En los años vividos en este mundo que tanto nos apasiona, todo pescador atesora en su memoria anécdotas que quedaron marcadas a fuego. Hablar sobre el gran pez que fue capturado alguna vez en tu vida o aquel que se escapó y que por supuesto, siempre fue el más grande; e incluso hablar de esas pescas pésimas donde no sacaste ni una mojarra.
Todas ellas, son anécdotas que nunca faltan en cada reunión de amigos pescadores o en el fogón campamentero. En estas historias de hombres de río siempre afloran la amistad y la camaradería escritas en un ámbito totalmente alejado de la vorágine del día a día; en lugares que nos dan la posibilidad de disfrutar los murmullos del monte y el sonido de las aguas en correderas y borbollones de nuestros ríos de selvas y cascadas.
Hace muchos años, a sabiendas que se estaban dando muy buenas capturas de bogas en esta época del año, recibí la llamada de mi amigo Néstor Saavedra quien tenía la intención de hacer notas periodísticas para distintas revistas de pesca con tirada nacional.
Así fue que finalmente un jueves 28 de agosto le comenté que se estaba dando muy buena pesca en la zona y ultimamos detalles para encontrarnos en pocos días.
El sábado 8, bien temprano ese día fui a buscarlo a la terminal de Posadas. Néstor llegó junto a su amigo y colega de trabajo, el Negro Rivero, afamado fotógrafo de revistas taquilleras.
Luego de dejar sus pertenencias en el hotel, nos trasladamos hasta el Club Pira Pytá, donde nos esperó Pepe Zembruski encabezando tres embarcaciones que nos acompañarían a tentar a las bogas y a los pacúes aguas abajo, zona de Tres Palmeras.
Previamente, habíamos pactado pescar durante el sábado y el domingo, de manera tal que pudieran regresar a última hora de ese día a la Capital Federal.
Las que serían las protagonistas de aquella nota finalmente no se dieron en aquella primera jornada, a pesar del muy buen pique que venía sostenido en la última quincena. Por ello, apostamos todo en la segunda jornada en la zona de la Isla Cañete, donde hasta el viernes habían capturado unos hermosos ejemplares de boga. Pero mandinga metió la cola y nuevamente la jornada estuvo sumida en el fracaso y, con gran impotencia, definimos prolongar un par de días más la estadía de los periodistas.
Ya en la tercera jornada -lunes 10- volvimos a navegar aguas arriba para intentar nuevamente en la zona de la isla Sarandí y aguas arriba del arroyo San Juan, muy buenos pesqueros para las especies que buscábamos. Invadidos de ansiedad, logramos un par de capturas que no colmaban las expectativa, pero por lo menos no era nula la pesca.
De regreso al club, nos informaron que el gran cardumen estaba en la zona de la Isla Pindoí. Entonces nos contactamos con el cuidador y pactamos encontrarnos a primera hora del martes para hacer el último intento.
Aquella noche el clima fue cambiando y ese martes amaneció nuboso y ventoso. Igualmente, partimos a primera hora en auto hacia Corpus. Ni bien llegamos, tipo 7, nos estaban esperando dos embarcaciones en la costa y partimos para aprovechar el buen pique de las primeras luces del día. Fuimos a la zona del “muñeco de piedra”, que estaba aguas arriba de la corredera La Cristiana, sobre costa argentina.
Ni bien fondeamos, los baqueanos del lugar nos sugirieron que para capturar las grandes bogas había que tentarlas con tambú, ese gusano que crece en los troncos putrefactos del monte y la suerte cambió.
Pocos minutos transcurrieron hasta que Néstor tuvo una feroz corrida y posterior clavada de un gran ejemplar que no quería darse por vencido. Pero, luego de transcurrir unos minutos, logró acercarla a la embarcación y bonetear una boga que superaba los 6 kilos, colmando las expectativas de los periodistas.
Mientras el Negro Rivero lograba las capturas fotográficas, nuevamente dos de las cañas que teníamos en el agua tuvieron sendos piques y en menos de una hora habíamos capturado los ejemplares necesarios para una gran nota. Apenas había transcurrido una hora de estar en el agua y ya estábamos emprendiendo el regreso a la costa y así volver a la Capital. Yo con la satisfacción de haber podido lograr el cometido después de tres días agónicos donde la suerte nos había jugado una mala pasada.
Néstor contento porque la larga espera valió la pena, puesto que las piezas capturadas le daban la posibilidad de transmitir a los lectores de las publicaciones de pesca las bondades que otorgaba a los pescadores este sector del río Paraná.
Siendo las 8.40 de aquel martes abordamos el vehículo que nos llevaría de regreso a Posadas. Apenas dejábamos la costa del río cuando se me ocurre prender la radio y en ese instante escuchamos a Andy Kusnetzoff con la loca noticia de que se estrelló un avión de pasajeros contra el World Trade Center; frente a lo que Néstor incrédulo dijo: “este Andy y sus locuras!”. Al instante pusimos un CD para escuchar buena música mientras viajábamos hacia San Ignacio. En el viaje celebramos la buena suerte que tuvimos aquel día; pero al llegar a la ciudad de las ruinas, decidimos hacer un alto en el camino para tomar un refrigerio sin saber que en breve toda nuestra aventura pesquera pasaría a un segundo plano.
Al llegar al parador, pasadas, las 10.30, nos llamó la atención la gran cantidad de automóviles estacionados en el lugar. Apenas bajamos del vehículo nos encontramos con una pared de gente que atónita contemplaba las imágenes de un gran televisor que plasmaban en tiempo real la caída de las Torres Gemelas.
Entendimos entonces que no se trataba de una de las usuales picardías del periodista porteño, sino que estábamos frente a un hecho que cambiaría la historia de la humanidad para siempre: ese 11/9/01 además de llevarse consigo 3.000 almas; fue solo el comienzo de un largo período de venganza, muerte y destrucción.
Por Walter Gonçalves