En la Europa del siglo XVII, cuando Michelangelo Merisi da Caravaggio y Peter Paul Rubens pintaron sus famosas obras maestras, el pigmento azul ultramarino era hecho de una piedra semipreciosa llamada lapislázuli, proveniente de las lejanas minas en Afganistán, que costaba su peso en oro.
Solo a los pintores más ilustres se les permitía usar ese costoso material, mientras que los artistas menores se vieron obligados a usar colores más apagados que se desvanecían bajo el Sol.
No fue hasta la revolución industrial en el siglo XIX que una alternativa sintética fue inventada, y el verdadero azul ultramarino finalmente se volvió más accesible.
Sin embargo, al otro lado del océano Atlántico, los obras barrocas coloniales creadas por artistas como José Juárez, Baltasar de Echave y Cristóbal de Villapando, a principios del siglo XVII en México, Nueva España, estaban llenos de un hermoso color azul.
¿Cómo era esto posible, si se considera que el lapislázuli era incluso más raro en el Nuevo Mundo?
No fue hasta mediados del siglo XX que los arqueólogos descubrieron que los mayas habían inventado un color azul resistente y brillante siglos antes de que sus tierras fueran colonizadas y sus recursos explotados.
Azul difícil
El azul ultramarino obtenido del lapislázuli en Europa no solo era increíblemente caro, sino también extremadamente difícil de fabricar.
Por eso, en Europa, el azul era reservado para los trabajos más importantes.
El color era principalmente usado para pintar las túnicas de la virgen María, y después se extendió para incluir a la realeza y otras figuras sagradas.
En México, por otro lado, el azul era usado para pintar temas menos sagrados y cotidianos.
Los arqueólogos que estudiaban las ruinas prehispánicas de Mesoamérica se sorprendieron con el descubrimiento de murales azules en la Riviera Maya, de inicios del año 300 después de Cristo.
Quizás el más famoso de los murales está en el templo de Chichén Itzá, creada alrededor del año 450 después de Cristo.
El color tenía un significado ceremonial especial para los mayas. Ellos cubrían a las víctimas de sacrificios y los altares con ese color y eran ofrecidos pintados con un color azul brillante, escribió en un documento Diego de Landa Calderón, un obispo en la época colonial de México durante el siglo XVI.
Los arqueólogos estaban desconcertados por la resistencia del azul en los murales.
La planta de añil, parte de la familia índigo, estaba ampliamente disponible en la región, pero se usaba principalmente para tintes en lugar de pintura.
Y el índigo se desvanecía rápidamente a la luz del sol y los elementos naturales, por lo que los expertos pensaron que los mayas no podrían haber usado el mismo colorante ampliamente disponible para pintar los murales.
No fue hasta finales de la década de 1960 cuando se descubrió la fuente de la resistencia del azul maya a través de los siglos: una rara arcilla llamada atapulgita, que se mezclaba con el tinte de la planta de añil.
Durante la colonización, materiales nativos como el azul maya y la cochinilla fueron explotados junto con todos los demás recursos de la tierra y su gente en el Nuevo Mundo. Estos colores, que supuestamente representaban la riqueza del imperio maya, se mantendrían como un símbolo de todo lo que sería saqueado.
Claudia Olefnik
Artista plástica
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