Entre tantos anuncios oficiales y promesas que se asemejan a los tiempos de campaña electoral, es hora de que la Nación reúna a las provincias para sellar urgentemente un Pacto contra la pobreza. No sirvieron los consejos de personalidades, con impacto solamente para las fotos mediáticas y de redes sociales.
Hay otros actores, mayoritariamente voluntarios, que sin pedir nada a cambio hacen de su vida una mejor de sus vecinos en pueblos donde el Estado hace poco o nada por aquellos que quedaron muy relegados socioeconómicamente.
No hace falta que aparezcan muertas las personas por el hambre para entender que hay miles, millones de argentinos que la inflación y el modelo económico los dejó “en la lona”, mendigando un plato de comida por no tener nada.
Es difícil pensar en uniones, consensos, articulaciones de acciones cuando no se reconoce el contexto y, en consecuencia, quienes la pasan mejor invisibilizan a los que están peor.
Más allá de las protestas de trabajadores estatales, hay decenas de otros obreros en el sector privado que no han tenido paritarias suficientes, que han perdido el trabajo o que los ingresos ya no rinden como hace unos meses atrás.
¿Qué más debe pasar para entender que tener toneladas escondidas de alimentos en galpones, con la excusa que hay piqueteros y organizaciones que lucran con la pobreza, para no ayudar a los necesitados?
Después de la homilía del arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, donde cuestionó: “Parecemos tener las manos paralizadas para construir el encuentro de la fraternidad, para abrazar a los heridos o ser solidarios con los que menos tienen”; al menos necesitamos una reacción positiva de la dirigencia política y funcionarios responsables de ayudar a los que menos tienen.