Por: Myrtha Elena Moreno
Jorgelina comenzó con los insomnios el día en que quedó totalmente sola en la casa. Esa gran casa que había levantado con su esposo a medida que la familia crecía, construida habitación por habitación hasta que quedó con un dormitorio para los dos varones, otro para las dos niñas. Por supuesto, también un amplio, cómodo y bien iluminado el del matrimonio que había sido el primero.
Como tenían muchos parientes en otros pueblos y provincias vecinas que constantemente los visitaban, dispusieron otras dos habitaciones con sus baños correspondientes.
Acompañando a estas construcciones, dotaron a la casa de una gran sala con televisor acorde, equipo de música, sofás de tres cuerpos, algunos individuales y, por las dudas, un futón. Claro que para estas posibilidades de habitantes diarios y posibles huéspedes, la cocina y el comedor estaban acordes con todo el entorno.
Así que Jorgelina, ahora sola de toda soledad, peregrinaba por los ambientes vacíos que quizás se ocuparan de vez en cuando. Los recorría de día rescatando recuerdos que la seguían a la noche, le susurraban, la acariciaban, le provocaban lágrimas, hasta la visitaban los protagonistas de esos recuerdos (los que ya habían partido hacia el mundo de los espíritus) con cuerpos casi transparentes, volátiles, sutilmente aéreos.
En esos instantes insómnicos, en esas horas despiertas, contemplando los seres visitantes mudos, no sentía miedo. ¿Quiénes eran? No reconoció a su esposo. Pero… aquella ¿era su madre? Y la otra ¿su tía tan querida? Ese, sí, ese era su abuelo que la animaba con una sonrisa y la mantenía despierta.
Todos la contemplaban y la rodeaban con rostros alegres pero no hablaban. Ella tenía tantas preguntas que no lograba que le contestaran.
Un día, cansada, agotada por tantas noches sin haber dormido decidió consultar con una médium. Quería saber por qué la rodeaban, qué tenían que decirle. Fue inútil, ella tenía entendido que un espíritu, supuestamente toma el control de la voz de un médium y la utiliza para transmitir un mensaje o que el médium simplemente “escucha” el mensaje y lo transmite.
O también que se producen materializaciones del espíritu o la presencia de una voz, y la actividad telequinética. Nada de eso sucedió con la persona que consultó concluyendo que o era una chanta como le dicen a los falsos y manipuladores o los seres de su casa no querían comunicarse con ella.
Siguió y siguió con las presencias que la mantenían despierta. No sabía qué más hacer, no quería contar a nadie lo que le pasaba porque la tomarían por trastornada o con demencia senil. Cambió su sueño de noche por el día, allí, con el sol entrando por las ventanas, no acudían.
En conversaciones en la peluquería surgió el tema y sin decir que a ella le estaba pasando surgieron varias ideas: una de ellas habló sobre la tabla ouija.
Esa misma tarde consiguió una aunque el comerciante le advirtió que jugar con este elemento equivalía a dar paso a entidades sobrenaturales malignas del más allá, que podrían causar daño a los jugadores.
No le importó esa opinión y se dispuso a intentar conversar con sus seres “del otro lado” siguiendo las instrucciones.
Probó una, dos y muchas más veces pero la única respuesta que obtenía era “Sí” o “No”, nada concreto hasta que se asustó verdaderamente cuando el puntero se dirigía alocadamente a la jota y a la a, o sea representando carcajadas estrepitosas y burlonas. Soltó todo, guardó la tabla en lo más profundo de su placard.
Luego de esta experiencia averiguó que el movimiento del marcador se lograría mediante pequeñas presiones de los dedos del participante. O sea… ¿ella misma se contestaba? ¿Ella misma se reía de sus absurdas ideas? ¿Era verdad que los espíritus convocados podrían adueñarse de su cuerpo como decían en la iglesia?
Creía que se estaba volviendo loca. Con estos pensamientos, algunas noches pudo dormir sin que la perturbaran sus ensoñaciones.
Unos días más tarde se miró al espejo mientras se lavaba los dientes y vio su reflejo de forma distorsionada, con sombras grises constantes que se movían detrás de ella.
Esto bastó para que decidiera consultar a un psiquiatra que le dijo que su insomnio podía deberse a depresión, trastorno de ansiedad, abuso de sustancias o estrés postraumático y que lo que había visto en el espejo quizás fuera por el mal funcionamiento de un calentador de agua, una estufa o algún otro accesorio que impregnaba la casa de monóxido de carbono. Este gas es incoloro, lo que hace que sea prácticamente imposible detectarlo.
Analizó todas las posibilidades, tomó un medicamento que la había recomendado para lo diagnosticado ya que lo del calentador era imposible ya que no tenía ninguno de esos aparatos en su casa.
Pasaron algunas noches de dulces y descansadores sueños. O sus espíritus se habían cansado de hacerle la vida imposible o realmente los remedios del médico estaban dando resultado.
Retomó su vida, dejó de recorrer los espacios vacíos de su casa, se dedicó al jardín, al aquagym, a salir con alguna amiga recuperada… Hasta que un día dejó los medicamentos y “ellos” volvieron.
¿Quién tenía razón? Seguía con las mismas preguntas. ¿Los calmantes lograron ahuyentarlos o ciertamente serían su compañía nocturna toda la vida?.
Decidió esperar a que se cansaran ellos o que poseía una enfermedad que tarde o temprano se descubriría. No importaba, continuaría disfrutando de lo que había recuperado, con alegría y buen humor. Y ni siquiera se le ocurriría vender la casa como le aconsejaban sus hijos.