismo éxito que obtuvieron en sus primeras puestas.
“Si muero, dejad el balcón abierto. El niño come naranjas. (Desde mi balcón lo veo). El segador siega el trigo (Desde mi balcón lo siento). ¡Si muero, dejad el balcón abierto!”
La lista es extensa y más que conocida: “El maleficio de la mariposa”, “Mariana Pineda”, “Títeres de cachiporra”, “La zapatera prodigiosa”, “Bodas de sangre”, “Amor de don Perlimpín con Belisa en su jardín”, “Yerma”, “Doña Rosita, la soltera”, “La casa de Bernarda Alba”, “El lenguaje de las flores” y “Así pasen cinco años”.
Defensor acérrimo y difusor de lo popular, en 1932 Lorca creó la compañía de teatro La Barraca para acercar -y acercarse- al pueblo a través de la representación de obras clásicas del teatro español.
El proyecto de La Barraca fue una suerte de hito para sus detractores y enemigos, entonces ya molestos con sus ideas republicanas, su voz siempre a favor de los marginados, su éxito y su condición de homosexual. Un personaje “incómodo” para la derecha conservadora de su época, defensora de una España tradicional.
En junio de 1936, Federico García Lorca declaró a la prensa madrileña: “Se agita actualmente la peor burguesía de España”, palabras con las que rubricó su ya entonces reconocida postura antifascista y comprometida con la causa de la República.
“Quiero dormir un rato, un rato, un minuto, un siglo; pero que todos sepan que no he muerto… “, pidió el poeta en uno de sus versos. Y le fue concedido.
Sus horas estaban contadas. El 16 de agosto de 1936, poco después del alzamiento militar contra la República (el 18 de julio de ese año), un grupo de falangistas fue a buscarlo a la casa de su amigo en Granada, donde el poeta se había refugiado tras ser amenazado en su residencia de la Huerta de San Vicente.
A la tarde, García Lorca fue detenido y trasladado a una cárcel. Allí permaneció hasta la madrugada del 18 de agosto, cuando fue fusilado por un grupo de sicarios en el barranco de Víznar (Granada).