Días pasados, al pasar frente al club de pescadores de la ciudad de Buenos Aires, fue inevitable recordar a un ser especial, enamorado de su largo y legendario muelle, en el cual hizo sus primeros lances y adoptó a la pesca deportiva como el ámbito en el cual supo cultivar la amistad y ganarse el respeto de todos los que tuvimos la suerte de conocerlo.
Fue a principios de los 90 que me crucé con él en los espigones del club Pira Pytá. Yo recién me integraba con mi familia al club capitalino y en un primer momento me pareció un tipo medio chinchudo, pero al poco tiempo de conocerlo me di cuenta de que era un tipazo, fiel a sus principios, intransigente con la injusticia y transparente como nadie.
Con él tuve la oportunidad de vivir experiencias inolvidables y embarcarme en proyectos que parecían casi imposibles, pero con el empuje que te transmitía y con su acompañamiento todo era más fácil. Como lograr juntar a más de un centenar de alumnos de todas las escuelas especiales de la ciudad de Posadas e igual cantidad de padrinos pescadores provenientes de todos los clubes de la Federación Misionera de Pesca y Lanzamiento (FeMiPyL) para concretar ese primer concurso bajo el lema de que en el mundo de la pesca todos somos iguales.
O la loca idea de juntar de sus exilios a más de 500 chicos relocalizados por la Entidad Binacional Yacyretá para unos encuentros de clínica de pesca y cuidado del medio ambiente, lo que ratificó que aquellos gurises, a pesar del desarraigo, llevaban en su sangre el ADN de ser hijos de hombres de río.
Cómo olvidar su empeño puesto en el acondicionamiento y restauración del viejo galpón de la exYPF, que había sido destinado a transformarse en el quincho de pescadores del club; o las innumerables escuelitas de pesca que organizaba y coordinaba con pasión y mucha alegría congregando a muchos niños, niñas y adolescentes.
Con sus más de 70 años compartimos equipo participando del circuito de pesca deportiva del río Uruguay, que contaba con seis fechas a desarrollarse en los clubes desplegados en la costa brasileña desde Barracón hasta San Borja, y en el cual logró su último gran campeonato.
Así transcurrieron los años… Tuve la suerte de sentirme amigo de aquel tipo transparente y frontal, amigo de los amigos, hasta una tarde de junio en que lo invité a ir a tentar a los armados en el pozo de El laurel.
Con bastante dificultad para subir a la embarcación, partimos. Yo, sin saber que aquella jornada no sería una pesca más.
Ni bien fondeamos, encarnó su anzuelo con cebo, lanzándolo a las profundidades del pozón. Transcurrieron apenas unos minutos hasta que tuvo una corrida a la que presuroso pegó el cañazo.
Trató de pelearlo al pez por un momento, pero me pidió que agarrara la caña porque se sentía con pocas fuerzas esa tarde; a lo que accedí de inmediato, casi sin percatarme de la situación que estaba viviendo mi amigo.
Cuando emprendimos el regreso empecé a comprender que aquel silencio encerraba un momento tan crucial en la vida de mi amigo, pues al desembarcar en la costa me comentó sonriente que había compartido su última jornada de pesca.
Poco tiempo después partió a una pesca más en el remanso infinito dejándonos en la memoria imborrables experiencias vividas junto al río.
En memoria del “Abuelo” Jorge Schaer…
Por Walter Goncálves