La iglesia invita, este domingo, a celebrar el regalo más grande de Dios a su pueblo, la “Fiesta de Corpus Christi”, que es la celebración del amor absoluto de nuestro Dios por la humanidad. Es una nueva oportunidad para reconocer la importancia del amor de Cristo presente en la Eucaristía, que es la presencia viva de Cristo entre nosotros. Como comunidad reconocemos a Cristo como centro de nuestra vida, que nos da esperanza y fortaleza, especialmente frente a tantas situaciones de desalientos que atravesamos.
Jesús, presente en el Santísimo Sacramento del Altar, nos invita a recibirlo para llenarnos de esa fuerza que tanto necesitamos y sentir su presencia que nos colma de paz y fortaleza. Es el mismo Salvador que nos ha amado hasta dar su vida por nosotros y que sigue estando cercada de cada uno con su presencia amorosa. En el Santísimo Sacramento del Altar Él cumple la promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Cada vez que nos acercamos con fe para adorar a Cristo, nos conectamos con el amor incondicional del Dios que siempre nos cuida y nos protege.
La celebración de Corpus Christi, nos invita a reflexionar sobre nuestra identidad como seres humanos, que somos un solo cuerpo. Estamos conectados y vinculados más allá de nuestras diferencias culturales, nacionales o étnicas. Ante los problemas existenciales, como transitamos con la pandemia, pudimos reconocer que somos una comunidad donde se comparten los problemas y las soluciones. Estamos llamados a ser este cuerpo de Cristo, viviendo una gran fraternidad y amor, como nos enseña el mismo Jesús.
Frente la crisis económica actual que estamos atravesando como país, estamos llamados a vivir y experimentar la misma solidaridad que vivió la primera comunidad Cristiana: “La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio, nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común… no había entre ellos ningún necesitado… porque se repartía a cada uno según su necesidad.” (Hech 4, 32-36).
En esta solemnidad de Corpus Christi necesitamos un gran gesto de solidaridad; una mirada generosa y misericordiosa a las necesidades de aquellos que sufren física, social, psicológica y espiritualmente. Para ello debemos descubrir el rostro misericordioso de nuestro Dios, en medio de tantas situaciones de desaliento y oscuridad que se vive.… Una solidaridad que nos permita compartir y caminar juntos sin perder las esperanzas.
En cada Eucaristía el Señor nos invita a ser como el peregrino del Evangelio que sale al encuentro de tantos hermanos y hermanas que, como los discípulos de Emaús, que vivieron momentos de oscuridad, soledad, desorientación y hasta la falta de ganas de seguir hacia adelante. Cada vez que comulgamos el Cuerpo de Cristo, somos enviados por Él con la energía y la luz necesarias para iluminar las oscuridades de nuestro mundo, sanar las heridas de nuestros seres queridos y servir con una entrega generosa.
Como todos los años, en nuestra diócesis también viviremos la tradicional procesión, que nos invita a reconocer el Señorío de Jesús en nuestra familia y en la sociedad. Consagramos al mismo Maestro nuestra vida como personas, familias y comunidades. No dejemos de participar, para que sea una hermosa oportunidad que nos permita mantener viva nuestra comunión como Iglesia y que Cristo reine en nuestros corazones. Que juntos descubramos que Jesucristo, es el fundamento de nuestra esperanza y el faro que ilumina nuestra peregrinación por este mundo, hasta el reencuentro futuro.