En nuestra vida, los conflictos son inevitables. Surgen en nuestras relaciones personales, laborales y sociales, desafiándonos a encontrar maneras de resolverlos que no solo restauren la paz, sino que también fortalezcan nuestra comprensión y conexión con los demás. En estos momentos de tensión y dificultad, la forma en que abordamos nuestras preguntas internas puede determinar el camino que tomamos hacia la resolución y el crecimiento personal.
Cuando nos enfrentamos a un conflicto, nuestra reacción instintiva a menudo nos lleva a preguntarnos: “¿por qué?”. Esta pregunta, aunque natural, nos sitúa en una búsqueda de causas y culpables. Nos enfocamos en el pasado, tratando de desentrañar las razones detrás del conflicto. Nos preguntamos por qué alguien actuó de cierta manera, por qué una situación se desarrolló como lo hizo, o por qué nos encontramos en esa posición.
El “¿por qué?” puede llevarnos a una espiral de análisis y, a menudo, a la búsqueda de culpas. Nos empuja a encontrar explicaciones que justifiquen nuestro dolor o enfado, y en este proceso, podemos caer en la trampa de la victimización y el rencor. Este enfoque, aunque a veces útil para entender las raíces del problema, rara vez nos proporciona una salida constructiva. Nos atrapa en el pasado, en un ciclo de pensamientos que puede aumentar nuestra angustia y disminuir nuestra capacidad para actuar con claridad y compasión.
En contraste, preguntarnos: “¿para qué?” nos invita a mirar hacia adelante. Esta pregunta transforma nuestra perspectiva, llevándonos a considerar el propósito y las oportunidades que el conflicto nos presenta. Nos aleja del rol de víctimas y nos coloca en una posición activa de búsqueda de sentido y dirección.
El “¿para qué?” nos ayuda a explorar las lecciones que podemos aprender, las habilidades que podemos desarrollar y las oportunidades de crecimiento que el conflicto nos ofrece. Nos impulsa a identificar los objetivos y propósitos que podemos alcanzar a través de la resolución del conflicto. En lugar de centrarnos en lo que nos ha sido quitado o en lo que ha salido mal, permite que nos enfoquemos en lo que podemos ganar y cómo transformar la situación en una experiencia constructiva.
Como mediadora, he observado que el cambio de perspectiva de “¿por qué?” a “¿para qué?” puede ser profundamente transformador. Cuando las partes en conflicto adoptan esta pregunta, comienzan a ver más allá de sus quejas y resentimientos. Empiezan a considerar cómo la resolución del conflicto puede mejorar sus vidas y sus relaciones.
El “¿para qué?” fomenta la empatía y el entendimiento. Permite a las personas reconocer las necesidades y deseos subyacentes que motivan sus acciones y las de los demás. En lugar de centrarse en las acusaciones y los reproches, se abre un espacio para el reconocimiento mutuo y la reparación del daño. Este enfoque crea un terreno fértil para la reconciliación, donde las partes pueden trabajar juntas para encontrar soluciones que satisfagan sus necesidades y promuevan la paz duradera.
Enfrentar un conflicto con la pregunta “¿para qué?” en lugar de “¿por qué?” nos invita a trascender nuestras limitaciones y a ver los desafíos como oportunidades de crecimiento y transformación. Nos permite actuar desde un lugar de sabiduría y compasión, y nos prepara para construir relaciones más fuertes y significativas.
La próxima vez que te enfrentes a un conflicto, intenta cambiar tu pregunta. En lugar de buscar culpables o causas, busca el propósito y la oportunidad. Pregúntate “¿para qué está ocurriendo esto?” y descubre cómo puedes transformar la adversidad en una experiencia enriquecedora que contribuya a tu crecimiento personal y al bienestar colectivo.
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
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