Por
Mariela Stumpfs
Para Santi, Matías y Axel, la hora de Educación Física siempre era una fiesta. ¡Bah… No solo para los tres! ¡Para todos sus compañeros de salón!
En las escuelas, tooooodos los alumnos, o caaaaasi todos -siempre hay excepciones-, aman la hora de Educación Física. Según ellos… ¡Es la más divertida de la semana!
Para Dieguito, Educación Física era un tormento. Los miércoles a las tres tenía “gimnasia” con el profesor Fabián. Pocas veces podía participar porque muy a menudo solía sentirse mal. Le dolía la panza, la cabeza y un par de veces ¡la muela! ¡Siempre a la hora de Educación Física! A causa del dolor que frecuentemente lo aquejaba los miércoles a la tarde, no podía jugar al fútbol con sus compañeros. Se quedaba sentado en el banco de suplentes, él, tan buen jugador, observándolo todo, alentando, pasando la pelota cuando se iba lejos, gritando los goles, dando indicaciones al equipo A veces, su pie derecho pateaba una pelota imaginaria, ayudando a hacer entrar el balón en el arco…
Una tarde, el profe trató de indagar la causa de sus constantes dolores. El presentimiento le decía que eran imaginarios, que quizás todo se resumía en la falta de confianza en sí mismo. Dieguito se mantuvo firme en su postura: ¡maldito malestar, culpable de que no pudiera entrar a la cancha!
Cuando llegó la fecha del Campeonato Inter escolar, el equipo del profesor Fabián alcanzó la clasificación. La alegría de la escuela era inmensa: hacía varios años que no sucedía. Para el partido final fueron invitados todos los alumnos que quisieran alentar al equipo.
El primer tiempo igualaron 0 a 0. En el entretiempo la arenga del profe fue fundamental: entraron al campo dispuestos a ¡ganar o ganar! El equipo contrario abordó el campo de juego con la misma actitud. A diez minutos de finalizar, el partido continuaba sin goles y por si fuera poco ¡comenzó a llover copiosamente!
De pronto, la magia hizo lo suyo. Un mal pase de un delantero rival fue directo a los pies de Axel. ¡Era la oportunidad del chico! Pateó al arco con todas sus fuerzas y un eufórico ¡¡¡GOOOOOOOOOOOL! sonó más fuerte que la lluvia en la cancha en la que ya se dibujaban algunos charquitos. El juez de línea levantó la banderita indicando que Axel estaba en posición adelantada. El gol fue anulado. Desconcierto en los rostros del equipo del Profe Fabián y alegría en los del equipo rival. Las chances de ganar seguían intactas para ambos.
El partido se reanudó, pero Axel se dejó caer. Un dolor insoportable le impidió seguir. Aparentemente, en el fervor de la patada del gol, se lesionó el tobillo. Había que reemplazarlo con alguien del banco de suplentes. El desánimo fue general. Fabián confiaba en su equipo. Hizo entrar a Dieguito: no le dolían panza, ni cabeza, ni muela…
_ ¡Die-gui-to! ¡Die-gui-to! ¡Die-gui-to! ¡Die-gui-to! – coreaban los chicos. Era la única y última esperanza de ganar.
Al escuchar retumbar su nombre, Dieguito sentía que en su pecho la confianza se agrandaba … ¡DIE-GUI-TO! ¡DIE-GUI-TO! ¡DIE-GUI-TO!
En el último medio minuto, con un tiro libre al ángulo de pe- lí- cu- la, ¡¡¡anotó el gol ganador!!!
Abrazos, saltos, gritos … Aunque la lluvia impidió ver cómo las lágrimas rodaban por las mejillas del profe y en las de todo el equipo y alumnos acompañantes, se percibía que una enorme emoción invadió a todos.
En la coronación, dentro del Polideportivo porque afuera la lluvia no cesaba, los chicos decidieron que fuera Dieguito quien hiciera el pasito de Messi y levantara la copa.
Esa fantástica tarde, antes de irse, Diego se acercó al Profesor para despedirse…
-Te confieso algo profe: yo no confiaba, tenía mucho miedo a fracasar. Ahora sé que tengo que creer en mí. ¡Sí puedo! ¡Sí soy capaz de lograr lo que me propongo!