Las consecuencias de la elección del domingo comenzaron a hacerse notar con fuerza ayer a partir de los bruscos movimientos en la oposición que, en cuestión de horas, comenzó un penoso trajinar de ideales y convicciones.
La transición de la transgresión a la moderación, y a la inversa, conlleva el riesgo de perder los atributos con los que se llegó a rejuntar un tercio de los dos que hoy siguen en juego.
Javier Milei hizo el primer recorrido descripto y esbozó en silencio una simpática caricatura. El furioso león es ahora un tierno personaje dispuesto a abrazar a una no menos simpática patita vestida con la camiseta argentina.
Todo sea por la patria, parece expresar el mensaje que tuerce fuertemente las convicciones del libertario y que ahora hace suyo el mensaje de cambio vs. continuidad.
Patricia Bullrich hizo el segundo recorrido, el de la mediana moderación a la transgresión y ensayó en rueda de prensa lo que, aseguró, es un “respaldo personal” atado al nuevo contexto electoral. Claro, dicho apoyo no surgió de la reflexión, sino que fue sin pausa de la noche (reunión Macri-Milei-Bullrich) a la mañana (conferencia de prensa). La ambigüedad y liviandad de su presentación ayer dejaron expuesta su falta de convicción por el camino tomado.
Hablar hoy del quiebre definitivo de Juntos por el Cambio es, cuanto menos, relativo. Ocurre que más allá de los nuevos paradigmas que se autoplantean sus dirigentes, se trata de un bloque de 94 diputados, 24 senadores y diez gobernadores radicales y otros afines a la coalición. En definitiva, el futuro del bloque quedó atado a lo que suceda en el balotaje.
Sergio Massa tampoco escapa a la ambigüedad en la que cayeron los candidatos, pero en su caso las consecuencias comenzaron a verse la misma noche del domingo, cuando subió al escenario triunfante acompañado nada más que por su familia y más cercanos colaboradores. No hubo en ese palco ningún “ismo” y la tesis discursiva fue la del “fin de la grieta”, aunque más no sea un slogan. Paradójicamente Massa gobierna mientras intenta despegarse del Gobierno, cayendo también en una transición insólita.
Ganar en noviembre implica llegar con un mensaje claro, algo que ninguno supo hacer hasta la primera vuelta, por eso es que vamos a la segunda.