Conocimiento, perseverancia, ganas, mente positiva y buen humor. Todo ese potencial, llevado a la práctica, es el condimento que Benedicto Elías Yung (92) encuentra cada día para afrontar los desafíos.
Nació en Cerro Azul el 11 de febrero de 1931 pero como en su pueblo no había Registro de las Personas, lo anotaron en Olegario V. Andrade. A los 12 años tomó la comunión en la iglesia “Santa Inés” de esta localidad, para la que su abuelo Otto Yung gestionó la campana, traída desde Brasil, y la instaló con la ayuda de los vecinos del pueblo.
En sus años mozos, se había presentado a cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, pero como “no me quedé”, fue hasta Jardín América para trabajar en un aserradero. Fue entre 1955 y 1956, y permaneció en ese lugar cerca de diez años, hasta que pudo comprar cinco hectáreas de tierra en Hipólito Yrigoyen y salieron los permisos para la plantación de yerba mate. “Era en la época del presidente Perón cuando salieron los primeros permisos porque hasta ese momento estaba prohibido plantar. Había exceso de producción, pero en el momento que comenzó a faltar el producto, permitieron que plantara quien todavía no lo había hecho”, contó, quien es considerado pionero de Hipólito Yrigoyen y, por ese motivo, recibió orgulloso un reconocimiento de manos del exárbitro de fútbol internacional argentino, Néstor Pitana, cuando el municipio celebró su 50 aniversario de creación.
Rememoró que, cuando llegó a ese lugar, su propiedad estaba rodeada de colonos que recién se iniciaban, los había de todas las nacionalidades, pero, en su mayoría, alemanes.
“La sociedad no pone énfasis en los abuelos, cuando ellos tienen proyectos, ilusiones y sueños, como los de Benedicto, de poder hacer algo nuevo, algo que le haga bien, demostrando que se puede. Él es muy inquieto, camina todo el tiempo. Tiene un vivero, tiene una huerta donde produce verduras, y sigue corriendo maratones”, expresó Andrea Báez, psicóloga del hogar, durante una entrevista brindada a FM 89.3 Santa María de las Misiones, la radio de PRIMERA EDICIÓN.
El producto que más se vendía era el tung, con cuyas pepitas se elaboraba aceite industrial. La exruta nacional 12 atravesaba el pueblo, que apenas asomaba, pero un tiempo después, cambió su recorrido, por lo que el casco urbano quedó alejado de todo el movimiento. Ese fue una de las cuestiones que motivó a Yung a mudarse definitivamente a Jardín América, previo paso por el Registro Civil y, por la iglesia, en Corpus. Se casó con Rosa Heinemann, hija de una familia de agricultores de la zona, con quien tuvo a sus tres hijas: Nancy, Graciela y Andrea, quienes le regalaron siete nietos: Matías, Tomas, Irina, Chelsea, Cintia, Leticia y Ayelén.
“Nos mudamos a Jardín América porque queríamos progresar, ya que el nuevo trazado de la ruta complicó un poco el panorama”. En el nuevo destino, se dedicó al comercio. Puso un almacén de ramos generales, que era la sucursal 101 de la Cooperativa Santo Pipó Sociedad Anónima. Se vendía de todo, hasta bebidas por copeo. Era un trabajo arduo y en familia. Los fines de semana había que empaquetar todo porque la mayoría de las mercaderías venían en bolsas. “Había que fraccionar el azúcar, la harina, la grasa, había que empaquetar todo, y para la atención no había horarios porque el cliente que venía fuera de hora te golpeaba la ventana, y se lo atendía igual”, acotó. A un costado del negocio, Yung también vendía autos y tractores para algunas firmas comerciales del momento como Pacheco Hermanos o León Spaciuk, de Apóstoles. El local estaba emplazado sobre la ruta 12, a una cuadra de conocido hospedaje “Gallo de oro”, en aquel entonces, punto de referencia para viajantes y transportistas.
Aseguró que a las ganas de progresar las llevaba adentro. “Siempre fue así porque mi papá, mi abuelo, siempre fueron colonos, se sacrificaban en la chacra, y nosotros ya queríamos otra cosa, salir adelante de otra manera. Lo logré en gran parte. A Jardín América le debo mucho, y lo extraño mucho también”.
De espíritu inquieto
Participó de numerosas actividades sociales, religiosas y deportivas que tuvieron lugar en esa ciudad. Aprendió a jugar al bowling y siendo miembro de la comisión directiva del Club Germano Argentino se comenzó a construir la cancha para la práctica de esa disciplina. Se destacó como jugador en el equipo de caballeros, que salieron campeones provinciales en varias ocasiones. Luego, fue el director técnico del equipo de damas de bowling, de esa entidad, llevándolas al podio de campeonatos provinciales en reiteradas oportunidades. En ese ámbito, contaba con “muy buenos colaboradores”, entre los que recordó apellidos como Jacob, Bongers, Sauer, Heisler, entre otros. Al bowling jugaba los domingos. “Viajábamos a Leandro N. Alem, San Javier, Eldorado, Capioví, Puerto Rico. A pesar de las tareas que eran muchas y difíciles, siempre había tiempo para el deporte”, reflexionó.
Anteriormente, en Hipólito Yrigoyen, había jugado al fútbol en un equipo que se denominaba Irupé -especie de camalote- pero que actualmente lleva el nombre de la localidad. Quien impulsaba esas actividades era un dirigente y director de escuela de apellido Lépori. “Era un hombre que tenía mucho apoyo, todos lo querían, y llegó a comprar la tierra para la cancha de fútbol que, más adelante, fue comercializada”, comentó quien se desempeñaba como arquero, que fue reconocido por atajar varios penales.
“No aprendió a usar celular tipo Android, usa solo el de teclado. Si bien no vio la reacción en las redes sociales sobre su participación en las carreras, le contamos y le hacemos mirar los videos en YouTube, pero no logra dimensionar el alcance que tuvo lo que hizo, la admiración que generó y la enseñanza que dejó”, dijo Andrea.
Con 75 años, participó de la primera maratón que se hizo por el aniversario de Jardín América, logrando despertar, por su edad, el asombro de los participantes y un alto reconocimiento de la ciudad por su buen desempeño y por haber llegado a la meta de los cinco kilómetros. Luego siguió siempre caminando como un ejercicio terapéutico “ya que pasó por pérdidas de amigos y familiares, saliendo siempre adelante con buena actitud y dando el ejemplo”, rescató Andrea.
Conversando con los amigos de Jardín América, también se involucró en los incipientes carnavales. El Club Alemán participaba con una carrosa que representaba a los Saltos del Tabay. La estructura se montó sobre un camión cisterna y con un sistema de bombas, el agua recirculaba y emulaba al principal atractivo de la localidad. Su hija Andrea citó una anécdota y señaló, entre risas, que para conseguir que se generara la espuma que suele aparecer por la brusca caída del líquido, “los hombres colocaron un litro de detergente en lugar de respetar la medida sugerida, por lo que se armaron unas pompas gigantes, muy vistosas”.
El recorrido se completaba alrededor de la plaza Colón y las carrozas se desplazaban hasta la altura de la comisaría local, a través de la avenida Libertad, que por ese entonces era de tierra. “Era un atractivo muy importante. Las familias llegaban de todas partes para ver el colorido desfile”, señaló, quien aconsejó a los jóvenes que “hagan deporte y bailen, que tengan voluntad y ánimo”.
En el ambiente carnestolendo también contaban con muy buenos colaboradores, “desde la juventud en adelante. Eran épocas difíciles. Por ejemplo, conseguir las tarimas o sillas para que la gente pueda sentarse para apreciar el evento, no era cosa fácil. Había que traer desde Oberá o alquilar en otros lugares. Participaban todos los clubes sociales del lugar como Timbó, Jardín, Alemán e Independiente”, agregó Yung, que, desde la pandemia, pasa sus días en la Residencia para Adultos Mayores “San José”, de Villa Urquiza.
Mientras exhibía sus medallas y reconocimientos, confió que cuando era tesorero de la comisión cooperadora policial se construyó la comisaría local, y en momentos que integró la comisión de la parroquia católica Cristo Redentor se colocaron los vitrales -que reflejan los diez mandamientos- de la iglesia católica “Cristo Redentor”. Es que aquí “no se conseguían materiales con facilidad, y tuvimos que traer los vitrales desde Brasil, en la época que estaba el padre José Pulh. Hubo que hacer un depósito de 40 mil pesos en el Banco Nación de Puerto Rico para garantizar el regreso de la camioneta con los vidrios”, expresó “Pau”, tal como lo conoce su familia y dentro del Hogar.
De forma original, su apellido se escribía Jung. Es suizo, alemán y significa joven. Pero como su abuelo Otto Yung dibujaba mucho la letra, la J se transformó en Y cuando lo registraron al llegar al continente.
El templo se levantó frente a lo que es hoy la plaza central, “pero por aquel entonces funcionaba en el lugar la mejor cancha de fútbol de la localidad. La obra se hizo en varias etapas porque no se podía hacer todo de golpe por la época”, alegó, quien también recibió un pergamino por su activa participación en los inicios de la Fiesta Provincial Raíces.
En movimiento
Dentro del Hogar, Don Benedicto reside desde 2021, cuando aún se transitaba la pandemia. “Ese fue uno de los motivos principales por el que Dios me dijo que tenía que salir de donde estaba. En ese momento vivía en Puerto Rico y al poco tiempo que llegué a Posadas supe que cinco personas cercanas, entre ellas un médico, un sacerdote y un amigo músico, fallecieron a causa del COVID-19”, lamentó. En este lugar, el huésped también es inquieto. Su hija contó que cuando ingresó, “yo pensaba en que tuviera cubiertas sus necesidades, que esté bien, que se alimente y que la gente de acá, que es muy amable, lo atienda. Pero él me dijo: no, yo quiero hacer cosas. No me quiero quedar solo para que me atiendan. Entonces empezó con el tema de las plantas de cuidar el jardín, limpiar el patio” ya que siempre fue un apasionado de las plantas, y producía verduras y frutas en cualquier espacio.
Los familiares de quienes residen en el hogar comenzaron a colaborar con abono, semillas, y fueron entablando una amistad. “Si necesita una herramienta, se solicita; se tuvo que arreglar el sistema de riego. La verdad que es que se generó algo lindo, es algo que nos hace estar en contacto, tener temas de conversación, intereses comunes. Es que, muchas veces se torna difícil porque existe una brecha generacional, hablo de mí como de mis hijas. Tengo una de diez, por ejemplo, que le ayudó a hacer el cartel, le gusta mucho venir a ver cómo están las cosas, por ahí él va a casa, le da alguna planta para que traiga o él lleva plantas de acá y es muy lindo eso”, celebró Andrea.
“Cuando vivía en Puerto Rico, íbamos hasta Capioví, Jardín América o Ruiz de Montoya, a los bailes con orquesta, de música medio antigua, pero muy linda. Eso me divertía mucho. Me hace falta un buen chamamé, una buena polka, y para eso espero los cumpleaños”, dijo el reconocido bailarín.
Respecto a su reencuentro con el deporte, sostuvo que “le empezamos a contar que viajábamos a las carreras trail que se hacían en el interior de la provincia y él en su mente, estaba seguro, convencido, que también podía participar”. Una de las enfermeras, Rosa García, que siempre escuchaba estas conversaciones sobre estas ganas que tenía de participar en una competencia, dijo a Benedicto: “te voy a anotar para que participes, a lo que él respondió: ¿y qué problema hay?” Pero en ese momento no estaba practicando. Entonces en un sendero de asfalto, de más de 30 metros, puso los pies a la obra. Corría todas las mañanas e iba descontando metros, mejorando la velocidad”. Un día su familia lo llevó a conocer el Centro Provincial de Alto Rendimiento Deportivo (CePARD) y quedó encantado. “Enseguida simpaticé mucho con la gente. Mucho le debo a mi yerno Nicolás Torres, que me llevaba, me traía”, aseguró el deportista, cuyo nombre resuena en todos los medios. A lo que su hija sentenció: “para nosotros es un gusto porque lo vemos tan bien y contento. Me pasó de acompañar a mi mamá, por ejemplo, con mucha enfermedad en su vejez y que papá esté bien, que tenga ganas de hacer cosas y muestre ese entusiasmo, es muy bueno para toda la familia”.
Luego de un entrenamiento constante y controlado, logró ponerse en forma para participar de los 100 metros del campeonato de atletismo que se realizó recientemente en el CePARD y también de la Maratón “Posadas Futura” encontrando espacios de recreación para socializar y seguir con la motivación para entrenar todos los días.
La diseñadora gráfica explicó que la persona adulta mayor requiere tiempo, paciencia, escucha, y momentos para mostrarle otras cosas. Entonces, “cuando puedo, lo llevo a misa o participamos de las actividades que se realizan sobre la costanera. Cuando hay presentaciones de folclore vamos al Parque del Conocimiento porque a él le gusta mucho el baile. Son cosas que, por su forma de ser, acerca a la familia y a los amigos. Por ahí no se entera, pero siempre hay quienes preguntan, lo recuerdan y lo tienen en cuenta”.
El Hogar tiene actividades y se ocupa de los intereses personales de los abuelos -cuenta con kinesiólogo, profesor de educación física, médicos, enfermeros- pero “es muy importante la participación de la familia, acompañar a los abuelos en lo que hacen e ir a buscarlos para seguir también en contacto con la sociedad y la familia, lo es importante para su bienestar”, en este caso, “de papá que era de no preocuparse tanto por las cosas. Siempre fue más tranquilo, siempre tuvo esa visión de que todo va a estar bien o de alguna manera se va a arreglar”.