Mientras el presidente Javier Milei se refugia en las redes sociales para enviar mensajes optimistas a un lado (por el cumpleaños de Mirtha Legrand) y dardos envenenados a otro (sus eventuales aliados del PRO y la UCR), la vida cotidiana y la realidad del país se vuelven cada día más complicadas.
Los bolsillos cada vez más ajustados por la inflación (récord anual) y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo sumen en la angustia a cada argentino en el día a día; pero además repercute en la línea de flotación de la economía: el consumo y la producción, en una espiral decadente que cada día se aleja más del “círculo virtuoso” prometido a medio-largo plazo.
El último aldabonazo se sintió en la pequeña y mediana empresa, cuya actividad cayó hasta un 30% con respecto a sus ya maltrechos números de hace un año. Es que el desplome del consumo interno, la pérdida de competitividad en el exterior y la disparada de los costos de producción (que todavía será más drástica con las subas de tarifas de servicios prevista para el próximo mes) ahogan en la zozobra a las PyME y preanuncian meses muy difíciles para un sector que genera casi la mitad de la riqueza del país y del que dependen millones de puestos de trabajo.
Si hasta el mismo FMI se muestra preocupado por el impacto social de las medidas del nuevo Gobierno, y advierte que las “recetas” que se venden como la salvación del país tampoco son la panacea, tal vez sea necesario moderar los discursos, las confrontaciones, las expectativas desmedidas y los eslóganes tuiteros, admitir la naturaleza profunda de la crisis (a las que ninguna ortodoxia alcanza para derrotar) y empezar a buscar alternativas de fondo que ayuden a todos a salir adelante más pronto que tarde.