Este 15 de agosto, la Iglesia celebra la fiesta de la Asunción de la Virgen María, quien llena de esperanza la vida de todo cristiano que peregrina hacia la patria celestial. Es un momento propicio para contemplar a nuestra Madre María, un verdadero ejemplo de fortaleza y esperanza en nuestro camino hacia la casa del Padre celestial.
El dogma de la Asunción de la Virgen María abre nuestra confianza plena a la providencia divina, que nunca nos abandona. Desde su niñez, la Santísima Virgen nos enseña a transitar el camino de la vida buscando la voluntad de Dios, quien guió sus pasos. En los momentos difíciles, ella dejó que la providencia divina obrara poderosamente en su camino.
María nos enseña a estar cerca de Jesús en todo momento de la vida y nos recuerda la importancia de la comunión con Dios en la fe. Su profunda cercanía con su Hijo Jesús fue tal, que después de su vida terrenal, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, donde comparte la misma gloria de la resurrección junto a su Hijo y todos los santos.
La figura de María, es un ejemplo de confianza plena en Dios. Desde el momento de la Anunciación, cuando aceptó ser la madre de Jesús, hasta los momentos de sufrimiento y prueba, María mantuvo una fe inquebrantable.
Su Asunción nos recuerda que, al igual que ella, podemos depositar nuestra confianza en un plan mayor, incluso cuando las circunstancias son inciertas o difíciles.
Esta confianza nos impulsa a enfrentar los desafíos de la vida con valentía, sabiendo que no estamos solos.
La Asunción de María también simboliza una esperanza renovada. Al ser llevada al cielo, María se convierte en un signo de esperanza no solo para los creyentes, sino para toda la humanidad.
Nos invita a mirar más allá de las dificultades presentes y a mantener una perspectiva esperanzadora hacia el futuro.
Esta esperanza se traduce en la certeza de que, al igual que María, también nosotros podemos aspirar a la plenitud de vida en comunión con Dios.
La Asunción de María revela el profundo amor de Dios por la humanidad. Su figura simboliza el amor maternal divino. Su vida estuvo marcada por actos de amor hacia su Hijo, Jesús, y hacia los demás.
Este amor maternal sigue presente en nosotros, ya que María se convierte en la intercesora de tantas necesidades de sus hijos, cuidando y acompañando nuestras angustias.
La Asunción de María al cielo nos anima a confiar y esperar en la promesa de la vida eterna. El amor que expresamos y recibimos en nuestra vida cotidiana tiene un eco en la eternidad, como lo demuestra la vida de María.
Además, la Asunción de María nos recuerda el poder transformador del amor en nuestras vidas. En medio de los conflictos y divisiones que enfrenta nuestro mundo, el amor de María nos invita a ser portadores de ese mismo amor, viviendo con compasión, entrega generosa y esperanza.
Solo el amor puede llevarnos a construir un mundo mejor, reflejando la luz y la gracia de Dios en nuestra cotidianidad.
Que María, nuestra Madre, nos haga crecer en la fe y la confianza en Dios. Que mantenga viva en nosotros la esperanza en su promesa, dándonos la fortaleza para enfrentar cualquier adversidad y mantener firme nuestra fe en el camino hacia la eternidad. Que María, la Madre de Dios y Madre de la Iglesia, interceda por nosotros y nos colme de bendiciones.