Por: Carmen Irene Vera Salinas
Era abril. Esteban llegó hasta el dique de castores, el que interrumpía la afluencia normal del arroyo que desembocaba en el mar. Esperaba tener una buena pesca. Pero los róbalos no habían entrado después de la pleamar. Desandó el sendero rumbo a la camioneta sintiendo un frío sudor que le bajaba por la espalda. Quizá estoy por engriparme, pensó. Ubicó las cañas en la parte trasera y decidió volver.
La ruta de ripio, tierra, ripio, serpenteaba en ese pedazo de cordillera andina. El sol despuntaba menos temprano. Las serranías circundantes a la ruta 3 se encendían solo con el color rojizo de algunas lengas y ñires que poblaban las zonas altas. La pareja de cóndores ya estaría en lo alto. Fantasmas de libertad entre las nubes grises.
Al llegar al cruce de la ensenada, se desvió hacia el río Pipo. Decían que, a principios de siglo, un preso de la cárcel del fin del mundo había querido cruzarlo sin haber llegado nunca a la otra orilla. El río ya no era el del verano. Algunos hilos de agua indicaban que los buenos peces estaban escaseando.
A 600 kilómetros, cruzando el mar, Elpidio se despertó de buen humor. Pensó en la última noticia. No creía que los británicos se animaran a llegar. Colgaba de su cuello el rosario de su madre, con la crucecita del bautismo bien amarradita. Y en su bolsillo, una foto familiar de los viejos y otra de su hermana, que ahora vivía cerca de Ushuaia. Al verlos, todo parecía más superable.
Se frotó las manos y de un salto empezó con la actividad diaria de mejorar su pozo de zorro. ¡Pucha que era difícil la tarea en la playa, entre tanta piedra y tanta agua congelada que se filtraba!
Recordaba los hoyitos que hacía con la pala para plantar los zapallos y los melones en la chacra, allá en la Puerto Esperanza de su Misiones. Al atardecer alguien dio el aviso más duro: “Los ingleses están viniendo”.
Esteban le comentó a su esposa embarazada, que la pesca resultaba esquiva, que quizá las próximas semanas.
“Querida mamita: ¿Cómo anda todo por allá? Papá, la abuela… ¿y la Aurorita que ya está por darme un sobrino? ¿Sabés algo de ellos?.
Pensar que me separan de ella apenas una centena de kilómetros… Vos no te preocupes, yo estoy protegido. Seguimos luchando por la Patria. Nos bombardean por todos lados. Pero yo voy zafando, mamita. Tengo tu rosario prendido a mi cuello. Cada vez que escucho el ruido de los aviones ingleses tomo muy fuerte la medalla y pienso en ustedes…”.
En la madrugada del 14 de junio Aurora se levantó descompuesta. Es algo que comí, dijo para sí. Y vomitó.
Elpidio quiso seguir escribiendo, pero la herida en su brazo derecho sangraba y dolía, a pesar del torniquete improvisado que le hiciera su compañero de trinchera. Unos metros más adelante aún se veía el cuerpo congelado de otro camarada caído después del último ataque del invasor inglés.
Eran cerca de las cuatro de la mañana. Aurora no lograba conciliar el sueño. Varias veces se levantó a vomitar. En esa larga sucesión de malestares lo veía a Elpidio, su hermano, corriendo hacia ella en medio de una balacera. Portaba la bandera celeste y blanca. Le sonreía.
A eso de las siete sintió un dolor que casi le corta la respiración y gritó. Esteban se incorporó y presuroso la asistió. Ya casi estoy en fecha, quizá sea eso, le dijo. La llevó a Ushuaia, que en aquel entonces era tan solo un remanso de casas bajas que miraban al canal de Beagle.
Elpidio sintió un dolor agudo en el vientre, cerca del corazón. Tenía hambre…hambre. Tomó como pudo la carta que había iniciado casi un mes atrás. Asió fuerte el rosario y sonrió. Sus labios secos y quebrados, aún tenían el gesto del amor cuando los ingleses lo descubrieron el 14 de junio, justo a la hora en la que él rezaba el rosario.
Aurora dio a luz a Malvina Soledad ese mismo día y sigue naciendo según pasan los años. Tiene el color del mar sureño en sus ojos. La sonrisa de su tío se dibuja en los hoyuelos. Nadie sabe por qué su cabello es rojizo. Quizá porque fue alimentado por la turba de aquellas latitudes. Quizá porque su madre y su tío fueron acunados en la tierra colorada.
Ya son cuarenta dice Elpidio, y besa la frente de su sobrina como si besara las islas.
Datos sobre la autora
Nació en La Plata (Buenos Aires) y reside desde 1997 en Misiones y en la actualidad está radicada en Puerto Esperanza.
Desde los 19 años de edad obtuvo menciones y distinciones en distintos concursos nacionales. También vivió por 20 años en la Patagonia, junto a su esposo que es guardaparques nacional. En aquellos años la lectura fue una infaltable compañera.
Tiene tres libros editados. Yo estuve allá, con esperanza miramos a las Malvinas (literatura testimonial) realizado en coautoría con escritores del Grupo Literario Buscapalabras de Puerto Esperanza en 2017 con una reedición en 2022.
En 2021 la editorial Puerto de Palos publicó su primera novela infantil, para niños de 8 a 11 años, Carboncito el gato. Hora de lectura. Cántaro.
En 2023 editó su primer libro de cuentos y poesías: Que ría el río, cuentos con poesía.
En la actualidad forma parte del Taller Literario de Montecarlo, Palabra que camina y del Taller Literario de Puerto Esperanza, Buscapalabras.