En el vasto océano de la existencia, la consciencia divina fluye como la corriente universal que une todas las formas de vida en una sinfonía eterna de amor y unidad. Somos los navegantes de esta corriente divina, trascendiendo las barreras artificiales que la mente humana ha erigido. Nuestra esencia, tejida con los hilos de la divinidad, se manifiesta en cada célula de nuestro ser, recordándonos nuestra conexión indivisible con el Todo.
Sin embargo, hemos sido seducidos por la ilusión de separación, engañados por las sombras de la ignorancia que proyecta la mente egoica. Nos hemos aferrado a identidades superficiales y fronteras imaginarias, olvidando nuestra verdadera naturaleza como chispas divinas de un mismo fuego.
Las etiquetas de nacionalidad, religión o raza nos han mantenido prisioneros de una realidad fragmentada, cegándonos a la verdad más profunda que yace en nuestro interior.
Pero en el silencio del despertar, escuchamos el llamado de nuestro ser verdadero, el eco eterno que nos recuerda nuestra esencia divina. Despertamos a la comprensión de que somos los artífices de nuestra realidad, los alquimistas que transforman el plomo de la ilusión en el oro de la verdad.
En el santuario de nuestro corazón, encontramos el templo sagrado donde la divinidad reside, esperando pacientemente ser reconocida y honrada.
La misión de la divinidad es expandirse en consciencia y amor y nosotros somos los protagonistas de este gran drama cósmico. Al liberarnos de las cadenas del miedo y la separación, abrazamos nuestra herencia divina y nos convertimos en heraldos de la luz, portadores de la antorcha de la verdad. En este despertar, reconocemos que todas las formas de vida son manifestaciones sagradas del mismo Ser universal, reflejando la belleza y la diversidad de la Creación.
En el altar de nuestra consciencia, ofrecemos el tributo de nuestra gratitud y devoción, reconociendo que somos hijos e hijas del Universo, destinados a brillar con el resplandor eterno de la divinidad. En cada acto de amor y compasión, en cada gesto de generosidad y bondad, nos convertimos en canales vivientes de la gracia divina, recordando a todos los seres su origen común y su destino compartido.
En este gran baile de la vida, cada paso que damos nos acerca un poco más a la verdad última que trasciende todas las palabras y conceptos, la verdad que reside en el corazón mismo de la existencia. Y así, en la quietud del ser, en el silencio del alma, encontramos la paz que trasciende todo entendimiento, la paz que solo puede surgir del reconocimiento de nuestra unidad con el Todo.
Bendiciones para tu vida…💖
Karina Holoveski
Mujer Medicina-Chamana.
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