Por Néstor Saavedra
Al desandar mi paso por el ambiente de este deporte que tanto nos apasiona he tenido la oportunidad de conocer a gran cantidad de periodistas especializados que dedicaron y dedican su vida a difundir la práctica de la pesca deportiva. Camburian, Di Carlo, Pérez Smesa, Mario Dandrea o Ariel Robledo, entre otros.
Con ellos he compartido notas difundiendo las bondades de nuestra región en revistas como Panorama de Pesca, Weekend, Aire y Sol, Puerto Pesca, El Pato, o Cuentanudos; o diarios como Clarín, Buenos Aires Herald o Crónica.
Días pasados me encontré con Néstor Saavedra y hoy les quiero compartir desde su óptica las vivencias del primer relevamiento pesquero de casi 400 kilómetros a lo largo de nuestro Paraná de selvas y cascadas para la revista Aire y Sol.
“¿Vamos a recorrer el Paraná desde Iguazú hasta Posadas?” Las palabras de Cacho Goncalves fueron la mejor carnada para el objetivo que, desde 1996 en que había ingresado, me había planteado para mis notas de pesca en la revista Aire y Sol: diferenciarnos del resto de las publicaciones.
Épocas sin redes sociales, las revista desempeñaban un papel fundamental en la información. Era imposible competir con notas del Litoral, con la revista El Pato, en la que luego trabajé más de diez años, ya que ellos estaban radicados en Santa Fe, cerca de todos los pesqueros. Era imposible, también, competir contra Weekend, en la que también trabajé durante quince años y continúo, por la magnitud de su editorial, perfil, y sus, por entonces, más de 25 años de permanencia.
Alberto Fontevecchia había lanzado Weekend a las apuradas en octubre de 1972, informado de que en ese mismo mes Julio Korn sacaba al mercado Aire y Sol. Por unos diez años, esta última prevaleció, pero a partir de 1985, luego de cambios de editorial y personal, había caído hasta que, en 1994, una nueva empresa la revitalizó inyectándole artículos de gran calidad.
En las notas de pesca yo sabía que, si hacía lo mismo que las demás revistas, mi nota caería en cierta intrascendencia. Por eso buscaba lugares diferentes, combinación de modalidades, peces desconocidos. La propuesta de Cacho llegó en el momento ideal.
Terminaba 1998 y con el querido “Negro” Jorge Rivero, fotógrafo de mil aventuras, nos fuimos a Misiones para conocer el otro Paraná, cuyas aguas se parecen más a las de un lago Patagónico que a las barrosas que lo caracterizan de Isla del Cerrito para el sur.
Conocía a Cacho por haber hecho con él algunas notas en la mágica Isla Pindoí con bogas, pacúes y unos pocos dorados inolvidables por lo difíciles de engañar. Con el apoyo que él consiguió del Ministerio de Ecología (Misiones era la única provincia en tenerlo) y el club Pira Pytá, descendimos casi 400 kilómetros pescando y extasiándonos frente a paisajes increíbles como Puerto Bertoni, la cascada del Yacú Argentino, las islas Parehá y Caraguatay, el temido remolino Bairuzú (superaba lejos los 100 metros de profundidad) o el mítico peñón de Teyú-Cuaré.
Durante cuatro días disfrutamos de mil anécdotas en cinco lanchas que usaron unos seiscientos litros de nafta. Los once titulares, divididos por embarcación, fueron: Croslak y Benítez; Reynaldo Martínez y Luis Rey; Vancsik , Xander (con su gran humor siempre) y Ale Soza; Cardoso y Vázquez; Cacho y Engel. En la isla Toroí se sumaron Rolf y Pepe, que pescaron los armados de la boca del San Juan.
Por entonces yo ya estaba infectado con el virus de la pesca con señuelos. Sea con artificiales o gareteando con morena, tuvimos varios piques de dorados y chafalotes en Montecarlo y Puerto Rico pero, como teníamos que cumplir con la agenda que enviamos a Prefectura Naval Argentina, que nos apoyó en todo el viaje, no teníamos tiempo de insistir en los mismos lugares. Fue una pena, porque seguramente habríamos aumentado mucho las capturas, pero resultaba imposible hacerlo en cuatro días usando las noches para descansar.
“Yuli” Vancsik era nuestro capitán. Con su lancha Cachetel, cargada con todo lo que necesitábamos para comer, beber y pernoctar, iba haciendo punta. Conocía uno por uno los accidentes del río, gracias a su experiencia como agrimensor. Antes de cada curva, ya anticipaba qué es lo que íbamos a ver: piedras enormes de diferentes tonos, selva recostándose sobre la orilla, poblaciones muy poco conocidas del lado paraguayo. Con un río muy bajo, pasar por ciertos estrechos minados de rocas requería de ese “GPS humano”.
Los días fueron muy cálidos pero hermosos. A pleno sol. Algo maravilloso de este tramo del Paraná es que, por ser angosto y correr entre barrancas selváticas, el viento no incide casi nada. La llegada a Posadas estuvo coronada por más rarezas para este joven cronista: si bien se había congregado mucha gente de la costa norte para honrar a la Virgen de Itacuá, mucho más afectivo para nosotros fue la recepción en el Pira Pytá, con bengalas, bocinas, parientes y amigos que venían recibir a estos raidistas enamorados de la tierra colorada y el río esmeralda.
Ha pasado casi un cuarto de siglo y sigo recordando muchas imágenes y risas de este viaje sensacional donde, otra vez en mi vida, la pesca fue una excusa para adentrarme y convivir con la más preciosa naturaleza.