El 4 de agosto celebramos la fiesta de San Juan María Vianney, patrono de todos los sacerdotes, en especial de los párrocos que tienen la facultad de animar y conducir la misión evangelizadora. En el marco de esta conmemoración, es oportuno reflexionar sobre su gran riqueza espiritual, la que nos ayudará a transitar estos tiempos difíciles que estamos atravesando como familias y comunidades.
Sus cuarenta años de ministerio sacerdotal y entrega a la comunidad, produjo abundantes frutos espirituales en la fe de la comunidad que supo acompañar y por su extraordinario trabajo y testimonio, desde la sencillez y la humildad, el 31 de mayo de 1925 fue canonizado por Pío XI y proclamado patrono de los curas párrocos. Es un gran ejemplo de liderazgo espiritual en un mundo que vive grandes tendencias materialistas.
San Juan María Vianney nos enseña el valor del esfuerzo ante las dificultades de la vida. Cuando los estudios le resultaban una gran barrera para su vocación, la tenacidad y la confianza en Dios le permitió llegar a la meta. Él nos enseña que ante las adversidades de la vida, tenemos que confiar en la gracia de Dios, que nos llevará a triunfar en la vida y nos acercará a Dios en la fe.
Su ejemplo de vida entregada, de coherencia profunda entre su docencia y su acción pastoral, hacen de él un modelo para cada sacerdote, sea cual fuere el contexto de su misión. Lo que impresiona es que se identifica plenamente con su ministerio, en una entrega radical de su persona. Por su vida simple, pero llena de fe, habla a los contemporáneos y nos recuerda, a cada uno, la realidad fundamental de nuestras vidas: “Dios está presente”.
El ejemplo de vida del Santo Cura de Ars, nos invita a vivir con humildad y buen discernimiento, especialmente las adversidades y contra tiempos de la vida. Es que ellas son ocasiones en las que el mismo Dios nos habla y fortalece espiritualmente. Él nos enseña a confiar en la providencia divina, la que nos conduce a la superación de tantos reveses de la vida.
Ante las prohibiciones y situaciones de contratiempos, San Juan María Vianney, nos estimula a una vida de oración para fortalecer el espíritu. Nos enseña a liberarnos de todos los temores en la vida con la confianza puesta en el amor y la protección de Dios. Nos recuerda que la verdadera obligación del hombre consiste en orar y amar. La oración sincera eleva nuestro corazón a Dios, nos acerca al querer de Dios en la vida.
La oración sincera abre los ojos del alma y nos hace ver nuestras carencias, debilidades como seres humanos, pero la confianza en la grandeza del amor de Dios nos sostiene y fortalece. Nuestras oraciones hechas con confianza, y con una esperanza firme de que Dios puede y quiere concedernos lo que pedimos desde el amor y la justicia. La oración nos ayuda a soportar los sufrimientos de la vida desde el amor. La esperanza nos ayuda a aceptar la voluntad divina y hacer oración tantas realidades propias de la vida.
La fe y la confianza en Dios está puesta a prueba por las situaciones de nuestra vida cotidiana, como nuestros sufrimientos causados por las enfermedades, las crisis económicas, crisis familiar, etc. y son los momentos en que hemos de llenarnos de la fuerza espiritual desde la Palabra de Dios y la Eucaristía que siempre nos anima y acompaña, dejando que la voluntad de Dios se cumpla en nuestra vida.
Que el testimonio de vida de San Juan María Vianney, nos acerque más al amor del Padre Dios que nos hace vencer las cruces de nuestra vida y nos salva.