Liliana Noemí Sosa es técnica radióloga y hasta que se introdujo en el fantástico mundo de la fotografía solamente tomaba imágenes de huesos en el sanatorio en el que desempeña funciones.
Además de esta tarea que se remitía a cuatro paredes, contó que su vida pasaba por la casa, el jardín, las orquídeas (es coleccionista) y al cuidado de sus hijos: Agustina, Anita, Gabriel y Cristian. “Esa era mi vida, mi entorno”, manifestó la profesional, nacida en Puerto Piray.
“No sabía hacer el click de una cámara, la fotografía no estaba en mis planes. Un día un fotógrafo posadeño me invitó a hacer un taller porque en una ocasión vi sus trabajos y quedé encantada porque te transmitían mucho. Dijo que iba a invitarme, pero no lo tuve en cuenta. Pasó el tiempo y me escribió sugiriéndome participar. Acepté, pero le dije que no tenía cámara y que, además, no sabía hacer un click. Me prestó la cámara y empezó toda mi historia con la fotografía”, comentó.
Participó de ese taller, siguió con otro y otro más. “Me salieron algunas tomas y alguien me pidió que registrara un bautismo y luego una fiesta de quince. Y no tenía idea cómo hacerlo. Despacito, me fui animando. Es que no salía de casa, no asistía cumpleaños como para tener idea de la rutina de la ceremonia, lo hice siempre como espectadora. Soy muy tímida pero cuando me invitaron a hacer la misa blanca, me alentaron a que iba a sacar lindas tomas. Las hice y salieron buenas. A raíz de eso, me contrataron para la fiesta de quince. Te van a salir lindas, insistieron. Y se cumplió la profecía”, agregó entusiasmada.
Y así llegó el primer taller de avistaje de aves que se hizo en el cuarto tramo de la avenida costanera. Tras esa invitación empezó su aventura con la naturaleza, con los picaflores que la visitaban en casa.
“Vivo en un departamento pequeño, con un patio diminuto, en el que empecé a poner bebederos y frutas para tentarlos a volver. Y comenzó a aparecer uno muy particular denominado zafiro (thalurania furcata), que me generaba entusiasmo fotografiarlo”, dijo.
Después de ese taller fue como invitada a una reserva situada en la localidad de Santiago Liniers. “Esa fue mi primera aventura en el monte. Recuerdo que fui con una capelina. Generalmente cuando se empieza a hacer avistaje de aves, se viste con una remera celeste o un pantalón más colorido, pero, después, uno va cambiando la forma de vestir. Cambias de ramera, de pantalón y cuando te das cuenta estás con el equipo verde, mimetizada con el hábitat, metida entre las malezas”, expresó.
Todo esto la llevó a conocer a gente que sabe mucho sobre la naturaleza y “fui aprendiendo”.
En su carrera hubo algunas fotos especiales. “Una de las que se me vino a la mente fue una del Festival del Litoral edición 2014, que luego la utilizaron para una publicación de turismo. Otra, es la del camino de Jacobo, en Comandante Andresito, con la que salí segunda en un concurso. Es una imagen que se compartió muchísimo y fue pintada en cuadros”.
Salió de su casa, empezó a viajar, empezó a rodearse de amistades a las que le gusta la naturaleza. “Con la fotografía se me abrió un mundo nuevo. Siempre digo que desde que empecé a hacer fotos, es como que vivo más, disfruto más, aprendo mucho, porque no se trata solamente de fotografiar a pajaritos, sino a mariposas, plantas, árboles, son muchas cosas. A partir de ese momento ya no quedé en casa en casa”, reconoció.
Los fines de semana también cambiaron. En algunas ocasiones alguno de sus hijos la llama para coincidir en alguna actividad y, por lo general, no la encuentra en casa. “Me dicen: mami vamos a comer y yo ya estoy a kilómetros de distancia. Me fui. Aprendí a ver, a observar y a disfrutar. Es un tiempo para mí, es mi terapia. Esto me llevó a conocer a mucha gente que sabe, que te enseña. Una va aprendiendo, pero a la vez va transmitiendo porque lo traslado a mis hijos, a quienes me conocen, voy contando y se quedan sorprendidos. Aunque vuele muy alto, por el tipo de vuelo, les puedo decir que es una paloma. Voy enseñando y contagiando de ese amor, porque creo que toda mi familia, tanto de acá como de otros municipios, saca fotos a los pájaros y me las envía, me las comparte, como que prestan más atención. Es como que, a partir de esto, hay una mejor comunicación entre nosotros. A la vez, comparto imágenes de la naturaleza en las redes sociales y hay quienes me preguntan ¿adónde es? ¿cómo? y tratan de involucrarse”, celebró quien en 2014 integró el grupo del Club de Observadores de Aves (COA), de Posadas, que se reunía en la Reserva Natural Urbana Itá (permanece abierta de lunes a lunes de 8 a 18). Aquí se registraron unas 200 especies de aves (el 41% de las aves de Misiones) y más de 100 especies de plantas.
“Mis fotografías sirvieron de inspiración a varios pintores misioneros como Marisol Gorgues, Maria Susana Rendón, Silvia Czjakowski, Georgia Madelaire, Mónica Fabiana Sánchez, y eso me enorgullece un montón”.
El avistaje la llevó a viajar porque “si querés observar a las aves, tenés que buscarlas, ir detrás, meterte en un matorral. Por ejemplo, el bailarín azul, es un emblema de Misiones, y verlo causó sensación, emoción. Cuando lo vi por primera vez, fue en Santa Ana, y me pasó un escalofrío. Hay ocasiones en que lo escuchás pero no lo ves. También nos pasó con el picaflor copetón, que es muy chiquito y está en los montes de vegetación cerrada A veces te quedas con el cuello duro, mirando tensionado porque querés verlo y no lo es posible”. Esta actividad hizo que Liliana Sosa cosechara muchísimas amistades. Con amigas, tuve la oportunidad de viajar a Chile en 2017 y, a Ecuador, el año pasado. “Fue un viaje bellísimo, conocí a gente de otros países, cultura de otros lugares”, acotó, quien participó del concurso “Argentinos por Argentina” en Instagram, donde quedó en segundo lugar con una imagen de Comandante Andresito.