Antonio “Tono” Daneluk (59), docente de alma ya jubilado, cultiva el arte del bonsái como esencia de vida. Es un apasionado del deporte, particularmente del fútbol. Sus árboles en miniatura representan su cable a tierra, la vuelta a la calma luego de la adrenalina diaria. Incorporar a su vida el arte milenario, afirmó, le ayudó a superar los golpes de la vida, como la pérdida de un hijo, poner foco en la familia, cultivar los afectos y desarrollar el don de la paciencia para acomodar con el tiempo los vaivenes de la vida.
Casado con Silvia Penz, son padres de cuatro hijos, con un nieto y otro en camino. Reconocidos en el ámbito de la educación, amantes de las plantas y los afectos genuinos. “Hace cuatro años que me jubilé, primero pensé qué hago, pero jugar al fútbol, la familia y dedicarme a las plantas hizo que ocupara todo el tiempo que antes dediqué a la docencia”, señaló.
Inició el cultivo del bonsái en 1984. En la actualidad tiene alrededor de cien árboles, algunos a punto de cumplir cuarenta años. “Comenzó todo con mi cuñado, cuando todavía estábamos de novio con mi señora. Siempre me llamó la atención, cuando veía en las películas esos árboles en miniatura. En la Feria del Libro, encontré un ejemplar que explicaba, Bon significa maceta y sai es árbol”, explicó. “Empezamos a leer y a llevarlo a la práctica. Cuesta mucho, es llevar un árbol que ves en la naturaleza a la maceta, con la misma perspectiva. Nunca hice un curso, fue a costa de leer y experimentar”.
Trazar una línea en el tiempo, trascender la vida, para algunos es impensado, para el exprofe, es una motivación. “Creo que la esencia de sus orígenes es que el árbol pase de generación en generación. Hay algunos que tienen cientos de años. Mi idea es que mis hijos continúen con el cuidado. Ellos ya saben cuáles son sus árboles y ya tienen los suyos propios”.
Los estilos, técnicas, son varios, pero que el origen sea la semilla, exige virtudes de otros tiempos. “Mis hijos tienen mi estilo, iniciar desde la semilla. Actualmente por la prisa con la que se vive, muchas personas no quieren esperar tanto. Esto lleva años, cada año hay que cortar la raíz pivotante y luego las adventicias para después darles la forma. En los meses sin erre (r) se realiza la poda. Tengo cerezas y pitangas que son plantas madres y que ya tienen sus hijos, por lo que forman como pequeños bosques. El cuidado es diario, si bien para mí es un hobby todos los días hay que regar, ver el abono, el cuidado constante”, observó.
En Oberá existe la Asociación Amigos del Bonsái. “Expuse muchas veces con ellos. Pero como mi otra pasión es el fútbol, no podía participar de las reuniones que son los sábados, días de los partidos con mis equipos. Así que cuando ya no pueda jugar probablemente participe un poco más. Es un hermoso grupo, son todos apasionados, eso se nota. La señora Delia Komatsu, una pionera, me regaló un duraznillo de Okinawa, y me enseñó mucho, era una mujer que seguía la tradición y siempre le estoy agradecido”, recordó.
“Hay quienes comercializan y lo respeto, pero yo no puedo hacerlo, no tienen precio. Mucha gente vino a querer comprarme. Por la pasión que siento y que se percibe, no los puedo vender. Además, pensar en que no lo cuiden y se muera me daría mucha tristeza, mucho dolor. Nunca vendí, regalé alguno, pero con la certeza de que lo cuidan, incluso algunos vienen y les ayudo a podar. Una vez sorteamos en un encuentro con mis amigos de Instituto (profesores de educación física) pero cada tanto llamo a nuestra amiga, para saber cómo está el arbolito. También hago mudines y les enseño a los que quieren para que comiencen, enseguida me doy cuenta si van a continuar o no”.
“Son de mis hijos”
Todo tiene un hilo conductor que al momento de la reflexión asoma claramente. “Esto lo hago para mí, mi mujer tiene orquídeas y yo bonsáis, me encanta hacerlo, ver como comparados con los árboles en la naturaleza, son iguales. Pienso que me enseñó a cultivar la familia, los amigos, tengo mis amigos del profesorado con los que nos juntamos siempre y estamos pendientes unos de otros, ya la mayoría jubilados. Tengo mis amigos del fútbol, afectos que no podría dejar, como a mis plantas. Me hace bien y espero que mis hijos sigan cuidándolos. Mis árboles ya tienen dueños, son mis hijos” remarcó.
“Tono” es sumamente querido por su entorno afectivo, además su huella quedó en excolegas y exalumnos. Dueño de un espíritu especial, de esos que llevan a pensar, es de buena raíz, buena gente. “A veces vuelvo del fútbol, tengo la suerte de jugar con grandes jugadores, yo soy más que nada corredor, me mantengo, tengo conducta y todo está relacionado. Por eso tuve y tengo tantas satisfacciones con mis equipos. Todo es equipo y los logros se dan en equipo, creo que venir de jugar y atender mis plantas es como un cablea a tierra. Y somos un equipo”, admitió.
Según cuenta la tradición, cultivar el arte del bonsái asegura la eternidad, un puente entre lo divino y humano, un puente entre la tierra y el cielo. “Hay plantas que me acompañaron durante toda mi vida activa con la docencia. Empecé cuando estaba estudiando, así que crecieron conmigo. Me ayudaron en el control. Cuando sufrimos la pérdida de nuestro hijo, el tiempo que estuvimos atravesando su enfermedad dejé todo y cuando volví, con tanta tristeza recuerdo que estaban grandes, descuidados, al punto que a uno lo trocé directamente. Después quedó con una forma de rabo que se transformó en uno de los que más cuido, me ayudó a pasar ese momento y esa pérdida, ese dolor irreparable. Somos muy creyentes y creo que las cosas que nos gustan y la familia, nos ayudan a pasar esos golpes de la vida”, reflexionó.