Las generaciones pasan década tras década y a pesar del avance de la tecnología en lo que respecta a la diversión de los chicos, el paseo en calesita sigue siendo atractivo para los niños, según indicó un trabajador de este “mundo mágico” que lleva más de 60 años en el rubro. Se trata de Antonio Pedro Barchuk (81), un apasionado que recorrió parte del país llevando diversión a los más pequeños.
El protagonista de esta historia recibió la visita de Ko’ape en su taller de Intendente Gelabert casi calle Santa Fe, de la Ciudad de las Flores. A pesar de estar jubilado sigue armando caballitos y autitos de madera, y pintando cuadros para satisfacer la demanda.
Barchuk nació en 1943 en la Colonia Apóstoles, donde permaneció hasta los dos años. Luego, sus padres, Ludovico y Sofía Spaciuk, se mudaron al pueblo, donde el papá instaló una carpintería bastante grande para la época, en Belgrano y Humada Ramella. Lamentablemente falleció muy joven, a los 42 años, dejando a cuatro hijos varones: Julio José, Domingo Mariano, Ernesto Luis y Antonio Pedro. Los más grandes crecieron y llevaron el taller hacia Buenos Aires. En esta gran ciudad, Antonio tenía una parada de diarios, que vendió en 1960, y se compró una calesita.
En la Ciudad de Buenos Aires sobreviven más de 50 calesitas ubicadas en espacios públicos. Si bien los términos “carrusel” y “calesita” suelen usarse indistintamente, la diferencia es que las calesitas tienen figuras estáticas mientras que los carruseles se convirtieron en la pasión de los chicos por el movimiento ascendente y descendente que simula el galope de los caballitos.
“Ahí empezamos con mis hermanos, uno pintaba, otros preparaban la madera para tallar los caballitos y yo me ocupaba de la parte mecánica. Los cuatro andábamos con el tema de las calesitas, pero yo era el que más me dedicaba porque ellos eran más grandes y tenían familia”, manifestó. De esta manera, recorrió la zona de la costa, los barrios, los pueblos como Bariloche, Comodoro Rivadavia, Córdoba, los Festivales de Cosquín, La Falda, Capilla del Monte, Cruz del Eje, Oncativo. También se adentró a poblados de la zona de La Rioja, entre otros.
Contó que en las exposiciones de Palermo del año 1970 se conoció con el fundador de Villa Gesell, que se llamaba Carlos y era propietario de la prestigiosa “Casa Gesell” de artículos para bebés, que, a su entender, sería la más famosa de Sudamérica. Durante cuatro años consecutivos viajó con la calesita “para hacer propaganda de ese comercio, que era gratis para los chicos durante 12 horas. Mamá, que todavía estaba, me decía que hablaba solo mientras dormía y que repetía ‘nene quédate quieto’, de tanto estar pendiente de los niños”, relató entre risas. Después, realizó dos exposiciones de juguetes en la Rural de Palermo, en la Estación de Colegiales, en la Estación Floresta, y la última que se realizó por esos lugares fue en plaza Mafalda, a una cuadra del Mercado de las Pulgas. “Así anduve de gira y luego volví a mi pueblo natal, donde estoy desde hace unos diez años”, expresó quien entiende que pasan las generaciones pero que afirma que “las calesitas nunca morirán…”.
“Ofrecí paseos para varias generaciones, además, yo trabajo a la antigua, doy sortija (instrumento metálico insertado dentro de una pieza de madera con forma de calabaza), los chicos se enloquecen junto a los padres, los abuelos. La gente se va bien, gracias a Dios nunca tuve un accidente”, comentó mientras daba un recorrido por el taller, que alberga miles de repuestos y herramientas.
“En Buenos Aires tenía una parada de diarios que vendí en 1960, y compré una calesita. Ahí empezamos con mis hermanos, uno pintaba, otros preparaban la madera para tallar los caballitos y yo me ocupaba de la parte mecánica. Los cuatro andábamos en el tema”.
Recordó que “cuando comencé andábamos por los barrios, a veces la mudanza se hacía por la noche para no molestar a los vecinos. Cuando los chicos se despertaban para ir a la escuela, veían una calesita y exclamaban: ¡mirá una calesita!, ¿cómo vinieron? Enloquecían porque a la tardecita no había nada en el terreno, y a la mañana se encontraban con una calesita. Además, en la Ciudad de Buenos Aires son Patrimonio Cultural, y porque en esa zona gustan mucho de las calesitas”.
Ahora es más fácil
Barchuk mencionó que la construcción era toda artesanal. Lo único que se mandaba hacer era la tornería y al resto lo cumplimentaban sus hermanos como carpinteros y como pintores, mientras “yo me dedicaba a la parte mecánica que era lo que me gustaba. Hicimos un mínimo de 50 calesitas, carruseles y arreglos”. Para moldear a los animales siempre utilizábamos cedro, también ahora. “Antes era todo chapa, madera y hierro, ahora es todo fibra, por lo que resulta más fácil trabajar con moldes. Antes había que cortar en la sierra y después darle la forma con escofina y otros elementos. Lo mismo que los aviones, cochecitos, lanchitas, en madera, chapa y hierro. Hoy es más fácil porque son moldes. Antes implicaba mucho más tiempo, no era rentable ni se hacían muchos”, expresó.
Confió que los calesiteros antiguos tienen una Asociación de Calesitas en Buenos Aires, con personería jurídica, y que él se inició en 1960 con inmigrantes españoles que vinieron entre 1945 y 1950. “Como tenía mi parada de diarios en Tapiales, enfrente había un bar y ellos paraban todos ahí. En una oportunidad había una esquina vacía y ahí conocí a Manuel Barreyro, me hice amigo y vendí la parada de diarios. Compramos la primera calesita y me gustó el rubro. Desde ese momento no paré, hasta ahora”, aseguró. Dijo que la primera que adquirieron “se encontraba bastante deteriorada y debimos restaurarla. No entendíamos mucho, pero la llevamos al taller de mis hermanos y la reparamos bien. Arrancamos haciendo juegos para los calesiteros que nos pedían, y vendíamos calesitas nuevas, empezamos a recorrer las nuevas a distintas provincias, La Falda, Córdoba, Gonnet”, enumeró.
Al expresidente Mauricio Macri le vendieron seis caballitos, una carreta y unos cuantos juegos más. “Era para una calesita que estuvo parada en el Parque General Paz, cerca de Constituyentes. Por conocimiento, me vinieron a ver a mí y junto a otro muchacho, que es actual presidente de los Calesiteros, la arreglamos, la pusimos en funcionamiento y se la vendimos”. A la inauguración asistió el ministro de Cultura de la ciudad, Hernán Lombardi. “Era una calesita muy linda, que estuvo parada por mucho tiempo. Esa quedó en el lugar, en Capital Federal”, acotó.
La tierra tira
En una ocasión vino de gira a la zona sur de Misiones, pero después “volví hacia Gobernador Virasoro, haciendo pueblos. Pero ya estaba cansado de tanto correr, y con el paso de los años volví a Apóstoles y tengo mi calesita acá -la hice en mi casa- en la Plaza de los Niños que se inauguró un Domingo de Ramos con la presencia de mucha gente. Era un mundo de gente, había que hacer cola y dábamos dos vueltitas gratis. El municipio me facilitó las instalaciones y se firmó un convenio a fin que los jardines de infantes, solicitud mediante, puedan asistir gratuitamente”.
“A veces la mudanza se hacía por la noche para no molestar a los vecinos. Cuando los chicos se despertaban para ir a la escuela, veían una calesita y exclamaban: ¡mirá una calesita!, ¿cómo vinieron? Enloquecían porque a la tardecita no había nada en el terreno, y a la mañana se encontraban con una calesita”.
Barchuk cree que, a esta altura del partido, “otra cosa no puedo hacer. Igual sigo trabajando. Cumplí 65 y aunque me jubilé como autónomo, gracias a Dios podía seguir trabajando. Además, soy ciclista y salgo a pedalear. Hace unos días recorrí 40 kilómetros. Tengo varias pasiones, y sigo activos. Comentan que, si uno queda parado, se endurece. Estoy terminando de reparar un carrusel de 8,50 metros de diámetro, seis cigüeñales, tres animales, es muy bonito, lo tengo que ubicar o venderlo”.
A su entender, “la calesita no va a morir. Es un juego sano, lindo, alegre. Es un mundo diferente con los animales, los avioncitos, los demás juegos, más con el carrusel que suben y bajan. A los niños les gusta mucho este tipo de diversión. La gente filma, comparte. Acá en Apóstoles había un señor que me llamaba la atención porque venía con una beba de ocho meses y ahora la nena tiene ocho años y siguen viniendo igual”, señaló. Pero lo único que cambió es que “antes venían las nenas a la calesita con sus muñequitas, ahora ya no veo más eso, ahora hasta 5, 6 o 7 años todavía se suben. Llega un límite de edad que, entiendo, es por la tecnología. Antes eran de más edades y chicas hasta 12 años se pegaban una vuelta”.
No existe mejor regalo
Sus ojos buenos y nobles se llenaron de la risa de los pequeños y desde entonces una tierna musiquita se enreda por las tardes de nuestra ciudad con numerosos pequeños que disfrutan de los juegos infantiles porque esa musiquita tiene un mensaje divino en sus sones, porque no existe mejor regalo que un niño con los ojos cargados de felicidad.
Cuando me visitó días atrás en la librería me habló con orgullo de su apellido, me habló de mi tía Petrona que estaba casada con Juan Barchuk, me contó una anécdota que la vivió años atrás cuando necesitaba cierta documentación escolar y yo se la brindé siendo director de la Escuela 71 del barrio Estación.
Don Antonio me pasó la mano, manos que construyen caballitos y avioncitos, manos trabajadoras y con aroma a madera y a pan casero. Me pasó la mano y se alejó caminando por las calles de Apóstoles. A la tardecita correría nuevamente las cortinas de su calesita y pondría en movimiento su pasión, la calesita gira y sus ojos claros se vuelven primavera de felicidad en los ojos de las criaturas. Don Antonio mientras tanto mueve con un don especial la sortija, sabe por instinto quien debe ganar el premio. A pocas cuadras desde la Iglesia las campanas saludan el ocaso. Una bandada de aves busca las sombras del frondoso árbol de la plazoleta y una pandorga de ilusiones límpidas cobra vida en ámbito de juegos.
Una mamá con dos pequeños que traen en sus manos bolsas de chizitos se acerca con su monedero abierto para adquirir los pasajes de ese mundo de una docena de asientos multicolores. Don Barchuk como un buen exponente de esos inmigrantes que llegaron a esta tierra a trabajar, cantar y rezar, camina tranquilo y sonriente, su caminar suave de pájaro es una plegaria cotidiana que se alza en medio de la plaza.
Muchos hijos y nietos de esos gringos encienden desde la madera una melodía. Don Antonio buscó una música más contagiosa y con mucho de Dios, despertando la alegría de los chicos a través de su sueño de calesitas.
Aunque le hayan robado un banco, aunque siete meses de pandemia la inmovilizaron, la calesita con los recaudos volverá en días. Dios está contento.
Texto de Mario Zajaczkowski