Más de 40 años de la vida de Jorge Steinbremer (83) transcurrieron detrás del volante de un camión. Así recorrió casi toda la Argentina y parte de Brasil, muchas veces en compañía de su esposa, Elvira Silva, y de sus hijos: José Luis, Daniel, Ana y Marlene, atesorando los mejores recuerdos.
Nació en Caá Yarí y cuando cumplió cinco años, su familia se mudó a Bayo Troncho, en el municipio de Los Helechos. Con Adolfo, su papá, aprendió las tareas de la chacra.
“Nos levantábamos a las 3 y nos íbamos al rosado, a tarefear, a carpir, a cortar leña, a confeccionar tablitas para el techo, por eso ahora sufro al ver a la juventud, tan dependiente del celular”, manifestó, quien desempeñó tareas en algunas de las empresas de transporte más importantes de Misiones.
A los 12 años comenzó a hacer mandados para Don Pedro Boni, que tenía un camión Fargo modelo 40, que ayudaba a arreglar. Pero cuando el patrón se acostaba a dormir la siesta, “me subía y lo empezaba a mover hacia adelante y hacia atrás. Así aprendí a manejar, a desarmar, a arreglar, ver el tema de las cubiertas. Más tarde, el hombre tuvo siete camiones y cedió uno a cada chofer que le pagaba por la unidad a medida que iba haciendo fletes”.
A los 13 años su patrón obereño le quitaba el mote de “pibe mandado” y lo traía junto en los viajes hacia para Garupá, transportando yerba mate. En una oportunidad, había desbordado el arroyo Mártires, por lo que tuvieron que acampar. “Hice fuego y preparé un guisado tipo sopa en una lata de aceite de cinco litros, que comimos al costado del camión”, narró, dando inicio a un sinfín de aventuras.
Con 17 años, fue conociendo a otros camioneros y comenzó a viajar a Buenos Aires como ayudante, cuando la odisea duraba quince días o más. Algunos le permitían que manejara en ciertos tramos. Para cruzar la Laguna Iberá “había una balsa, pero el motor éramos nosotros mismos, que nos conducíamos a través de un cable que se extendía hasta el otro lado. En caso que en el camión se rompiera en el otro extremo, el chofer regresaba a Oberá a fin de arreglar el repuesto y yo me quedaba a hacer guardia. Tenía suerte que algún campesino me llevara a su casa y me prestara la escopeta para cazar palomas”, manifestó entre risas.
Comenzó a tomar el volante de camiones chicos, Chevrolet, Dodge, hasta manejar un camión tanque, cuando fue empleado, por cuatro años, de la Esso de Oberá. Iba hasta Puerto Vilelas, en Chaco, para cargar combustible, lo descargaba por la tarde y al otro día, amanecía nuevamente en Chaco, “peleando con los mosquitos”.
A la capital misionera vino en 1968, en busca de trabajo. Ya estaba casado con Elvira -en abril van a cumplir 60 años de matrimonio. Su intención era manejar un colectivo urbano, pero después de un año, renunció porque “había que discutir con los pasajeros que subían con el cigarrillo encendido y otras cuestiones. No me gustó y volví al camión”, dijo este gran conocedor de las rutas del país.
Al hacer un balance sobre su vida de camionero, aseguró que “estoy conforme” pero que no todo es color de rosa. “Muchas veces se sufría y, lo que es peor aún, se estaba lejos de la familia por mucho tiempo”. Los caminos a Buenos Aires eran muy complicados. “Ahora un camión sale desde acá por la mañana y al otro día, por la noche está de regreso y cargado, cuando antes llevaba 15 días”. Entre los momentos difíciles citó el accidente que tuvo en Río Primero, Córdoba mientras conducía un Mercedes Benz 1114 con acoplado y al atravesar un puente angosto, un camión cargado de cerdos lo chocó de atrás. Una cicatriz en la pierna le quedó de recuerdo. Hubo varios fines de año fuera de casa y cuando nació su hijo Daniel, que también es camionero, “llegué a casa cuando tenía 15 días”.
Recordó con emoción los viajes que con Elvira hacía a Buenos Aires, Mendoza, Bahía Blanca, La Rioja, donde cargaba aceitunas, y continuaba hasta Río de Janeiro, en travesías que, en ocasiones, duraban un mes. “Fue una compañera idónea en todos los sentidos. Cocinábamos, tomábamos mate, y aprendió a doblar carpas”, agregó quien, desde chicos, a sus hijos también llevaba de acompañantes.
Comentó que con los colegas siempre hubo camaradería. “Muchas veces en Buenos Aires o en Brasil, nos juntábamos diez o doce, conseguíamos una olla grande, cocinábamos o hacíamos un asado”. Ahora por cuestiones de salud ya casi no comparten. Pero tienen un grupo de choferes jubilados que todos los 15 de diciembre se juntaban a hacer su fiesta en el complejo que tiene el Sindicato de Camioneros.