Continuando el viaje imaginario iniciado la semana pasada por las islas de nuestro Paraná misionero, llegamos hasta la boca del arroyo Yabebiry y a la imponente isla del Toro, escenario de innumerables historias sobre los borbollones, pozones y manguruyúes que habitan el lugar.
Pero hoy seguimos navegando al sur, pasando por la boca del arroyo Santa Ana para luego divisar la chimenea del que fuera el primer ingenio azucarero de la provincia en el Campo San Juan. Metros más abajo, el Pozo Negro, y al llegar a la boca del arroyo San Juan Grande, nos encontramos con un cambio brusco: dejamos atrás nuestro río correntoso y angosto para toparnos con el paisaje cambiado por el hombre en pos del progreso.
Luego pasamos frente a las costas de Candelaria, tratando de encontrar la corredera de Bordón, que ya no está. Llegamos a la boca del arroyo Garupá, la cual cuesta identificar, puesto que ya forma parte del gran lago.
Al contemplar a lo lejos la costa paraguaya, logramos divisar sobre sus barrancas la ermita de la Virgen de Itacuá, que con su mirada fija hacia el río fue testigo de la desaparición de lo que otrora fuera el paraíso de los pescadores de esta zona de nuestra provincia: la isla homónima, más conocida por los misioneros como Isla Cañete.
Esa desaparición dejó para el anecdotario historias como la de Carlos Tarelli, quien a fines de los ‘50 partía de Candelaria para sus excursiones de pesca y nunca se olvidaba de llevar “por las dudas”, una gallina. Con el tiempo y gracias a la abundancia de pique que había en el lugar, esa gallina pasó a ser una más del grupo de pescadores… O también, las anécdotas sobre los albores de 20 Horas de Pesca del Pira Pytá, comentadas por el “Petiso” Salezak, doña Salvadora y don Ladislao Sokol y el histórico Raúl Gravier.
Y así llegamos a la última isla del extremo sur de nuestra provincia, para encontrarnos con la Isla del Medio, que con sus 3,8 kilómetros de extensión y casi 200 hectáreas era la más importante del Paraná misionero. Fue el escenario de memorables historias escritas por pescadores y agricultoresque la habitaban, hasta que allá por el año 84 comenzó a desaparecer gradualmente a consecuencia del llenado del vaso de la represa de Yacyretá.
A mediados de la década pasada, cuando solo quedaba un pequeño mogote de monte de lo que era su parte más alta, afloró la angustia de ver que ya prácticamente era inminente la desaparición total de aquel lugar tan preciado y arraigado en los sentimientos de pescadores, navegantes y amantes de la naturaleza.
Un grupo de posadeños tuvo la “loca” idea de revertir el destino que ya estaba escrito, corriendo la misma suerte que las islas Cañete y Tataindy.
Esos locos se juntaron y formaron el grupo de “Amigos de la Isla del Medio”. Hoy ha pasado casi una década desde que se pusieron a trabajar y a aportar. Con más de 240 socios, hoy día aquel pequeño mogote se convirtió en un paraíso gracias al refulado efectuado por 212 viajes de barcos areneros que vertieron en la isla 34,600 metros cúbicos de arena. También, lo repoblaron de especies autóctonas y sobre todo árboles frutales de la región frente a las costas capitalinas.
Todo ello fue posible gracias a un plan deliberado, hecho a conciencia pero también a pulmón y con mucha pasión; mediante el aporte algunos referentes del grupo que se trazaron objetivos claros y actuaron en consecuencia. Refular casi 100.000 metros cúbicos más de arena para alcanzar los casi 500 metros de largo por más de 150 metros de ancho, es la meta a cumplir para salvar ese lugar tan icónico.
A escasos días de haber conmemorado el Día Mundial del Medio Ambiente -fecha en la que cada día hay menos para festejar- “los amigos de la Isla del Medio”, amantes del río y la naturaleza, nos demuestran que ante situaciones que creemos irreversibles, uniendo voluntades se puede revertir la historia.
Por Walter Goncálves