Algo que resulta innegable es que en todos los tiempos y las épocas el ser humano tuvo, tiene y tendrá en su “ser interior” una inquietud y una necesidad de buscar a Dios.
Desde siempre llamó mucho mi atención cómo, de manera natural, los niños que son criados por padres sustitutos y que no conocieron a sus padres biológicos, con el correr de los años “sienten” una muy fuerte necesidad de conocer sobre sus orígenes.
En ciertos casos, para sentirse plenos, esa búsqueda les lleva gran parte de su vida. Cada detalle se vuelve muy importante y significativo.
En ese proceso la mayoría de las veces la persona va construyendo una imagen, una idea, de cómo fue su génesis… su comienzo. Luego surge la comparación de esa imagen con la realidad, lo que arroja diversos resultados.
Esa “búsqueda natural” es muy comparable con la búsqueda de Dios mencionada al principio. Dicha inquietud se activa en diversos momentos de la vida y por muy diversas causas y, generalmente, toma mayor intensidad cuando las cosas “se nos van de las manos” y perdemos el control. Incluso hay un gesto casi reflejo que todos tenemos: cuando la situación llega al límite, levantamos la mirada al cielo, como diciendo tal vez sin hablar, “¡nada de lo natural me está dando la salida!”.
En la biblia está el relato detallado de la “creación”.
Quiero resaltar que desde el comienzo (génesis) aparece el concepto de la “imagen de Dios” expresada de la siguiente forma: “Dijo Dios hagamos al hombre a nuestra imagen conforme a nuestra semejanza y creó Dios al hombre a su imagen, varón y hembra los creó”.
Dios, en su amor y bondad, proveyó al ser humano de libertad para “emprender la búsqueda cuando mejor le pareciera”. No obstante, el ser humano, en su permanentemente búsqueda de Dios, trató (como si de verdad se pudiera) de forzar a Dios a acomodarse y adaptarse a él en vez de permitir que Dios lo moldee como un alfarero y lo lleve nuevamente al “diseño original”… a su “imagen y semejanza”.
Para aportar más claridad y esperanza quiero resaltar que en nuestra búsqueda de Dios siempre llegará un momento en el que se produce un “encuentro con Dios”, una experiencia vívida e inolvidable donde, más que saber de Él, lo comenzamos a “conocer”.
La biblia relata muchos testimonios de personas que tuvieron un encuentro con Dios. En esta oportunidad quiero elegir el del apóstol Pablo, narrado en el libro de los Hechos de los apóstoles. Pablo llegó a Atenas y a la entrada de la ciudad vio un hermoso cartel a modo de monumento de la fe de los atenienses que decía: “Al Dios no conocido”.
Me permito parafrasear, que Pablo se detuvo, leyó el cartel, respiró hondo y dijo. “Los atenienses todavía no lo encontraron; yo iré a contarles que a ese Dios que ellos todavía no encontraron ni conocen es al que yo sirvo desde aquel día que me salió al encuentro de manera sobrenatural y me ‘reveló’ el camino para volver a su diseño original de una vida plena, conforme a su imagen y semejanza”.
Te invito que consideres conmigo que Pablo tuvo toda una vida de búsqueda de Dios y, apasionadamente equivocado, perseguía y encarcelaba (con autoridad legal delegada) a todos los que creían en Dios y compartían con gozo su experiencia de haberlo “encontrado”. Pablo surge luego como uno más de aquellos que lo habían “encontrado”, como uno de los que habían vuelto al diseño original, dispuesto a contarles a los atenienses esas “Palabras de Vida” para que ellos pudieran volver al diseño original y tener vidas plenas.
A pesar de todos los pesares, te animo a que no te desalientes. Dios es real, cumple sus palabras y promesas. Su diseño original está al alcance de tu búsqueda… Él se dará a conocer.