Habían pasado las ocho de la noche. Era viernes, los posadeños se preparaban en sus casas para salir a comer unas pizzas en La Gran Vía. El calor era agobiante.
En Junín y Tucumán celebraban un cumpleaños cuando un amigo de la familia trajo noticias ambiguas. En el microcentro, un policía de tránsito tocó su silbato para detener la marcha de Mariano Lucio, que paseaba con su novia. En la ciudad de Corrientes, el jefe del Servicio de Informaciones, Héctor Pont Lezica, golpeó la puerta de la pensión donde vivían las chicas estudiantes. Y en Los Aguacates sonó el teléfono de la familia Pirovani.
“Parece que hubo un accidente, pero todavía no se sabe bien. Vamos a la Casa de Gobierno a buscar más información”, le dice el amigo de la familia a Amelia Ayrault de Cabral, quien a sus 22 años festejaba el cumpleaños de su esposo.
“¿Qué haces acá?”, le pregunta el oficial de Tránsito a “Canco” Irrazábal, que se distendía después de su jornada laboral. “¿No sabés que el avión de tu padre se cayó?”.
“¿Sabías que tus padres viajaban a Iguazú? No estamos seguros, pero tenemos noticias de que habría ocurrido un accidente”, son las palabras de Pont Lezica a Maia Ayrault.
“Parece que hubo un accidente con el avión que manejaba el Gordo”, le dice por teléfono “Quito” Oria a su hermana, Estela María Oria de Pirovani.
Tres familias recibiendo a mensajeros que apenas sabían lo que tenían que comunicar, pero que en definitiva no era nada bueno. Las noticias olían a muerte.
Pasaban las horas y Posadas se convertía en un hervidero de rumores. La temperatura ascendía a la par de la convulsión de políticos, familiares, fuerzas de seguridad, vecinos…
Quien no recuerda aquel 30 de noviembre y el 1 de diciembre de 1973, no vivía en la ciudad o no había nacido.
¡Cómo olvidar!, si en ese avión volaban nada menos que el gobernador de la provincia, Juan Manuel Irrazábal, su esposa Susana Claro de Irrazábal y su hija María Susana. Viajaban también el vicegobernador, César Napoleón Ayrault, y su esposa Ana Ofelia Ruiz de Ayrault, quienes por primera vez habían viajado sin la pequeña Silvina.
Piloteaba la máquina, el reconocido Jorge Pirovani, al que apodaban “el Gordo”. Incluso se le escuchó decir a Ayrault -quien tenía planeado hacer el viaje a Iguazú en auto- “viajo en el avión solamente si maneja el Gordo”.
Cada quien por su lado comenzó a vivir una pesadilla: Canco Irrazábal, las chicas Ayrault y la esposa e hijos de Pirovani. Uno de ellos, Pedro, se convirtió en el querellante y abogado de estas tres familias que medio siglo después siguen reclamando justicia.
Se tejieron miles de conjeturas e historias que todavía giran entre los posadeños. En el transcurso de estos 50 años, decenas de personas aseguran haber sido las primeras en llegar al lugar del hecho y otras tantas dicen haber estado a punto de volar en ese avión.
Pedro Pirovani recuerda haber visto a su madre salir corriendo hacia la calle. La seguía con la vista desde detrás de la ventana para verla subir a su Fiat 1.100, colocar la llave y caer desmayada sobre el volante.
Esa noche Pedro se durmió normalmente, pero despertó al otro día con no menos de siete mujeres que lloraban al lado de su cama: “Yo no entendía nada…”, confiesa.
Maia Ayrault contó miles de veces su historia, quizás porque es la más conocida en Posadas por su intensa labor como voluntaria del hospital Ramón Madariaga, o porque es la menos tímida. Lo cierto es que con el tiempo se convirtió en la referente de la familia para hablar del tema.
Eran cuatro hermanas; la más pequeña apenas tenía siete años, Maia tampoco era demasiado grande con sus 20 años, ni su hermana mayor con 24, que se quedaron huérfanas.
Silvina, la chiquita, no viajó con sus papás como lo hacía siempre porque ese día decidió armar un berrinche de aquéllos justo cuando tenían que partir rumbo al aeropuerto: se hacía tarde y papá César -como nunca lo había hecho- decidió no retrasar el compromiso con el Gobernador, dejando a la niña en un mar de lágrimas y al cuidado de su abuela.
Al día siguiente las chicas Ayrault hacían guardia en la Casa de Gobierno, a puertas cerradas, esperando respuestas. Maia y Ana Ofelia habían viajado en auto durante la noche y llegaron a Posadas alrededor de las 6: “Fue increíble, veníamos por Félix de Azara y a la altura de la Caja de Ahorro se veía la masa de gente que había afuera. Nunca vi tanta cantidad de gente”.
Canco Irrazábal cuenta que “cuando los coches fúnebres llegaban a La Piedad, todavía seguían saliendo autos desde la Gobernación”, o sea, que la caravana nunca terminaba.
A María Susana, su hermana, la joven de 21 años a punto de recibirse de abogada, la encontraron viva en medio de la selva recién al otro día. Sobrevivió durante 90 días hasta que su cuerpo no aguantó y -según el expediente original- murió de un paro cardiorrespiratorio, aunque Pirovani está convencido de que la “silenciaron”.
La trama judicial
Pasaron 35 años hasta que por fin lograron demostrar que valía la pena una investigación para saber qué pasó realmente con el avión siniestrado el. En el expediente oficial decía que el avión derrapó sobre los árboles porque el piloto desconocía el terreno.
Así comenzaron a tejerse las mentiras. “Hay testigos que vieron y fotos de que el avión explotó. Vieron una bola de fuego que luego cae en la selva, precisamente en Puerto Península”, argumentaba Pedro Pirovani, en nombre de las tres familias, a la hora de insistir en la hipótesis del atentado.
El mismo reclamo sigue vigente 15 años después del inicio de la investigación, que no satisfizo a nadie. De hecho, en mayo de 2021, se declaró la nulidad del expediente que planteaba como un accidente las muertes de Irrazábal y Ayrault. Todavía no se resolvió la cuestión de fondo, y quizás no se resuelva nunca y quede como otras tantas heridas que deja eternamente abiertas la Justicia argentina.
Fuente: artículos publicados por PRIMERA EDICION en noviembre de 2008 y 2018 y en mayo de 2021