Graciela Amada Ocampos Insaurralde está orgullosa de sus logros, tanto en la Enfermería, donde hizo grandes aportes, como en la Danza, un anhelo que tenía de pequeña pero que pudo concretar recién de grande.
Nació en la localidad paraguaya de General Bernardino Caballero y tras terminar sus estudios secundarios en el barrio Santísima Trinidad, de Asunción, quiso seguir Enfermería universitaria, carrera que había abierto sus puertas en Posadas. Por alrededor de un año, la cobijó la hermana de su mamá, Iluminada Insaurralde de Ibáñez, que, a pesar de tener una familia numerosa, “tuvo la gentileza de hacerme un lugar en su casa” del barrio Belgrano, que apenas comenzaba el proceso de urbanización. Al año siguiente, se independizó y fue a vivir a una pensión familiar. Es que su tía trabajaba muchísimo como modista de alta costura y su tío, como operario de una rectificadora y, si bien sus dos hijos mayores estaban casados, y el tercero estudiaba medicina en La Plata, en el hogar quedaba “una escalerita de siete. A pesar de eso, ella me hizo un lugar para que yo pudiera seguir estudiando, por lo que siempre le estaré agradecida”, manifestó.
La carrera se dictaba en un módulo prestado del viejo Hospital Madariaga, que había cedido el pabellón de Infecciosos hasta que se terminara de construir el edificio propio de la Escuela de Enfermería, situado en López Torres y Mariano Moreno. “Me independicé porque necesitaba amanecer estudiando o preparando trabajos prácticos y, por lo general, había que hacerlo con otra compañera. Y no quería llevarla a casa de mi tía porque ellos ya eran muchos. Además, necesitábamos silencio, que en esa casa no había. Cuando estaba lindo el tiempo, sacaba una mesita y unas sillas a la sombra de un árbol, pero cuando llovía o hacía mucho frío, no había donde meterse. No podía encerrarme en una pieza, adueñarme del espacio y decir que no me molesten porque tengo que rendir. Así que fui a vivir a una habitación que alquilé a una familia”, explicó. Lo bueno, es que en ese lugar vivía la mejor alumna de la carrera, Josefa Yañuk. “Quería estudiar con ‘Peti’ porque era responsable, no faltaba. Se recibió antes porque ya era maestra y había ejercido en su pueblo, Cerro Azul, mientras que yo fui haciendo la carrera por etapas”, agregó. Es que, para ese entonces, para palear los gastos, ya había empezado a cuidar a pacientes particulares a domicilio, en sanatorios, clínicas, durante el turno noche.
Reconoció que la ayudó mucho una profesora jubilada, Serafina “Nina” Aguirre de Diez, que era la supervisora general del viejo Madariaga y, también, supervisora general de enfermería en un sanatorio privado de calle Córdoba, cuando era el único que tenía terapia intensiva. Es que “ella tenía mucho poder y mucho conocimiento, una docente a la que yo admiraba. Quería parecerme a ella, era mi ídolo en la profesión. Era muy rigurosa, muy exigente y yo me gané su confianza y cariño, haciendo buena letra. Como alumna era muy aplicada porque en mi casa se manejaban al estilo militar. Como mi educación fue muy rigurosa, fue fácil adaptarme. Le pedía que me ayudara a conseguir pacientes dentro del sanatorio. Los familiares que tenían a un operado, por ejemplo, le pedían una enfermera para la noche, que era el horario más difícil para conseguir un cuidador. Entonces, ella se encargaba de ofrecer mis servicios, de fijar los precios y de establecer las condiciones. A mí me enseñó mucho sobre el tema y a hacerme conocida en el ambiente”.
Como su tía, su madre también era modista de alta costura. “Veía los trajes que confeccionaba para las hijas de sus clientas, y soñaba con tener uno. Cuando ella se acostaba a dormir la siesta, me probaba las polleras por encima de la ropa y hacía pasos de danza mientras me miraba en un espejo de cuerpo entero”, contó, emocionada.
Se inclinó por la Pediatría
Trabajó en varios sanatorios, cubrió licencias y francos. También cumplió tareas en la desaparecida Clínica del Diagnóstico y Tratamiento, y en un policlínico, que abandonó cuando salió su nombramiento en el Ministerio de Salud Pública. Empezó sus actividades de enfermería en la Unidad Geriátrica de Miguel Lanús, bajo la dirección de José Miérez. En ese lugar ejerció un año y se cruzó al otro extremo de la especialidad, pidiendo su pase a Pediatría -en ese momento era Pabellón de Pediatría-. Junto a su colega, la licenciada Nidia Borjas, y a un grupo “excelente de profesionales”, formó el Servicio de Terapia Intensiva de Niños, que “no existía en la provincia ni siquiera en la parte privada”. Fue durante la gestión del entonces gobernador Julio César Humada, y del ministro Arnaldo Pastor Valdovinos, quienes, como médicos, “fueron muy sensibles con este tema”. Junto a la religiosa, María Virginia Coronil, que era la supervisora general del Pabellón de Niños en aquella época, “sensibilizamos al ministro y fundamentamos porqué era necesario crear el servicio de terapia intensiva”.
Estaba disponible el espacio físico y archivado el mobiliario al igual que la aparatología, que “estaba juntando tela de arañas”. Explicaron a las autoridades que “con muy pocas cosas podíamos crear el servicio y fue un desafío que pudimos concretar. Cuando anunciaron la creación, nos dieron 20 días de plazo para que comenzara a funcionar. Eran tres habitaciones grandísimas, con tela de arañas, y cosas archivadas. Pedí que afectaran a personal de mantenimiento para desempacar las cajas y cajas de aparatos, y para armar las camas. También, que pongan a disposición a personal de electro medicina para conectar y probar los aparatos, y 20 enfermeras para habilitar seis camas de terapia intensiva de niños”.
Le facilitaron doce profesionales “propuse habilitar cuatro camas para empezar, ya que había que capacitar al personal porque nadie tenía experiencia en terapia de niños. Y nosotros estábamos predispuestos a aprender. Se creó el 20 de julio de 1988, por lo que ya cumplió 35 años. Me llena de orgullo haber sido parte de esa iniciativa. Estaba como supervisora de quirófano de niños, de emergencia de niños y de la sala de cirugía y ortopedia infantil, donde se internaba a los chicos una vez que eran operados”.
“Me exigí mucho, pero me siento realizada como mujer, como profesional. Amo a Posadas, a Misiones, a Argentina, porque es mi segunda patria y, además, porque acá logré todos mis sueños, todo lo que quise. Me costó mucho, pagué un precio muy alto por todo, pero logré todo tal como lo imaginé”.
Paralelamente, crearon el servicio de terapia intensiva de niños. El jefe de ese servicio fue Manuel “Manolo” Riera, que, a los seis meses fue reemplazado por Jorge Abel Gutiérrez. A todos, “los recuerdo con mucho cariño porque en ese momento, cuando recién creamos, había que estar mucho tiempo ahí para organizar, capacitar. Formaron parte también de ese plantel el doctor Oscar López, Luis Esquivel, una médica (Meli) que se radicó en Alemania y, otra, que vive en España. Todos formaron parte de ese primer plantel de médicos que prácticamente vivían dentro del hospital. Nos ayudamos unos a otros porque teníamos que sacar adelante ese servicio en el que tuvimos casos realmente muy críticos, muchos de ellos se recuperaron y otros no. Pero pusimos lo mejor de nosotros para poder sacar adelante un servicio que representó fue un desafío muy grande”.
Amor por la danza paraguaya
Ocampos Insaurralde siempre quiso ser profesora de danzas. Esa fue su verdadera pasión desde niña, pero cuando planteó el tema a su madre, María Magdalena Insaurralde, “me dijo que era una pérdida de tiempo, que no era para mí. Dejé pasar porque estaba en la primaria. Cuando terminé la secundaria y me volvió a preguntar, qué era lo que quería estudiar, le contesté: danza. Me volvió a responder que era una pérdida de tiempo, que era para hijas de ricos y que buscara otra profesión”. Ese día, miró a su madre con bronca y le aseguró que, algún día, “cuando trabaje y gane mi propio dinero, voy a pagarme los estudios, sin importar si debo invertir en ellos 12 años de mi vida, pero nadie podrá criticarme ni decirme nada”.
La idea siempre estuvo latente. Cuando se afianzó en la parte privada, antes de entrar a Salud Pública, cruzó en lancha hacia Encarnación –aún no estaba el puente- y acudió la Escuela Municipal de Danzas de esa ciudad que quedaba en la Zona Alta, cerca de la Municipalidad y era la única que enseñaba danzas folclóricas. Las clases estaban a cargo de docentes que venían de Asunción porque aquí, recién se estaban formando.
No fueron momentos fáciles porque cruzaba todos los sábados con la primera lancha y volvía corriendo hasta la Zona Baja para regresar con la última embarcación. En solo 40 minutos el pasaje estaba de este lado del río porque “era todo más dinámico”. El primer día consultó sobre las condiciones, los costos, el uniforme (torso con medias y zapatillas de color rosa, una pollera amplia), al punto que tenía todo lo que necesitaba cuando faltaban ocho meses para el inicio de clases. Entusiasmada, cambió pesos a guaraníes para la inscripción y las tres primeras cuotas. “Hacía todo por adelantado. Era muy previsora, planificaba con mucha antelación. A nadie le conté que estaba estudiando danzas porque no quería que opinaran de mi plata y mi tiempo”, expresó.
Con el tiempo, se fue acercando a la Casa Paraguaya de Posadas que, en aquel momento era una institución que organizaba muchos eventos para las fiestas patrias de Paraguay y de Argentina, e incursionó en algunas representaciones aun siendo estudiante. Se festejaba, por ejemplo, el Día del Inmigrante y todas las colectividades acudían a la plazoleta de Colón y Roque Pérez con sus respectivas banderas y trajes típicos para participar del acto y depositar una ofrenda floral.
Costoso, pero con resultados
Tras recibirse de licenciada y trabajando en Salud Pública como jefa del Departamento Enfermería, “me pareció importante tener un posgrado a fin de asegurarme el cargo que estaba ocupando. Opté por ser especialista en Salud Mental en la Universidad de Ijuí, Brasil, tras dos años de cursado. Un módulo se dictaba en Posadas y, otro, en Santa Rosa, Brasil”. Más tarde, un grupo de profesores de la Facultad de Medicina de Corrientes hicieron un estudio de mercado para dictar en Posadas la carrera de Magíster en Salud Pública. A pesar que quería continuar con sus estudios de danza, resultó seleccionada entre 350 postulantes y terminó los estudios en tiempo y forma, entre las cinco primeras egresadas.
Si bien la danza seguía postergada, el propósito estaba firme. Para ese entonces, habían cambiado el plan de estudios y agregaron 26 materias (historia de la danza, diseño, vestuario, maquillaje social, maquillaje artístico, maquillaje fantasía, entre otras).
Pero decía, “no tengo vicios, así que voy a terminar mi carrera. Iba a Encarnación con mi hijo Lucas Ocampos Insaurralde (25) y nos quedábamos el sábado durante todo el día. Cuando tenía un seminario intensivo de actualización, nos quedábamos para el domingo porque venían profesores de Asunción o de Brasil. Seguí hasta que terminé y presenté mi tesis al año siguiente. Cuando me recibí de profesora superior de Danza Folclóricas Paraguayas, tenía 52 años. El título implicaba danza clásica, moderna y había que perfeccionarse en lo que a uno le gustaba. Me habilita para enseñar danzas folclóricas paraguayas, que también me apasiona. Ni cuando me recibí de Magíster sentí tanta emoción. Fue más importante, a pesar que ya actuaba y había formado mi grupo de danzas”.
Amor por la tierra roja
Cuando se recibió de licenciada en Enfermería se propuso asistir al Congreso Mundial de Enfermería, que se hizo en Madrid, en 1993. “Quería saber cómo era, para tener experiencia. Comencé con los preparativos, un año y medio antes. Quería conocer París, Holanda, para lo que fui hablando con personas que ya habían viajado a Europa. Durante un mes, viví una experiencia fantástica porque vinieron colegas de los cinco continentes, se dictó en español, francés e inglés y éramos más de diez mil participantes”, confió.
“Soy una mujer muy emprendedora que siempre buscó alternativas para no quedarse solo con el ingreso de Salud Pública porque también tuvimos hiperinflación, deflación, devaluación, efecto tequila, llegó un momento que nuestro poder adquisitivo se redujo bastante. Cuando era estudiante vendía productos plásticos para la cocina, después ollas, hasta que me enganché con el seguro”.
Permaneció diez días en Madrid, seis en París y el resto en Holanda, donde residía un amigo. “Dos días antes de volver a Argentina me puse nostálgica y tuve una crisis de llanto, porque encendía el televisor y no entendía nada, tampoco en la radio y el diario captaba nada, sentí como una desesperación por comunicarme. Quería volver. Lo hicimos vía Asunción y con otra colega tomamos el colectivo para llegar a Encarnación. Contratamos un taxi para cruzar el puente y cuando lo trasponía, fue como que se me abrió el alma y me puse a aplaudir. Estaba emocionadísima por cruzar el puente. Me corrían las lágrimas”, recordó.
El funcionario de Migraciones preguntó: “¿Qué le pasa señora? Estoy emocionada de volver. Estuve un mes afuera y extrañé mucho, aunque usted no lo crea. Y eso que pasé muy bien en Europa. Pero no veía la hora de llegar a Posadas, a pesar que papá -Antonino Ocampos Cataldo- y dos hermanos fueron a esperarme al aeropuerto de Asunción para llevarme a la casa paterna. No, quiero ir a Posadas, vuelvo en otro momento”, se excusó. En la capital misionera “no me esperaba nadie, pero cuando llegué a mi casa fui feliz, a pesar de las telas de araña y el polvillo sobre los muebles”.
Ocampos Insaurralde aseguró que “Misiones y yo, nos adoptamos mutuamente. Me siento de acá. Cuando estoy unos días de vacaciones en Asunción, solo pienso en volver. Extraño, porque acá tengo todo. Mis raíces están allá, pero acá tuve mi empleo, logré los objetivos que quise, se cumplieron todos mis sueños como quise entonces, amo a Posadas y amo a Misiones”.
Formó parte de la comisión de egresados que logró la creación de la carrera de Licenciatura de Enfermería en Misiones. También de la primera Comisión Directiva del Colegio de Enfermería y “con orgullo, puedo decir, que la sede del colegio funcionó durante dos años” en su casa de Córdoba casi Corrientes. Ese es el orgullo porque “lo poco que pude, el poco poder que tuve, lo usé para el beneficio de la Enfermería, para jerarquizar la profesión, que fue otro de mis sueños. Fue un trabajo en equipo, dejamos huellas, sin la tecnología de ahora”.