“La solidaridad es la salud del mundo”, “Si la solidaridad crece, renace la esperanza”, “Servir es amar”, son las frases de cabecera de Avelina Esther Dalcolmo (74) que, al promediar la madrugada, se levanta motivada y preocupada por las necesidades de la gente de su ciudad, que “son tremendas”. La mujer comenzó el voluntariado hace unos 40 años, cuando se desempeñaba como docente en la Escuela 298 del paraje La Cachuera (Corrientes), siempre con la ayuda de manos anónimas que posibilitaban llegar con ropas, insumos y mercaderías a los que menos tienen.
Desde hace unos quince años, su tarea la vinculó con el matrimonio conformado con Marta Chijanoski y Ramón Hreñuk que la impulsó a crear la Asociación Civil “Trabajo, Alegría y Saber”, una vez que se acogió a los beneficios de la jubilación. Lo primero que hicieron fue buscar un espacio para desarrollar las actividades, que eran numerosas, y alquilaron un galpón de importantes dimensiones. Luego, se construyó un tinglado para el funcionamiento de la cocina y el comedor, que estaba a cargo de mujeres a las que Dalcolmo llama “mis ángeles”. En el predio también se llevaban a cabo los talleres para la confección de ropas, se brindaba apoyo escolar y se disponía de una biblioteca muy completa. Hace unos ocho años, manos anónimas saquearon las instalaciones y las prendieron fuego. La destrucción de semejante obra, dejó en shock a las voluntarias, principalmente a Avelina, que debió redoblar esfuerzos para que la asistencia no decaiga. A pesar del mal momento, buscaron otro espacio y siguieron mitigando las necesidades. Actualmente se encuentran en un lugar reducido de calle Mitre 423 pero “siguen siendo impresionantes las ayudas y donaciones que recibimos (alimentos, abrigos, calzados, ropas para bebés, niños, adultos, abuelos). Los medicamentos se llevan a los hospitales, a los periféricos, a las salitas”, aseguró.
“Queremos volver a tener nuestro lugar porque los chicos además de sentarse a comer, aprenden buenos modales en la mesa, el buen comportamiento, en ese lugar sagrado. Podemos tener nuestra casa propia, teniendo todo y faltando solo una firma”.
Avelina cuenta con la colaboración de una decena de mujeres -visibles- a las que llama “mis ángeles”, que las ayudan a clasificar, a buscar los números de los calzados, a separar la ropa de bebé. “Una de ellas lava y plancha la ropita porque todo lo que damos tiene que estar en muy buen estado. No regalamos si hay algo que está descosido, así que se encargan de coser, de pegar los botones, los cierres, porque de nuestras manos tiene que salir en perfectas condiciones. Buscamos regalar cosas buenas, eso es algo que está sellado, que está escrito. Si hay algo que está roto o hay que enjuagar, se separa. Con ellas preparamos las donaciones, después hay otras personas, también ángeles, que ayudan a trasladar estos bolsones y los que contienen alimento”, manifestó, al resumir el trabajo cotidiano.
Indicó que esto se repite todos los días, a veces desde muy temprano, siempre respetando los horarios de las mujeres. “Se empieza a las 4.30 o 5 a fin que para las 10, ya puedan estar nuevamente en sus casas, liberadas del compromiso y haciéndose cargo de sus ocupaciones. Es un trabajo precioso el que hacemos en silencio, con mucho amor y con mucha alegría, sin pedir nada a cambio”, aseveró.
Felices de poder colaborar
Elena Estela Chaparro es del barrio Irigoyen y contó la manera en que se acercó al grupo de trabajo. Dijo que, participando de la santa misa, “Avelina me saludó y me preguntó si quería colaborar con las tareas. Me dijo adónde ir, y en el lugar me atendió una chica que estaba confeccionando tapetes. Como tenía habilidad con la máquina de coser, me dio seis cortes que a los tres días devolví terminados. Un día coincidimos con Avelina y se sorprendió que estuviera trabajando. De eso pasaron doce años”, contó. Lamentó que “ahora no hay un espacio”, pero que “anteriormente teníamos máquinas, hilos para bordar, retazos de tela, hacíamos acolchados. Como éramos muchas más integrantes, unas se encargaban de la cocina, otras de hacer el pan. Era mucha la actividad que había. A veces hacemos tareas en nuestras casas, pero no es como antes que no reuníamos y hacíamos todo en la Fundación”.
“El trabajo es muy variado. De golpe te convertís en una especie de kinesióloga frotando los pies o las manos de alguna abuelita que está sola. De golpe volvés a hacer de maestra, cocinera y un poco mamá de esos inocentes. Anoto en libros todo lo que vamos haciendo: trabajos manuales con retazos de tela, carpetas, delantales, almohadones, que vendemos para recaudar fondos”.
Confió que todas las veces que Avelina necesita para clasificar, para limpiar, para lavar, “me llama o me busca y estoy a su disposición. Me encanta lo que hago porque me siento cómoda, útil. Siempre digo ¡qué lindo es poder ayudar a los demás! Sobre todo, porque mis hijos me apoyan. Siempre dicen, si le gusta a mamá, nos gusta a nosotros”.
Rita Servin vive en el barrio Juan Pablo II. Realizaba tareas domésticas en casa de Avelina y “veía lo que ella hacía, veía que los chicos venían y le pedían cosas. Después dejé de trabajar en su hogar, pero seguí ayudando, haciendo acolchados hasta que se consiguió el galpón cerca de mi casa, entonces fui la cocinera de la Fundación. Lo sigo haciendo cuando hay oportunidad de cocinar para los chicos porque me gusta, me gusta ayudar. Mi mamá, Germana, me enseñó a dar la mano a la persona que necesita, eso es lo más importante. Ella era una mujer preocupada por los chicos y por las familias. Dejé de colaborar cuando mi esposo Omar Benítez, se enfermó, pero ahora que falleció, tengo tiempo y continúo. Hay mucha necesidad. Cerca de mi casa hay chicos y abuelos que necesitan. Nunca le digo no, ahora tengo tiempo para hacer eso y estoy muy feliz”.
Dos grandes empresas de la ciudad, pertenecientes a las familias Skrabiuk y Hreñuk son las que ayudan con el acarreo de las encomiendas. “Los chicos avisan que llegaron las donaciones, traen y las acomodan, pero después hay que desempacar y clasificar”.
Con María Aranda siempre fueron vecinas por lo que estaba dispuesta a dar una mano cuando hacía falta. En una época, cuando su esposo, Alfonso Comparín, aún vivía, su casa era el lugar en el que se preparaba la leche para unos 40 chicos. También cocinaban o hacían arroz con leche. Después el hombre enfermó y falleció. “Ahora sigo cociendo para ellas. Ayudo a seleccionar las cosas que se entregan al hospital, a preparar los bolsones. Para los bebés, tejo saquitos, escarpines, mantitas y todas esas cosas. Siempre lo hago, porque coser y tejer son mi debilidad. Fui ama de casa y trabajaba en un comercio hasta jubilarme, pero en el tiempo que tenía libre, ayudaba”, narró.
Marta Aranda, es hermana de María, y es la más reciente incorporación al grupo. En la Fundación, ayuda a seleccionar los alimentos, y hace costura y tejidos cuando es necesario. “Aprendí con nuestra madre, Albina Nacimento, que era una persona muy solidaria”, comentó orgullosa, y agregó que Apóstoles, aunque no parezca, “hay muchísima necesidad. Hay niños que la pasan mal, que les hace falta alimentos. Hay abuelos que necesitan atención. Avelina es una persona con un corazón enorme, entonces estamos para ayudarla a trabajar de esa manera. En síntesis, ayudamos a ayudar, y es algo maravilloso. A veces volvemos y nos sentimos re bien, en otras ocasiones, regresamos y nos sentimos machacadas porque vemos tantas cosas complicadas en el diario movimiento que hacemos para ayudar a las personas. Vemos que no se puede abarcar todo y nos sentimos mal”. Pero, admitió que “gracias a la ayuda de nuestro Señor Jesús, la Fundación sale adelante, se ayuda en lo que se puede. La gente es muy agradecida. Es un grupo lindo que trabaja. Ahora no tenemos un lugar físico para hacer comidas que es algo que está haciendo falta. Si lo tuviéramos, a esta hora estaríamos cocinando para los niños”, señaló.
También son numerosos los mensajes y los escritos que Avelina recibe a modo de agradecimiento por la ayuda que envía a los NENI y escuelas rurales (leche, azúcar, galletitas, pan dulce, harina para la elaboración del pan para el desayuno; regalos, ropas y zapatos, juguetes y juegos de mesa “que despiertan en los niños la alegría, la curiosidad, y ayudan a la motricidad y a su inteligencia”.
“Mamá nos enseñó a ayudar siempre. Éramos muy humildes, pero de su humildad sacaba para ayudar al prójimo y es lo que nos transmitió. Mi familia no me dice nada, me apoya porque sabe que ya la abuela hacía eso. Quedó la enseñanza”, alegó quien, además, es pionera en la elaboración de los alfajores de yerba mate.
Visibles e invisibles
Avelina no supo precisar cuántos integrantes son en total, pero reconoció que se trata de “una gran familia”. Además de los benefactores, “es una bendición tener a este grupo de señoras tan guapas. Como decía una señora, ‘lo que nuestros ojos ven y lo que nuestros oídos escuchan en esas recorridas. Pero y ¿lo que no vemos?’. Es Dios quien nos da la fuerza porque todas las mañanas antes de salir del rancho le pido salud y fuerzas para seguir andando y poder soportar lo que realmente nuestros ojos ven”.
A esta mujer, nacida en la Ciudad de las Flores, que se crió en el campo y estudió magisterio en la Escuela Normal Mixta Mariano Moreno, le resulta “triste que venga un niño y diga Doña ni yo ni mis hermanitos tenemos para comer hace dos o tres días. Y ¿qué haces? Le das todo lo que puedas, lo que tenés en la heladera. Que venga un abuelito y diga: ¿puede creer que le tengo que decir si no tiene algo para morder porque tengo hambre?, así que cocino para cuatro o cinco. Siempre está la vianda para ellos. Estamos rodeados de pobreza en barrios como Chesny, Chaquito, Relocalizados, Puerta”, graficó.
Dalcolmo sostuvo que la Asociación “Trabajo, Alegría y Saber” mantiene vigente su objetivo de formalizar un espacio donde contener, educar, ayudar y brindar herramientas a las personas que más necesitan. “Todo se realiza de manera legal, ética y efectiva porque las necesidades se van profundizado en las familias de barrios humildes de escasos recursos. Buscamos que se sientan reconocidas como personas, porque no solo se trata de ayudarlas, sino que hay que escucharlas, acompañarlas. Sembrar siempre semillas de esperanza, actuar siempre con prudencia y respeto. Es muy importante la vocación de servicio, el bien común, la buena comunicación con los demás. Vivimos momentos con muchas dificultades, de violencia, de falta de valores, por lo que hay que fomentar la amistad social, la cultura del trabajo y del encuentro. Conversar, compartir, ver cuáles son sus necesidades y dificultades para tratar de encontrar una solución en común”, sintetizó, al referirse al propósito de esta iniciativa tan noble.
Se busca acompañar con apoyo escolar, con donación de libros, de alimentos, de ropas de abrigo, a aldeas aborígenes, a familias de barrios humildes, a madres solteras, también donación de medicamentos para hospitales y salas de primeros auxilios, leches especiales para los abuelos y bebés como así también pañales. Todo lo que se reúne para este fin es producto de las donaciones que envían los padrinos y madrinas, que son el corazón de la institución, por lo que Dalcolmo siempre destaca “el apoyo de los socios voluntarios y benefactores”.
El sueño de volver a tener el techo
El Ministerio de Ecología otorgó a la Asociación un permiso de ocupación por tres años y luego la entidad recibió en carácter de donación el terreno en el barrio Juan Pablo II, y la calleja Madre Teresa Calcuta, santos a los que Avelina asegura que “moriré amándolos con el alma”. Para que el traspaso de la propiedad sea completo es necesaria “una sola firma que podrá llevar tranquilidad a la comisión directiva -con personería jurídica- y así iniciar las obras programadas”, teniendo en cuenta que el espacio actual es reducido y los costos de alquiler van en alza.
Según Dalcolmo, con la venta de los artículos que confeccionan, con ayuda que reciben desde Australia y con los almuerzos que realizan en Rosario, Santa Fe, para juntar fondos, pudieron adquirir los materiales de construcción. “En la última asamblea se acordó que no podemos construir y volcar todos en los materiales sin tener el título”, expresó.
Creen que el incendio fue intencional. “Robaron y andaban vendiendo las cosas por todos lados. Ahí teníamos todo. Como diez máquinas de coser se quemaron, computadoras, la biblioteca era un lujo, teníamos muchos libros porque apadrinábamos a escuelitas rurales y escuelitas de los barrios humildes. Esto me da vida, me da alegría, pero sufro, como en estos momentos porque tengo abuelitos para los que necesito turnos médicos. Gente que no puede comprar remedios porque no tiene obra social”, señaló.