Por: Verónica Stockmayer (*)
Seguramente el diagnóstico la abismó, la dejó solita en un istmo de desesperanza. Habrá pensado “tantas horas semanales en diferentes escuelas, dos niveles, bádminton con los chicos, ensayos eternos con la Banda Hiller, los esfuerzos para los patines de Karen, tutorías infinitas, excediendo horarios y aún así tiempo para sus pequeñas pasiones: patchwork para alfombritas, tapices, agarraderas, intervenciones ingeniosas para los trapos de piso del telar de Adolfo, su esposo, que se transformaban en alfombras preciosas, muñecos de apego con texturas para bebés, juegos de armar y apilar en MDF; el jardín: suculentas, cactus, porque como profesional de la Biología lo suyo era sorprenderse por lo que nace y crece, por lo que resiste y se adapta; su huerta orgánica…todo ¿para qué?”.Cuando había cerrado la etapa Escuelas para tener más tiempo para los hijos, profesionales ya, cuando había conquistado tiempo para paseos, para dedicarse más a lo que hasta entonces había sido “refuerzos”.
Trabajaba en madera con una pequeña caladora. Su hijo Alex, analista de sistemas la desafió: con una máquina, un router, creás tus propios diseños en una PC, programás y te evitás esfuerzos de corte y errores. Le había costado algo más que preparar la tierra para hacer brotar una semilla, un rizoma, tal vez más que trabajar con telas y patrones.¿Para qué? ¿Para que le dijeran CÁNCER, CÁNCER DE MAMA?”.
Escucharlo y paralizarse. No habrá querido oír de estadísticas. Aterrada en esa islita vacía de todo lo que no fuera miedo. Pero era un istmo. Había un hilito que la unía con el continente de lo posible, donde estaban familia, barrio, dinámica de trabajos, buenos vecinos, amigos, y su fe, inclaudicable.
Seguramente cruzó ese puentecito mientras repercutían en su espíritu azorado oportunidades, etapas, estudios, la temida quimioterapia y sus efectos adversos…náuseas, malestar general, nivel adecuado de inmunosupresión para potenciar la lucha contra el enemigo, traicionero, porque había dado pocas señales que ella pudo atribuir al estrés, porque el ritmo de vida nos trae ese aditamento del que cuesta escapar.
Se dispuso a las batallas pensando en las ventajas, amparada en el apoyo de un equipo médico, y en los afectos. Hubo altibajos: respuestas lentas, necesidad de alternativas, muchos días de cada semana fuera de casa, de la tibieza de la cama compartida, lejos de las voces queridas, de las rutinas que ordenan…sin cantos de pájaros de nuestro barrio, tan pródigo en verdes, sin ver brotar lo sembrado, ni sentir los pasitos de sus mascotas ni ese tenderse a su lado a la hora del descanso. Hubo primera cirugía:
cuadrantectomía, para extirpar tumor, tejido adyacente y ganglio centinela, que en principio dio negativo y generó un optimismo que después se supo excesivo. Retornar a casa, recuperar fuerzas y que le alertaran “jardín no, hay microorganismos que tu cuerpo no puede enfrentar; nada de MDF, las partículas pueden ingresar a los pulmones…no podemos arriesgar nada. Para agujas y crochet no había fuerzas. Muchas veces el dolor recordaba que el enemigo retrocedía, pero estaba al acecho.
Entonces, con recato llegué con una oferta que confié capaz de llevar sus emociones por caminos sanadores: mi biblioteca. Me encargué de que la temática no fuera perturbadora, de que se acercara a su predilección por la novela histórica, de que hubiese algo de Fantástica que permitiera la evasión. Me preocupé por la belleza literaria, porque la tipografía fuera amable -letras grandes porque a veces la vista de Berta se cansaba-.
La bibliotecaria en que me convertí sabía que no había prisa, que un día la lectora llegaría al final de la aventura, porque había laboratorio, quimios, escollos: tantos, que treinta días de la primera intervención se decidió quitar todos los ganglios de la mama inicialmente afectada.
Retornar a sus cosas parecía un objetivo tan tan lejano. Pero el día llegó. Recibí un Whatsapp “estoy, toda tajeada, pero estoy” “No importa, son remienditos, como los de tus alfombritas” .
Volvimos a nuestros puentes de libros y yo trataba de que el nuevo fuera más atrapante que el anterior. Por un tiempo los intercambios fueron cara a cara, con charlas sobre tal o cual personaje, de si había sido grata o costosa la travesía. Mi buena vecina apreciaba que yo no preguntara, ni diera consejos, que la dejara hablar o no de sus avances. Empezó a usar pañuelos en la cabeza, de colores elegidos para compensar la palidez de su piel, de sus labios, de la tristeza de la mirada, algunas veces.
Así las cosas, la pandemia y la declaración de restricción de movimientos la sorprendió de paseo con uno de sus hijos. No sé si lo supo, pero los vecinos tejimos sin acuerdos una red de alertas para que nada interfiriera con los tratamientos.
Suficiente que algunas quimios debieran aplazarse porque los exámenes detectaban un organismo lábil. El aislamiento no hizo sino complicar todo: permisos para moverse, angustia por lo desconocido …lo que protagonizamos todos. Cuando del ASPO evolucionamos a DISPO, fui al local de venta de artículos de limpieza de la familia en el que Berta ofrecía sus trabajos: había encontrado otra labor, fraterna:
fabricaba mascarillas, barbijos, de diferentes tamaños, colores, motivos. Más de una vez, confió “Dios nos pone en el lugar y en el tiempo para que hagamos lo que sentimos y lo que debemos, y nos pone por compañía a quienes van a ayudarnos en el propósito”.
Hubo días de silencio en su hogar: en sesiones, o demasiado débil. Entonces Adolfo tejía conversas con nosotros, vecinos, clientes y seguramente llevaba temple a casa. Apenas se reponía hallaba refugio en sus labores. Un día supe que confeccionaba delantales para la cocina, con lindos apliques de flores o mariposas. Yo quería algo diferente:
un delantal mágico, para narrar o leer cuentos, para animar talleres. Berta sacó fuerzas y alegría. Me pidió un jean, me dio motivos para elegir y yo escogí el espantapájaros más lindo del mundo. Me armó un delantal precioso, con voladitos en los bordes (“No me gustan las flores grandes”, previne) y rodeó a mi Toribio -así lo bauticé- de patos, pajaritos, escarabajos: ¡pura belleza! Esa tarde de calle desierta volví a casa casi levitando. Pronto le pedí otro, con conejos. Tardó un poco, pero yo sabía que el trabajo diluía las nubecitas negras que se empeñaban en nublarle la voluntad.
Hubo después huerta y activa participación en su iglesia. De a poco recuperó todos sus menesteres. Solo los días de escuela dejaron la tranquilidad del deber cumplido y la nostalgia por cosas de la docencia que ya no serán.
Cuando se dio por terminada la etapa de escuela virtual, que para ella fueron sesiones virtuales con su terapeuta, le encargué el tercer delantal. “Brujas, fantasmas, vampiros”. Lo tuve. Cuidó que el frente fuera bien diferente al de los otros.
Los delantales de mi vecina inauguraron mi regreso al Taller más hermoso del universo, y ese año y los que siguieron espantapájaros, conejos y brujerío acompañaron los paseos especiales, las jornadas en jardines maternales, ferias y eventos. En nuestra salita de juegos se armaron rompecabezas y juegos de apilar, diseñados por Berta, infinitamente.
La noticia de remisión se celebró con “vení a buscar lechuga”. Hubo meses de tranquilidad y cuidados, largas caminatas atentas al ritmo y a la plenitud del entorno, pero el cáncer –hay que nombrarlo para entender su poder- es persistente. “¿Qué hicimos mal?”.
Superado el impacto, casi tres años después de su segunda intervención hubo mastectomía bilateral completa. Berta soportó con entereza el autoimplante de piel. La dermis de su espalda cubrió la enorme herida de su pecho. Debió sostenerse entera. Su oncólogo animó “se puede vivir con una sonrisa, pese a la enfermedad”.
La lucha sigue, porque además en la dignidad de poner cuerpo y espíritu se fijaron otras mujeres para iniciar sus derroteros, sus combates. Volvió a ser docente de un modo diferente: con mesura, guía amorosa ¡¡¡sin notas de evaluación!!!
Sin resentimientos, hacia adelante, consciente de que se impone otra manera de vivir, destaca el aliento del equipo médico que la trata, la cuida y la convida a seguir “un día a la vez”.
Retorno ahora, la canasta llena,
clasifico con tenaz perseverancia
lo esencial de lo nimio y lo superfluo
y presto testimonio de mi gesta
Es el único avío que preciso
para andar entera por la vida.