Pasaron los años, nuestros cuerpos cambiaron, crecimos, sin embargo, dentro nuestro, aún vive el niño o niña que fuimos.
Está ahí, intacto, con su inocencia, su sorpresa, su alegría y también con sus dolores aún no resueltos.
Hoy vamos por la vida vestidos de adultos, pero interpretamos las situaciones y las sentimos con la sensibilidad y la intensidad de cuando éramos niños.
En nuestro interior conviven nuestro niño con todas sus emociones de alegría y dolor y nuestra alma sabia.
Ante una situación que en nuestra niñez nos produjo dolor, muchas veces sentimos como lo hacíamos de niños y luego podemos analizarlo desde nuestra alma sabia.
Nuestro niño ocupa un lugar muy importante en nuestro presente, muchas veces tenemos reacciones que podrían interpretarse como exageradas, y es que hay una herida que quedó sin sanar y nuestro niño reacciona pidiendo atención.
Ahora que somos adultos, tenemos más herramientas para poder mirar aquello que alguna vez nos lastimó, y podemos verlo, entenderlo, aceptarlo y reconocerlo.
Cuando hacemos consiente nuestros dolores no resueltos, comenzamos a sanar y empezamos a tomar decisiones basadas en el amor y no en el dolor.
Nada de lo que elegimos hoy es al azar, nuestra pareja, nuestras amistades, todo está ligado a emociones del pasado.
Encontrarnos con nuestro niño, entender qué dolor se quedó atrapado es muy liberador, y nos fortalece, para que cuando una situación similar se presente, podamos afrontarla con más herramientas y elegir lo que queremos.
En vez de reaccionar exageradamente o tomar una decisión equivocada, poder ver la situación y abrazar a nuestro niño, tranquilizarlo, y actuar desde nuestra alma sabia.
La única forma de entender nuestro presente es ver a nuestro niño, ver sus alegrías y sus dolores, decirle que de ahora en más, tomaremos las decisiones que nos aporten felicidad y si algo le asusta, estaremos ahí para abrazarlo y elegir amar, sentir y vivir desde el amor.
Natalia Moyano
Contadora con
corazón de escritora
[email protected]