A Jorge Alberto Celano (49) le llamó la atención la actividad física desde chico y ahora, desde los distintos ámbitos en los que se desempeña, no pierde oportunidad para invitar a realizar alguna práctica. Nacido en el barrio Villa Sarita, de Posadas, contó que en la secundaria optó por el karate, y en la Facultad un poco de gimnasio y algo de natación. Cuando se recibió de arquitecto y regresó a Posadas, donde formó su familia, se dedicó al gimnasio, a salir a correr, a entrenar, pero siempre de manera sistemática y con compromiso de entrenamiento.
A los 24 años, precisamente en el gimnasio, saltó la primera hernia lumbar por una sobreexigencia en la sentadilla, que es un tipo de ejercicio. A raíz de eso el médico le dijo que permanezca inmóvil por el lapso de tres meses e hiciera kinesiología. Tras la recuperación, cambió el sistema de entrenamiento y pasó a hacer circuito (lo que ahora llaman funcional).
Llegando a los 40 años volvió a tener otro episodio fuerte de lumbalgia en la cuarta lumbar. “Estuve postrado en la cama, no me podía mover. Un médico me dijo que se solucionaba entrando a cirugía. ‘Sacamos el disco, ponemos clavos y quedamos como una pinturita’, me sugirió. Agarré la resonancia y me fui porque no veía como algo lógico entrar a una cirugía columna con 40 años”, confió. Visitó a Santiago Valderrama, otro traumatólogo que le habían recomendado. Le contó lo que pasaba y le mostró la resonancia.
“Me dijo que estaba complicado en serio, pero que ya no se prescribían cirugías, a no ser que estuviera postrado definitivamente y no pudiera hacer actividades diarias. Y elaboró un plan de tres meses de kinesiología, RPG (Reeducación Postural Global), fisioterapia, quiropraxia, mbeyú y payé, como le gusta decir, pasé por todo”, dijo.
Pasado el tiempo, se empezó a recuperar y la kinesióloga autorizó que realizara natación suave en pileta climatizada. “Empecé a caminar otra vez ya con mayor intensidad, a andar en bicicleta y volví a tomar confianza al hecho de salir a trotar despacito. La hernia lumbar te impide hacer movimiento de agacharse, levantar peso o salir a correr. Pero como me fui recuperando empecé a tomar confianza, sentía bien a la columna, fortalecida la cintura, espinales, y eso ayudó a recuperar y a fortalecer al cuerpo en general”, comentó.
A los 41 años había retomado las actividades y, de un día para el otro, “me pica el bichito del triatlón y me vino a la memoria cuando, con mi amigo de la infancia, Sebastián Lezcano, teníamos ocho o nueve años y mirábamos el programa El Deporte y el Hombre, que pasaban por ATC. Transmitían en vivo el Ironman de Kailua Kona, Hawaii, de 1982, y no podíamos creer las cosas que hacían esos tipos: nadaban casi cuatro kilómetros en el mar, pedaleaban en bicicleta por 180 kilómetros y corrían 42 kilómetros”.
Surgió la idea de hacer el Ironman antes de cumplir los 45 años. Después de haber “estado tirado” en la cama sin poder moverse, se recuperó y dijo: “tengo que ponerme este objetivo, y así arrancó esta hermosa historia que ya no tiene vuelta atrás, que es el Triatlón”, celebró, quien agradeció a los guardavidas y Policía de Misiones distrito Costa Sur que siempre están atentos.
Fue una planificación de tres años y de manera sistemática para llegar a cumplir esa distancia que era bastante exigente. El primer año arrancaron con distancias cortas, a las que denominan Sprint. “Empecé a entrenar solo, de manera autodidacta. Como mi hermano es profesor de educación física, tomaba sus libros y apuntes, así como de otros profesores del gimnasio que me cedían los libros de entrenamiento de triatlón”, recordó.
Ese primer año participó de unas siete competencias de corta distancia y se fue uniendo a la Asociación Civil de Triatlón (TriMisiones) y Pruebas Combinadas, un grupo pequeño que crece día a día y que hace todo a fuerza de voluntad. “Víctor Figueredo está a cargo desde hace algunos años y le pone empeño para que este deporte siga adelante”, aportó.
“Ese primer año me uní al grupo, empezamos a entrenar juntos y, al año siguiente, arranqué con otras competencias de mayor distancia.
La que le sigue en exigencia se denomina distancia Olímpica o Estándar -1.500 metros de agua, 40 kilómetros de ciclismo y 10 kilómetros de correr-, que es la que se hacen en las olimpíadas y es el doble de distancia del sprint -750 metros de agua, 20 kilómetros de bicicleta y 5 kilómetros de correr-. Se denomina Sprint porque es corta, pero explosiva, rapidísima y es muy competitiva”, ejemplificó Jorge Celano, que es docente en la Facultad de Arquitectura y da clases en su “glorioso” Instituto San Arnoldo Janssen, donde no pierde ocasión de incorporar charlas sobre prácticas deportivas durante los encuentros con sus alumnos.
Con mucho entrenamiento y plena confianza en sí mismo, Celano hizo en su primer año, siete triatlones Sprint; en su segundo año le sumó la distancia olímpica y le sumó dos medias distancias -se denominan media estancia o franquicia Ironman Half- que son 1.900 metros de natación, 90 kilómetros de ciclismo y 21 kilómetros de correr. Una se hizo en Ingleses, Florianópolis y la segunda en Nordelta, Buenos Aires. “Fue fantástica. Correr el primer Ironman fue una maravilla”, destacó sonriente, reviviendo esos momentos.
“Trabajo en el sector de Inspección de Obra del IPRODHA y muchos compañeros se están animando a formar parte de esta actividad que está de moda como otras al aire libre (correr, trekking, bicicleta). Es una buena moda, saludable, así que apuesto por eso. Cuando un compañero se incorpora me llena el alma de felicidad”.
Al año siguiente, recién al tercer año, después de correr una decena de Sprint y un par de media distancia, “ya nos preparamos para hacer el Ironman Full, cuyo objetivo estaba en mente desde el inicio. Lo corrí en la playa Jureré, en Florianópolis, con una distancia de 3.800 metros de natación, 180 kilómetros ciclismo y 42 kilómetros de correr o de pedestrismo”, evocó el padre de Belén, María Antonella y Nahia Giulianna, y esposo de Andrea Kosteski, que son el soporte emocional y logístico de este arquitecto.
Reconoció que buena parte de sus logros son gracias a Andrea que “me aguanta, me acompaña, me alienta y me aconseja en todos estos años para poder hacer el triatlón de larga distancia que realmente es exigente. No podría solo sin el apoyo de ella, que es la que me fue alentando y guiando. Ella vivió todo el proceso de mi salud así que entiende bien todo esto. Me soporta las ‘locuras’ que tengo de entrenar en días complicados porque nos hace bien al alma y al cuerpo”.
Entrenar muchas horas
Entiende que “esos tres años de entrenamiento, de recuperación, vinieron al pelo. El cuerpo respondió muy bien, a pesar de la edad, porque uno ya es grande para empezar a hacer esto. Igual el cuerpo respondió bien. Fui mejorando, fui bajando tiempos y adelgacé 10 kilogramos. Estaba mejor que nunca en mi estado, me sentía bien anímica, física y fisiológicamente. Este tipo de disciplina es buenísimo para la salud y la mente”. Eso sí, hay que dedicar muchísimas horas al entrenamiento.
“Para hacer una distancia full, tenés que dedicarle todos los días cuatro a cinco horas de entrenamiento. Siempre digo que para poder hacer esto hay que robarle los minutos al día y buscar la excusa para entrenar, para poder hacer lo que nos gusta, no importa si hace calor, frío o llueve. Hay que buscar la excusa para hacerlo. Es una satisfacción muy grande poder hacerlo”.
Todo esto le implicó un sacrificio en el sentido de “no poder estar con la familia. Hago lo que realmente me apasiona, pero dejé de hacer otras cosas, propuestas de trabajo u oportunidades de viajar, de estar, compartir o salir por la noche, juntarse con los amigos. Esas cosas uno va poniendo en la balanza y dice, por un tiempo dejo esto, pero me voy a dedicar a lo que me apasiona que es el triatlón. Son pequeños sacrificios, por decirlo de una manera, que se va haciendo para lograr el objetivo que uno quiere”, describió Jorge, que involucró en esta pasión al mismo Dr. Balderrama.
Después de haber hecho el Ironman -en abril 2019-, en el arranque del 2020 empezó a prepararse junto a Demian Kachuk y a Matías Mauri, de TriMisiones, para asistir al mundial que se hacía en Canadá. “Fuimos al CePARD y tuvimos el apoyo del Ministerio de Deportes, pero justo llegó la pandemia y se cortó.
“El cierre de oro para mí hubiera sido poder participar en ese Mundial”, lamentó.
No es para sorprenderse con sus logros porque proviene de una familia de deportistas. Su mamá María Elena Abraham, se dedicaba al atletismo y su tío, Carlos Rodolfo “Colita” Abraham, era profesor de educación física y reconocido entrenador de básquetbol de la década de los 80. Sus primos, hijos de “Colita” son jugadores de básquetbol. El hermano de su papá, José Nicolás Celano, también era jugador de básquetbol.
Con el ejemplo
Por la tarde Celano dicta clases en el Instituto Politécnico San Arnoldo Janssen, de donde es egresado. El primer día de clases pregunta a sus alumnos del secundario, el nombre, el apellido y qué deporte practican. “Así empezamos la charla, siempre tratando de incentivar que hagan actividad deportiva, que traten de buscar el tiempo para hacer algo”, dijo.
Admitió que su nivel de pasión es tan grande que “cuando llegan las vacaciones cortas, les digo: chicos todo el mundo a la costanera. De los 40 van 10 porque les gusta y otros 10, de compromiso. Después se enganchan. Hubo varios que salieron deportistas y quiero creer que la cuota de motivación que uno comparte, da sus frutos. Además de transmitir conocimientos sobre mi área, transmito mi vocación que es la actividad deportiva. Me llena de satisfacción poder motivar a los jóvenes, entusiasmarlos”.
Está “más que contento con su evolución”. Ahora, después del dengue, “vamos volviendo, tratando de llegar al rendimiento que teníamos, que no es fácil, pero no hay que bajar los brazos”.