Las elecciones que ya se produjeron en lo que va del año en Argentina dejan expuesto el mayor desafío que enfrenta la dirigencia política más allá del enorme reto que representa comenzar a darle fin a la larga crisis.
Los evidentes niveles de apatía ciudadana cada vez que se abre una convocatoria a las urnas expresan una de las mayores preocupaciones de los candidatos a los que les resulta difícil plantear una campaña creíble, confiable y empática con la sociedad.
Esa tensión latente entre los dirigentes los empuja a cometer desde groseros errores a emplear tácticas grotescas. Por allí anda un candidato libertario dispuesto a regalar 100 dólares por día durante hasta las Primarias.
Recientemente se advirtió también a dos alfiles de la oposición volando presurosamente a una provincia para sacarse una foto con otro candidato que, al final de la elección, los hizo “ir al pedo”.
Otros, en cambio, callan ahora sus no tan viejas gruesas críticas a los acuerdos con organismos internacionales y apelan a la vieja pero infalible consigna de “el que pierde acompaña”.
En una elección de tercios como la que podría producirse en poco tiempo los porcentajes, por pequeños que sean, valen mucho y son apreciados.
Por ello son hoy más visibles las inconsistencias políticas. Todos aspiran a llegar con posibilidades a las generales para “darle una solución a la crisis” (al menos eso declaman). Pero para llegar a esa instancia primero es necesario llegar con posibilidades y eso es justamente lo que hoy corre peligro.
La combinación de ausentismo y voto en blanco viene acaparando la atención de los dirigentes que, a juzgar por las elecciones que ya transcurrieron, siguen sin encontrarle la vuelta a las campañas.
Convendría entonces que el oficialismo ponga todas sus energías en moderar los efectos de la crisis para llegar con chances y que la oposición se deje ver con algo más que el nivel de dureza con la que pretende gobernar si es que llega a hacerlo.