Por: Lic. Hernán Centurión
Alarma generalizada, es por estos días la sensación que corre por una parte de la sociedad luego que quien más votos sacara en las elecciones primarias haya sido Javier Milei. Nadie había tenido en cuenta que entre los discursos explosivos, con críticas puntuales y absolutamente cargadas de sentido común contra la casta política y sus privilegios, iba captar la voluntad de uno de los tres tercios de la gente que fue a votar.
Se multiplican las reuniones, asambleas y manifestaciones para mostrar lo peligroso que puede ser que este candidato libertario llegue a la presidencia y haga recortes presupuestarios que pueden dejar a miles de trabajadores del Estado fuera de su zona de confort. No se habla de despidos en personal de planta, sino reasignación de tareas en esos casos. Si elimina ministerios tal como lo dijo públicamente, sí habrá miles de contratados que se quedarán en la calle.
Esto también traería aparejado recorte de fondos de miles de programas de todo tenor y presupuesto. Sería parte de ese sobrecumplimiento de metas que Milei prometió respecto a lo que pide el FMI para continuar con el desembolso de dólares.
En definitiva, lo más probable es que no haya fondos “para nada” si esa plata no se genera de forma genuina sin que tener que apelar a la máquina de imprimir billetes del Banco Central. Como quien baja una perilla y apaga la luz, de un día para el otro ya no habrá dinero para sostener actividades. Es lo más parecido a lo que suele suceder en Estados Unidos, cuando el Congreso no aprueba presupuestos. El gobierno “cierra” y es común ver a los empleados estatales salir de los edificios con sus pertenencias en una caja.
De ahí que existe ese gran temor a que todo cambie, el miedo a alguien que lo dijo abiertamente, “la justicia social es un robo”. Esa máxima viene a tocar la base política cultural de este país que entre peronistas y radicales forjaron el imaginario colectivo en el que siempre está el Estado para asistir a los que no están en las mismas condiciones que los que tienen más recursos. Pero ahí es donde Milei pone el dedo en la llaga, puesto que entre tanto asistencialismo también se creó la cultura de la dependencia.
La presencia del político, el puntero, el benefactor, el “papá” de todos los desvalidos. Ergo, siempre fue necesario ese “shifter”, esa persona que toca unas teclas, que llama a alguien para ayudar al pobre. Esa persona tiene poder y tiene dinero para ayudar, pero no se discute de dónde salió ese dinero.
Siempre estuvo inmanente la impunidad que dan las urnas para manejar discrecionalmente la plata que recauda el Estado con los impuestos. Nadie les pide que rindan cuentas, porque el control lo hacen ellos mismos. Algunas de las más grandes fortunas de este país se hicieron desde el Estado.
En 20 años alguien puede pasar de ser un asalariado a tener múltiples propiedades (a nombre de terceros) y parece que está bien porque así es “la política”. ¿Cómo la sociedad llegó a naturalizar algo así? Pero ayuda a los pobres. Hood Robin, el cuento al revés de Robin Hood.
Siempre es fundamental la presencia del pobre como eje de toda acción de gobierno. No les sirve que parte de su base electoral haya salido de la posición humilde y escalado algunos peldaños en la escala social, porque después “vota a la derecha”, como a Mauricio Macri en 2015.
Para volver al punto inicial ¿cuál es la alternativa que propone Milei al Estado asistencialista? La caridad individual, que puede tornarse colectiva si las voluntades se unen para ayudar a los que menos tienen.
Desaparece el Estado nacional como el intermediario. Y hay que separar Nación y provincias porque es improbable que los recortes presupuestarios los hagan los gobernadores.
Salvo que empiecen a recibir menos fondos de Nación y se vean obligados. Como el IETE (Impuesto Extraordinario Transitorio de Emergencia), que en los ‘90 recortó salarios de empleados públicos y jubilados para lograr equilibrio fiscal “en beneficio del interés general” en Misiones.
Otra alarma que sonó en los despachos de los gobernadores fue la intención de Javier Milei de eliminar la Coparticipación Federal. Su intención es que cada provincia genere sus propios recursos.
Pero tampoco es algo que lo puede hacer de la noche a la mañana. Existe el Congreso de la Nación y la misma democracia con sus instituciones generará sus propios contrapesos. Pero principalmente porque no es el peronismo el que lo impulsa. La historia reciente nos mostró que no hay nada imposible cuando el peronismo se lo propone. Ni vender empresas públicas ni recortar salarios. Hoy todos niegan al que en los palcos abiertamente le decían que era “el mejor presidente de la historia”.
Milei dijo en varias entrevistas que no iba sacar los planes sociales porque entiende que hay millones de personas que necesitan de esos ingresos para poder vivir. Habló de cambiarlos gradualmente por trabajo, aunque sabemos que eso puede llevar varios años y en caso que acceda a la presidencia, el electorado podría decidir que se retire de la escena y así finalmente no llevar a cabo nunca los cambios radicales que podrían cambiar definitivamente al país.
Una idiosincracia no se cambia en un periodo presidencial, no lo hace un presidente, debe venir desde abajo y cabe preguntarse cuántos son los que realmente quieren que cambie Argentina.
¿Son más los que prefieren un Estado sobreprotector, que la macroeconomía sea un desastre aunque cada diez años estemos hundidos en una crisis? Para que un Estado cumpla con esas funciones necesita fondos, y si cuando no hay dinero por factores externos que pueden ser diversos, solamente se apela a la emisión monetaria o la deuda a la espera que “cambie el viento”, no hay economía ni votantes que lo soporten. Así estamos desde 1983.
Ese cambio de país si un día llega a ocurrir, lo harán las nuevas generaciones, los que hoy tienen 20 años. Porque de los que votaron por primera vez en los ’90 hacia atrás, hay una creencia profunda que el destino de la patria está intrínsecamente ligado a la historia del peronismo. Sin peronismo no hay Argentina posible, sin justicia social la sociedad es inviable.
Son dos de las máximas indivisibles del ser, de aquellos que al escuchar la marcha o ver a alguien poner los dedos en V, entran en un estado cuasi religioso, de idolatría a los símbolos y figuras que encarnan a “salvadores de la patria”, aunque esto no se ajuste a la realidad histórica y sólo reine en el mundo de las creencias.
Entre medios y periodistas se han encargado de instalar el fantasma de la pesadilla que puede volver a vivir la Argentina con un gobierno de derecha como el de Milei. Se entiende que de uno u otro lado les conviene que siga el kirchnerismo o que vuelva Juntos por el Cambio al poder.
Son cuatro años más de aire, de pantalla y de pauta. Nadie vive gratis, nadie habla bien de determinado sector político solo porque adhiere a sus ideas. Siempre van a pedir y siempre va haber dinero-trabajo a cambio. De ahí que las opiniones que se puedan escuchar a favor o en contra de uno u otro candidato estén bañadas en intereses particulares. El público abreva en uno u otro si le confirma sus propias convicciones.
Todo lo que propone Milei genera desconfianza, puesto que mayormente es algo que nunca se vio en nuestro país. Muchos intentan compararlo con el liberalismo de Menem en los ’90, pero está muy lejos, porque se trata de un anarco capitalismo.
Profesa un odio al Estado, por lo cual lo acerca mucho más a los anarquistas de comienzos del siglo XX. Con Menem hubo una desarticulación de lo estatal. Ocurrieron las privatizaciones de las empresas públicas, pero no hubo una guerra contra el Estado parasitario como lo profesa Milei. Menem era de la misma “casta” peronista camaleónica, aunque neoliberal.
Y ante la inflación descomunal que vive Argentina, el libertario ahondó en su propuesta de ir hacia la dolarización de la economía. Esto se sabe porque un ex funcionario del área económica de Carlos Menem que ya estaba retirado, apareció en los medios para contar que lo habían convocado para empezar a instrumentar una eventual dolarización en caso que Milei sea presidente.
Pero no alcanza con la voluntad de eliminar los pesos por la moneda estadounidense. Primero debe haber un aval de Washington y por el momento ningún funcionario de ese país dijo que estarían de acuerdo con que Argentina dolarice su economía.
Sin bien durante la convertibilidad en nuestro país se utilizaba el peso argentino, ese valor de 1 a 1 con el dólar existió más allá de las cuestiones técnicas, porque el denominado “Consenso de Washington” dio el ok para que las políticas liberales llegaran a América latina. Entre ellas aceptaron el plan de convertibilidad de Domingo Cavallo y Carlos Menem. Hoy es otro mundo.
Por último, hay que destacar aunque no guste a muchos, que la democracia argentina halló en Javier Milei una vía de escape y si se quiere un escarmiento para la clase política tradicional, que no arregló nunca los problemas del país.
No es que la población hubiera querido que seamos una potencia global, solamente que fuéramos un país normal como algunos de nuestros vecinos y no con una inflación desquiciada como la que tenemos actualmente.
El gobierno de Cristina Kirchner terminó con un índice de precios del 25% anual. En el 2011 instauró el cepo porque la economía ya se había quedado sin dólares. Hasta ahí llegó el modelo kirchnerista que solamente se mantuvo con emisión monetaria y relato. Macri dobló el índice de inflación y pidió préstamos siderales porque no se animó a realizar los recortes presupuestarios por el riesgo que prendieran fuego el país el peronismo en la oposición.
Alberto Fernández empeoró todos los índices y culpó a la pandemia y la guerra en Ucrania como si sólo hubiera ocurrido en Argentina.
Los países de la región pasaron por lo mismo pero no se hundieron como nosotros. La gente se cansó que le tomen el pelo. Y por eso apareció Milei, quien puede llegar a ganar en Primera Vuelta. La culpa es de los políticos argentinos, no de los votantes.
Ellos mismos crearon a la bestia a la que ahora temen. Y por los votos que sacó en las PASO, parece que son más los que no le tienen miedo. Las generales de octubre están prácticamente “al otro lado de la eternidad” y habrá que ver quién logra canalizar los votos en blanco y si la gente decide ir a votar por quién lo va hacer. A los libertarios los corren con el miedo a que “vuelva la derecha”.
¿Por qué no hablan de la angustia que genera este gobierno nacional y popular? Nunca, un gobierno peronista había dejado a sus votantes sin esperanzas. Esta vez lo lograron. Cuando ganaron Alberto Fernández y Cristina Kirchner en 2019, el comentario generalizado fue que había como mínimo otros 20 años de peronismo. Se les terminó el crédito.
Todo el peronismo unido quedó tercero. Basta de la mentira, el votante se cansó de remarla en dulce de leche. ¿Es Milei la solución? Nadie lo sabe. La democracia, lo único que tiene el argentino para defenderse, lo va decidir en este octubre y en las legislativas del 2025.