Tendemos a interpretar las cosas de la manera que más nos duelen, no necesariamente elegimos movernos en ese escenario sino que se trata de una expresión de nuestra reactividad, es automático, no consciente.
Me refiero por ejemplo, a cuando alguien no nos cumple una cita y automáticamente nos surge la interpretación -fuerte y severa- que no le importamos, o que no nos respeta. O cuando alguien nos dice: ¡Qué bien te veo!, automáticamente pensamos que nos dice eso porque antes nos veíamos mal.
Siempre hay una historia detrás de nuestras interpretaciones, por eso, muchas de ellas no responden a lo que está sucediendo sino a algo no resuelto en nuestro pasado.
Revisemos el sentido que asignamos en general a lo que nos sucede.
El criterio dominante para evaluar la vida y en general lo que hacemos son los resultados que obtenemos. Si nos satisfacen, seguiremos haciendo lo mismo, por el contrario, si queremos cambiarlos, buscaremos corregirlos.
En la medida que podamos salir del modo “reacción” y pasar a un modo más “consciente” en las respuestas, podremos ir reflexionando para dejar de interpretar siempre desde un lugar que cierra posibilidades.
Aunque parezca obvio, muchas veces se nos olvida que nuestros resultados dependen de nuestras acciones. Si al evaluar un resultado nos sorprendemos, decepcionamos o simplemente no logramos lo que queríamos alcanzar, la primera clave para modificarlo está en la acción.
Nuestro cerebro escudriña el pasado para identificar qué acciones realizamos para obtener esos resultados dolorosos. Nos hacemos preguntas y repasamos una y otra vez y a veces, aparece una inmensa frustración o impotencia y nos decimos que no es posible cambiarlo o aparece el “yo soy así”.
Sin embargo, dejar de lado el intento de mejorar una relación con la pareja, con hijos o con algún compañero de trabajo con esa excusa, no mejora nuestra calidad de vida y puede resultar muy caro.
Si queremos ir más allá para poder revisar y mejorar, tendremos que explorar los condicionantes ocultos del comportamiento humano, -difíciles de detectar porque no los vemos espontáneamente-, estos son observador y sistema.
El observador que somos es la forma como interpretamos la situación, revisar nuestro observador implica revisar dónde estamos parados y desde dónde miramos la vida por ejemplo, si veo la vida desde el lugar “yo soy así” y me cierro a otras interpretaciones, inhibo la posibilidad de cambio.
Por el contrario si miramos la vida desde el convencimiento que la transformación es posible, en el sentido que como seres humanos somos objetos de procesos y a la vez, fuerza transformadora, este lugar nos permitirá cambiar el observador para mirar de otra manera y en consecuencia actuar distinto para lograr diferentes resultados.
Los cambios más profundos son los transformacionales, ya que nos permiten observar el mundo de otra manera, de lo contrario, cambiar solo nuestras acciones sin modificar el lugar desde dónde miramos, llevará a cambios de corto plazo que probablemente no se sostengan en el tiempo.
El aprendizaje transformacional disuelve el muro de posibilidades con el que antes chocábamos y se produce cuando nos atrevemos a revisar nuestras creencias, valores y hasta nuestra propia identidad.
Somos un devenir con infinitas posibilidades.
De Valeria Fiore -Abogada-Mediadora- IG: valeria_fiore_caceres