La Navidad es un signo de esperanza que aún resuena en nuestros corazones, a medida que recordamos los deseos de felicidad compartidos por amigos y seres queridos durante esta celebración.
Es el don de Dios hecho hombre, humilde, sencillo y cercano, para salvar a la humanidad. El niño de Belén nos muestra la presencia viva de Dios, no en una manifestación extraordinaria, sino en la vulnerabilidad que nos representa: en un humilde pesebre, rodeado de animales, pastores y sabios que reconocen las señales de Dios presente en la vida. Es importante contemplar la espiritualidad de la Navidad para fortalecernos en estos tiempos difíciles que atravesamos como sociedad.
Vivimos en una época marcada por grandes sufrimientos que necesitan la intervención divina para que haya una Navidad llena de esperanza para la humanidad. En diferentes partes del mundo, se experimentan el miedo y las consecuencias atroces de la guerra, las calamidades naturales, así como el éxodo de familias migrantes que abandonan sus hogares en busca de una vida digna. Además, como país, nos encontramos inmersos en una crisis económica que ha dejado a la mitad de la población en la pobreza y la marginación. En este tiempo, la Navidad nos interpela y llena de esperanza y fortaleza, porque Dios es nuestra esperanza.
A pesar de las adversidades de la vida, la Sagrada Familia de Nazaret nos invita a centrar nuestra atención en las innumerables bendiciones que hemos recibido durante este año que está por finalizar. Al reconocer la presencia de Dios en nuestra vida, especialmente en esta celebración de Navidad, nos damos cuenta de que Dios ha estado y está con nuestros seres queridos en la familia, en los estudios, en el trabajo, y se hace cercano a través del amor y la cercanía de tantas personas que nos han servido, incluso aquellas que quizás ni siquiera conocemos.
Lo que nos llena de esperanza y fortaleza es este corazón lleno de gratitud que nos invita a experimentar un profundo encuentro con nosotros mismos, reconociendo y disfrutando los momentos valiosos que hemos compartido en la vida. En cada paso de nuestro camino, reconocemos que Dios ha estado presente entre nosotros y nos ha sostenido en medio de nuestras fragilidades y desalientos.
La Navidad es un regalo, un don de Dios entregado gratuitamente a la humanidad. Es la alegría que tenemos para compartir con los demás. El Niño de Belén nos invita a compartir la vida entregándonos unos a otros en amor y servicio generoso, multiplicando el don de la vida, que es lo más hermoso que hemos recibido. Esta alegría, cuando se comparte, se multiplica. Es maravilloso que podamos seguir brindándonos mutuamente este hermoso don de la vida, compartiéndolo con la familia, nuestros seres queridos y amistades, el don de un Dios cercano y presente.
En esta Navidad, seamos el verdadero signo de un Dios cercano que nos ama y se entrega por nosotros. Juntos, sigamos contemplando el pesebre de Belén, que nos une en la fe, confiando en un Dios que nunca nos abandona. Al igual que los pastores, alabemos a Dios con un corazón agradecido, con una confianza plena en la Palabra de Dios que siempre nos guía e ilumina. La confianza en el amor providente de Dios nos regale la gracia de mantener viva la esperanza en ese Padre que nos ama incondicionalmente.
Juntos hagamos que cada día sea Navidad, haciendo que nuestra vida sea un don de Dios para compartir, siendo esperanza y alegría para los demás. Seamos fuente de esperanza en un mundo que necesita amor, solidaridad y cuidado mutuo. Seamos la esperanza para la humanidad que anhela la presencia de nuestro Salvador. Que el niño de Belén nos guíe por los caminos de la paz, el amor y la solidaridad. ¡Feliz Navidad para todos!