En la odisea de encontrar nuestro propósito, nos embarcamos en un viaje que no solo cruza los confines de nuestro mundo tangible, sino que también se adentra en los reinos etéreos de nuestra propia esencia. Es un peregrinaje que trasciende el tiempo y el espacio, llevándonos a las profundidades de nuestra alma y más allá, hacia la inmensidad del universo.
La introspección es nuestro primer paso en este viaje sagrado. Al mirar hacia dentro, exploramos los rincones ocultos de nuestro ser, descubriendo joyas de conocimiento y sabiduría. Estos momentos de reflexión personal son como estrellas fugaces que iluminan nuestro cielo interior, revelando destellos de nuestras pasiones más profundas, nuestros valores inquebrantables y nuestros dones únicos. Cada revelación es una invitación a forjar un camino auténtico, un sendero que solo nosotros podemos andar.
El crecimiento personal es un aspecto esencial en esta búsqueda. Como un árbol que se extiende hacia el cielo, buscamos crecer en sabiduría, fortaleza y comprensión. Cada desafío superado, cada nueva habilidad adquirida, es como un anillo más en el tronco de nuestra vida, marcando nuestro crecimiento y nuestra resistencia. A través del aprendizaje continuo, nos mantenemos en movimiento, evolucionando y adaptándonos a los cambiantes paisajes de nuestra existencia, pues establecer metas y perseguir aspiraciones es como escribir nuestra propia epopeya.
Cada objetivo alcanzado es un capítulo en nuestra historia, una saga de triunfos y conquistas. Aunque nuestras aspiraciones pueden cambiar con el tiempo, cada una es un paso, un salto hacia nuestro destino en este viaje en busca de propósito, un sendero serpenteante que nos lleva a través de valles de aprendizaje y sobre montañas de revelaciones. No hay un destino final, sino un fluir constante de ser y devenir.
Y es la suma de estos elementos tales como reflexión, fe, servicio, aprendizaje, naturaleza, creatividad, exploración y aspiraciones; que se entreteje el tapiz de nuestra vida, una obra maestra en constante evolución, una danza eterna con el cosmos infinito, ya que la conexión con la naturaleza es como un espejo que refleja nuestra pequeñez y nuestra magnificencia.
En la contemplación de una montaña majestuosa o en la inmensidad del cielo nocturno, somos recordados de nuestra efímera presencia y, al mismo tiempo, de nuestra eterna conexión con el todo. Esta dualidad nos brinda una humilde perspectiva y una profunda sensación de asombro y pertenencia, puesto que nos conectamos con lo divino, con lo infinito y dejamos una huella de nuestra esencia en el mundo.
Nos vamos acompañando.
Karina Holoveski
Mujer Medicina-Chamana.
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