En el susurro de cada aliento y en el latido fugaz de cada corazón, yace una verdad ineludible: estamos vivos, aunque no siempre percibimos la esencia de la vida. Cerramos los ojos ante la muerte, una certeza final, pero mientras respiramos, ¿cuántas veces cerramos los ojos a la vida misma? Nos perdemos en el caos de lo cotidiano, en las preocupaciones que tejen telarañas sobre nuestros sueños, olvidando que cada pérdida, cada desafío, puede ser la chispa que transforma nuestra existencia en un espectáculo de aprendizaje y evolución.
Frente a las pérdidas, algunos se desmoronan, mientras que otros ven en ellas puentes hacia nuevos horizontes. Son estos desafíos los que nos interrogan: ¿Cómo enfrentar lo irremediable? ¿Cómo encontrar la fortaleza en la fragilidad? La respuesta yace en nuestra capacidad de ver en la pérdida no solo un final, sino también un comienzo.
En el vaivén de la vida, muchas personas quedan atrapadas en el laberinto de sus responsabilidades, las agendas llenas de compromisos eclipsan lo esencial: los momentos compartidos, las risas, los abrazos. Aquí yace una invitación a la reflexión: reevaluar los pilares de nuestra existencia, priorizar el amor y la conexión, antes de que el tiempo nos revele su valor en ausencias.
Somos divinos artesanos con errores y tropiezos en la búsqueda de la perfección. Sin embargo, la verdadera medida de nuestro ser no reside en la perfección, sino en nuestra respuesta ante la imperfección. Reconocer nuestros errores es abrir una ventana a la posibilidad de cambio, de crecimiento.
Evitar el espejo de nuestra alma solo perpetúa la ceguera, alejándonos del verdadero autoconocimiento, del poder de la empatía y del coraje necesario para reconstruir nuestros caminos.
Vivimos a menudo como si nuestra vida aquí fuera eterna, ignorando la fugacidad de nuestra existencia en la tierra. El tiempo, ese enigmático compañero avanza implacable, transformándonos de jóvenes en ancianos en un abrir y cerrar de ojos. La incertidumbre de nuestro último suspiro debería ser el faro que guíe nuestra forma de vivir: con intensidad, con presencia, saboreando cada minuto, cada experiencia, como si fuera la última.
Así, en esta danza con el tiempo, con la vida y sus misterios, encontramos la esencia de nuestra existencia: vivir plenamente y amar profundamente.
Porque al final, lo que importa no es cuánto tiempo vivimos sino cómo elegimos vivir ese tiempo.
Nos vamos acompañando.
Karina Holoveski
Mujer Medicina-Chamana.
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