Con la denuncia presentada por la exprimera dama, el expresidente Alberto Fernández se subió al tope del podio de la hipocresía.
Blanco de las críticas más severas por su pésimo desempeño como mandatario y por la horrible herencia que dejó antes de irse a vivir a España, el expresidente suma ahora graves acusaciones por violencia de género y hostigamiento contra quien fuera su pareja durante toda su presidencia.
La denuncia en cuestión debería llevarlo definitivamente al ostracismo político (aunque en Argentina muchos que merecen el mismo destino se reconvierten y siguen adheridos al poder), pero más importante aún, debería ponerlo de inmediato frente a la Justicia.
La doble moral y las culpas hacia afuera, dos características que describen perfectamente a buena parte de la dirigencia argentina, se expresan con profundidad en la figura de Fernández, quien durante la pandemia no solo negó que en Olivos se haya desarrollado una fiesta, sino que, cuando no quedaba margen para seguir mintiendo, acusó directamente a su pareja.
“Mi querida Fabiola convocó a un brindis que no debió haberse hecho”, dijo entonces quien hoy se sube al podio de la hipocresía.