Por: Roberto Parodi Ocampo
Ah, San Pedro… por aquí pasan todos los eventos… como en todas partes… silencios muy ruidosos de la historia… dolores inadvertidos por el mundo que corre detrás de sí mismo… intensas tristezas y felicidades intensamente vi- vidas por cada uno de los que estuvieron antes, de los que están ahora y de los que vendrán después…
Recuerdo cuando Regino fue con Vicente a robar las guayabas de la chacra de Ña Eulogia. Había ido a la misa mañanera del domingo y de regreso a casa y haciéndose el distraído, se quedó puesto con su primer pantalón largo, el de ir a misa… podía hacerlo, nadie le prestaba atención, nadie le diría “sacate ese pantalón caté… ¡que lo vas a ensuciar todo…!”.
Ah, pero por más misa asistida que fuera, el ángel-diablo que vivía en sus entrañas intervendría una vez más en su vida para hacer lo que quería pero no debería, y que tanta atracción ejercía sobre Regino.
El asunto es que Regino y Vicente una vez más eran acompañados por el éxito en esta correría de apoderarse de lo ajeno: las guayabas de Ña Eulogia.
“Total no le hacemos mal a nadie, al contrario. Al fin que Ña Eulogia no se los va a comer; si se los come se le trancarán las tripas… al final, la estamos ayudando”. Entonces, contentos, se convencían de que la travesura no era ningún “pecado”.
Así transcurrían sus vidas, con la naturalidad y la simpleza de la vida en el pueblo. Naturalidad y simpleza… quien diría… como si fuera posible que una vida fuera simple.
Natural, vaya y pase, pero ¿simple?
Si no, peguntémosle al corazón de Regino el día en que en plena misa entrevió los pechos surgentes de Toticha y pudo comprender que era lo que tanto le atraía de esa flacucha que estaba cambiando un poco todos los días.
Porque todos los días cambiaba un poco.
¿Será que por eso eran tan intensos el deseo y la curiosidad de verla todos los días?
Así, sin darse cuenta, supo que Toticha se había metido en su corazón, en sus entrañas más recónditas, sin pedir permiso, y sin avisar si algún día volvería a salir de allí.
Así transcurría la vida: en medio de los paseos perfumados por las flores silvestres y matizadas discretamente por el estiércol que displicentemente, hasta se podría decir con cierta elegancia pueblerina, depositaban las vacas sueltas en la Plaza de los Combatientes. Como si tuvieran que cumplir con algún contrato firmado no se sabe con quién.
También transcurrían en medio de los bailes y tertulias pueblerinas que hacían menos aburrida la vida en el pueblo; entre películas esperadas que dejaban constancia de existencias lejanas e incomprensibles, de otras gentes, sin certezas sobre su existencia real.
Así transcurría el devenir de dos vidas que inevitablemente iban a colisionar en un encuentro cósmico en la que iban a ser beneficiarios y víctimas del amor: Toticha y Regino.
Fue a la salida de la misa del domingo en los tiempos de la guayaba.
Regino invitó a Toticha a probar el rojo corazón de la fruta…
Se descuidó Ña Gregoria.
Todavía no era tan celosa porque no sabía qué sangre corría por las venas de su hija. Se había olvidado de sus propias pulsaciones juveniles y de sus enloquecidos arrebatos amorosos con el amor cuyo nombre ya no recordaba.
Lo olvidó a fuerzas de olor a velas y de culpas que nadie expresaba pero que ella vivía como si fueran parte de su piel y que duró hasta que se dio cuenta que la hija de sus emociones juveniles era la bella, bella Toticha.
Toticha y Regino se encontraron en la vertiente que forma el pequeño arroyo que refresca las siestas del verano sampedrano.
Nunca supieron cómo llegaron hasta allí… ¡eso qué importaba!
En su primer beso juvenil supieron que estarían fundidos el uno en el otro para siempre, aun si algún día ya no hubiera lazos que los uniera.
Así fue.
Dos almas enamoradas, dos almas dominantes, dos almas apasionadas, dos almas valientes, dos almas orgullosas… no cabían en las envolturas del amor.
Así fue.
Cuando Toticha comprendió que el lazo que la unía a Regino tenía otras puntas en el otro extremo, cerró sin más su corazón, se olvidó para siempre de la vida y se preparó para vivir angustiosamente plácida en el brasero del resentimiento y amargura de los amores traicionados.
Al rescate del amor perdido, Regino fue a buscar consuelo en los misterios curativos de toda clase de males de Ña Bautí. La lavandera Ña Bautí, la de la larga y blanquecina cabellera rematada en un rodete cual eterna corona de una reina sin reino, que deshacía el rodete todas las noches y que cada mañana lo volvía a trenzar, cual criolla Penélope.
Bautista… nunca se supo en el pueblo si Bautista era nombre de varón o de mujer… Es de varón, decían; San Juan Bautista, decían.
Pero era el nombre de Ña Bautí. Y quién le discute a Ña Bautí. Nadie se atreve con ella, por respeto o por temor, o quién sabe… tal vez porque era médica, comadrona, curandera, payesera (1), o simplemente por imprescindible, pese al disgusto muy bien disimulado del cura del pueblo.
Se compadeció Ña Bautí del silencioso y desesperado dolor de Regino porque supo que no tenía remedio. Comprendió que el amor que se profesaban Toticha y Regino había sido condenado para siempre y sabía muy bien que lo único que se puede hacer con las fuerzas de la naturaleza es acompañarlas.
No se puede luchar contra las tormentas.
(1)- Payesera. Mujer que ejerce la medicina mágica ancestral. Experta en la preparación de pociones y simpatías para el arreglo de amores o para provocar males a terceros. Una de sus herramientas es el payé, un sortilegio, embrujo o manipulación mágica para realizar conjuros o exorcismos para conseguir favores amorosos o provocar daños a quien se desea perjudicar. Con el payé se hace el bien o el mal.
También comprendió que Regino cumplía con los requisitos para ser depositario de su gran regalo. Regino era joven, bello, fuerte, y después de Toticha ya no esperaba nada más de la vida.
Había quedado vacío, sin esperanzas pero lleno de vida. Presentía en Regino a un buen hombre, valiente y con carácter. Era el hombre ideal para su gran regalo.
Oíme, mi hijo, le dijo Ña Bautí a Regino. Vos no te preocupes por lo de Toticha. Eso no tiene arreglo; para qué te vas a preocupar por lo que no tiene arreglo. Pero yo sé que en otra parte te quieren mucho… y te quieren porque sí nomás, ni por malo ni por bueno. Tal vez porque sos lindo y valiente y porque a lo mejor ya no esperás nada de la vida. Eso puede ser muy bueno pero también puede ser muy malo. Todo depende…
Te voy a dar una cosa que solo puedo regalar una vez… así me dijeron; una vez, solo una vez, y está bien así…Escuchame bien, che memby (2).
Te vas a comprar un espejo nuevo en el almacén de Don Romualdo, y ¡cuidadito!, ¡que no lo use nadie!
¡Como si ello fuera posible!
Vas a conseguirte un gato negro, que todavía no estuvo con gata.
Así tiene que ser.
(2)- Che memby. En guaraní, mi hijo.
El viernes vas a ir hasta el cerro que está detrás de la estancia de Don Eustaquio, el cerro más alto de todos. Allí no se escucha el canto del gallo.
Allí, cuando se ponga el sol, vas a prender fuego con leña de ybyrápytâ (3), es la que más calienta.
En una olla grande vas a hervir agua limpia. Cuando esté bien caliente, vas a colocar al gato para que hierva hasta que solo queden los huesos.
Esa noche no tenés que dormir y cuidá muy bien la olla porque alguien te la va a querer robar. Alguien…
Al amanecer, cuando ya esté fría la olla, vas a ir sacando uno a uno los huesos y los vas a colocar delante del espejo. Los huesos que se reflejen en el espejo, tenés que desecharlos. Los que no se reflejen, guardalos. Con ellos vas a hacer un collar y te lo vas a poner por tu cuello.
Sin comprender nada, Regino preguntó para qué servía todo eso. ¡Qué te importa! le dijo Ña Bautí. Después vení por aquí si necesitás algo.
Y lo despachó sin más.
Continuará….