Cada fotografía esparcida en la mesa del living de la casa de Elvies Mercedes “Meneca” Semilla (96) sirve como disparador para refrescar la memoria y hacer volar la imaginación por esa Posadas que iba tomando forma cuando, ella, siendo adolescente, se afincó en esta tierra donde su padre, Esteban Servando Semilla, había sido designado Gobernador del Territorio Nacional de Misiones.
Había venido de visita, en vacaciones, cuando su papá se desempeñaba como Comisionado Municipal, pero ésta sería en forma definitiva.
Lo hizo en compañía de su madre, Elvira Carreras; de su hermana, María Natalia, a quien llamaban “Tota”, y de sus primas, “Liliti” y “Coca”, que habían quedado huérfanas y que completaban el grupo familiar.
“Durante esos dos años que papá estaba acá, desde 1938 a 1940, nosotras lo visitábamos en vacaciones. En 1941 venimos con dos primas, que habían perdido a sus padres, y ya nos quedamos. Tuve que rendir examen de ingreso a primer año para poder cursar en la Escuela Normal, donde permanecí hasta mi jubilación. Toda mi vida transcurrió en ese establecimiento, soy normalera a full. Allí también conocí a mi esposo, Carlos Sesmero, oriundo de Candelaria, que era mi compañero de escuela”, manifestó.
Hasta el año 1943 la familia estuvo viviendo dentro del edificio de la gobernación, que era una casa hermosa. “Tenía un aljibe precioso, de diseño español. Era en el sector izquierdo donde ahora están dispuestas las oficinas. Era una casa enorme, divina, en cuyos patios corríamos y andábamos en bicicleta. Adentro había un muro que separaba con una puerta grande, permanentemente cerrada, y del otro lado estaban todas las oficias, o sea que tenía comunicación interna con la casa de familia”, mencionó.
La llegada a Posadas de Esteban Semilla, ya confirmado como Gobernador, quedará para la historia porque el pueblo lo esperó en la estación del ferrocarril y lo llevó en andas hasta la calle Córdoba y avenida Roque Sáenz Peña. Luego se le ofreció un banquete frente a la Casa de Gobierno, donde concurrieron alrededor de mil personas. Fue un hecho poco usual, por lo espontáneo y lo masivo, aseguraron los medios de la época.
Para Meneca, “era muy lindo vivir acá. Jugábamos en la Laguna San José, cazábamos mariposas y andaba a caballo en el predio en el que después se construyó la escuela normal, que era un espacio verde. “Pepe” Novoa tenía un caballo, a quien pedía prestado para poder montarlo”. Para venir a Posadas no había puentes ni caminos por lo que el transporte obligatorio era el barco y el tren. “Nosotros venimos en barco. Tomábamos uno desde Buenos Aires hasta Corrientes, y el que hacía el trayecto desde Corrientes hacia acá era el ‘España’. Todos eran preciosos”.
Si bien “Meneca” considera que cuando llegaron, Posadas “era una aldea”, ya tenía lindas confiterías, el teatro Español, el cine Sarmiento. Estaba la Casa de Gobierno, que habían construido unos años antes la plaza San Martín y la plaza 9 de Julio.
Recordó que “desde antes que viniéramos, se acostumbraba a caminar de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, los varones por un lado y las chicas por otro. Se llamaba la vuelta del perro. Ahí nos encontrábamos con algún noviecito al que se llamaba ‘filo’, porque hasta que no llegaba a la casa no era considerado novio”, dijo la mujer nacida en La Pampa pero que vivió en Buenos Aires desde pequeña, hasta que se afincó en Misiones.
Pensando en regresar
Su madre, también maestra, era la hermana mayor de muchos hermanos que se habían quedado sin madre, entonces tenía intenciones de volver a Buenos Aires. Creía que esa oportunidad podría darse cuando su hija mayor se recibió de maestra, después de cuatro años de cursado, “pero mi papá nunca quiso irse. Fuimos a un casamiento de los Lesner, mi hermana se puso de novia y se casó. Y ya no nos fuimos. Seguí estudiando y me recibí de maestra justo cuando se había agregado el quinto año. Después me casé con Carlos Sesmero”, con quien compartió 47 años de su vida. Después de doce años de casados, tuvieron dos hijos: María Gabriela y Carlos Raúl, que les regalaron seis nietos y cuatro bisnietos.
Su padre estuvo durante la primera Fiesta de la Yerba Mate y la primera muestra regional, que se desarrolló donde ahora se encuentra el edificio de la Cámara de Diputados. Estaba presente la maestra Angélica Felisa Schnarbach, que fue quien en su espacio inició gestiones para el desarrollo de este evento. “Papá la conocía. De chica recuerdo haber ido a visitar la escuela 97, de Picada Sueca, donde ella ejercía”.
Cautivado por la esta ciudad, a la que le brindó tanto, “papá no quería irse de Posadas por nada del mundo. Cuando terminó el tiempo de vivir en la gobernación, salimos de ahí y fuimos a alquilar una casa sobre la calle Santiago del Estero, frente a un conocido supermercado, que era la tierra de los Mattos, un campo raso, con una casita a lo lejos”, señaló Elvies, cuyo nombre es la combinación de los nombres de sus padres: Elvira y Esteban.
Después se mudaron un poco más al centro, sobre la calle 3 de Febrero.
Si bien estudió magisterio, confió que le hubiese gustado seguir algo relacionado con la matemática, “que me gusta mucho, pero antes la nena no se iba sola. Existía solamente la escuela normal, el nacional y la de Artes y Oficios, donde mi esposo aprendió mucho y tenía excelentes profesores. Yo ejercí como suplente en la escuela del barrio Yohazá, después siempre estuve en la Escuela Normal donde fui preceptora, bibliotecaria y maestra por muchos años”.
Las salidas esperadas
“Meneca” comentó que durante la gestión de su padre se construyó “la parte de arriba de la primera costanera, la antigua costanera. Fue una obra de Thays y de Bustillo. Tenía que continuar por varias cuadras. Contaba con dos pistas de baile, que después sirvieron como basamento del anfiteatro Manuel Antonio Ramírez, para el XXIX Campeonato Argentino de Básquetbol. Siempre recuerdan que a la obra la hicieron rápido pero no recuerdan que la hicieron rápido porque tenía el basamento de la primera costanera. Hicieron dos pistas, pero el plan eran varias que llegaran hasta la costa. Era hermoso”.
En 1931, Semilla ingresó al Ministerio del Interior, donde como inspector de Territorios Nacionales, los recorrió a todos, actuado a la vez en la gobernación de los Andes, en Neuquén, Río Negro, Santa Cruz, Tierra del Fuego, La Pampa, Tucumán y el Chaco, culminando en 1938 en Misiones.
También recordó que “íbamos a bailar en frente, que era el Parque Japonés, con una confitería que pertenecía a los Yamaguchi. Había un árbol blanco que era un sueño. La primera pista era de una categoría más baja, estaba la segunda que era para todo el mundo y había que ir a la tercera porque de lo contrario estaba mal visto. Eso funcionaba posiblemente sábado y domingo, recuerdo haber ido. Mi hermana Tota ya se había casado, entonces nunca fue al Parque Japonés”.
Por lo general, “íbamos con ‘Coca’ mi prima más chica y papá iba a buscarnos. A las 23 ya decía, qué barbaridad cómo están acá tan tarde y apenas nos miraba, volvíamos al auto. Era realmente preciosa. Siempre era con la compañía de un tío, un primo. Se bailaba bolero y tango, aunque en menor cantidad. Los muchachos te hacían una señita a modo de invitación. Tenía compañeros, amigos, porque vine a una escuela mixta cuando toda la vida fui a un colegio de niñas en Buenos Aires. Acá estaban más adelantados”, acotó entre risas.
El sitio había sido una residencia de los hermanos Barthe, luego los Yamaguchi la trasformaron y le dieron fama. El lugar brilló desde los años 40 hasta mediados de los 60. Estaba separado del Anfiteatro por una calle. Tenía cuatro pistas bailables, apodadas de acuerdo a las clases sociales que las frecuentaban. En 1956 un incendio destruyó el lugar.
“Es llamativo porque mi nieto Juan, que es escultor y que estudió en La Plata, fue convocado por la Municipalidad de Posadas para restaurar la Diana Cazadora, que papá trajo, junto al Sembrador, cuando se asfaltaron las cuatro avenidas. Todo era campo abierto, y Bustillo y Thays aportaron mucho”. También trajo las plantas de chivato para embellecer los espacios.
Anteriormente, en las tantas salidas, concurrían al cine al aire libre, en una de las esquinas del centro, en épocas que Mirtha Legrand comenzaba a actuar en las películas.
Entre las anécdotas de la época, graficó que “corríamos todos en busca de hielo hasta la histórica fábrica Armellin. Comprábamos la barra de hielo y la colocábamos en un tipo de conservadoras. En ese tiempo no había gas, por lo que cocinábamos en una cocina a kerosene, que cuando se descomponía tenía que desarmarla, por lo que me convertí en casi una técnica. Una vez cociné todo rico y se me mezcló con el olor del combustible, que era penetrante, y tuvimos que tirar, no se pudo comer nada”.
“También teníamos los ‘primus’, que eran unas cocinitas de bronce que mucha gente la convirtió luego en lámparas. Yo las tenía arriba y las utilizaba para preparar el mate por las mañanas, usando una pavita”, agregó.
Entiende que su papá era un hombre “muy dedicado, al punto que se levantaba a las 3 de la madrugada y venía a ver si estaban los cuidadores. Muy minucioso. Le encantaba la Municipalidad, y todo lo que hacía. Nosotras como hijas no nos dábamos cuenta lo que implicaba ser de su descendencia. En Posadas nos divertíamos tanto, fuimos muy felices, fue una adolescencia tan linda porque la ciudad no es lo mismo. Tuvimos muchos amigos. Íbamos a la laguna San José a cazar mariposas”, dijo, quien rememoró que solían cruzar el río en lancha para visitar Encarnación, adonde iban a comprar telas o simplemente a pasear en karumbé.
“Cruzábamos en lancha. Lo hacíamos de forma seguida, y era todo muy distinto. El Paraná era más angosto y más claro. Mi papá siempre quería un balcón al rio, y no pudo tenerlo, pero yo lo tuve y lo disfruto sin darme cuenta”, alegó.
Aseguró que Don Esteban Semilla “amaba este territorio y por ende nos quedamos. Papá puso una agencia marítima y la primera casa de cambios. Lo habían nombrado para intervenir Santiago del Estero, pero no quiso irse. Estaba hallado, como suelen decir. Mi hermana estaba casada y empezaron a venir los nietos, que luego fueron siete”.
“Fue algo distinto”
“Pudo haber sido uno más y sin embargo fue algo distinto. No era urbanista e hizo urbanismo al diseñar y construir jardines en las avenidas periféricas”. Así lo despidió el intendente, escritor y periodista Balbino Brañas en nombre del pueblo en su última morada.
Semilla fue un administrador probo y progresista que tuvo Posadas. Fue intendente de la ciudad y Gobernador del Territorio Nacional de Misiones. Durante su gestión comunal convirtió agrestes potreros en bellos paseos y avenidas parquizadas (Mitre, Corrientes, Roque Sáenz Peña y Roque Pérez). Insistía con parques arbolados que dieran mucha sombra en la ciudad. Por ello, trajo a Posadas los primeros chivatos característicos de estas cuatro avenidas, alguno de los cuales, todavía regalan sus flores anaranjadas.
Durante su gestión fue valiosa la tarea del ingeniero Carlos Thays, quien lo asesoró para embellecer las plazoletas.
Además de remodelar plazas, erigió, sobre barrancos casi inaccesibles, un tramo de la primera costanera que tuvo la ciudad, y que sirvió como base para la edificación del anfiteatro “Manuel Antonio Ramírez”.
Orfila y Llamosas también le rindieron homenaje al nacido en San Pedro (provincia de Buenos Aires) el 28 de octubre de 1890, quien falleció en Posadas el 22 de enero de 1966. Sus restos, como los de su esposa, descansan en el cementerio La Piedad.
“Papá amaba este territorio y por ende nos quedamos”, indicó su hija “Meneca”.