En un mundo en constante evolución, la lucha por los derechos de las personas con discapacidad representa un reto importante y revelador de nuestra sociedad.
La distinción entre inclusión e integración no es solo semántica, sino que refleja enfoques profundamente diferentes en la manera en que entendemos y abordamos la discapacidad, esta distinción lingüística posee un papel crucial en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
“Integración” e “inclusión” son términos frecuentemente utilizados de manera intercambiable, pero sus significados y aplicación a la temática son radicalmente distintos. La integración implica adaptar la persona con discapacidad al entorno existente, mientras que la inclusión va un paso más allá, buscando transformar el entorno para que todas las personas, independientemente de sus capacidades, puedan participar plenamente.
La integración, en su esencia, significa “hacer parte de un todo”. En el contexto de la discapacidad, ha sido vista históricamente como un avance significativo, permitiendo que personas con discapacidad accedan a espacios y oportunidades antes inaccesibles. Sin embargo, la integración a menudo implica que la persona con discapacidad debe adaptarse al sistema preexistente, un sistema diseñado para aquellos sin discapacidades. Esto puede perpetuar barreras y crear experiencias de exclusión dentro de un marco aparentemente inclusivo.
Por su parte, la inclusión representa un cambio más profundo. Se trata de diseñar y estructurar sistemas, políticas y entornos de manera que todos, sin excepción, puedan participar plenamente desde el inicio. La inclusión no pide a las personas con discapacidad que se adapten; en cambio, desafía a la sociedad a reconsiderar y reestructurar sus normas y prácticas para garantizar la plena participación de todos.
El lenguaje que utilizamos refleja y moldea nuestras percepciones. Hablar de “personas con discapacidad” en lugar de “discapacitados” es un ejemplo de cómo el lenguaje puede reconocer a la persona antes que a su condición. Este cambio lingüístico subraya la dignidad y el valor inherente de cada individuo, independientemente de sus capacidades.
El modelo social de la discapacidad nos invita a reconsiderar la discapacidad no como una característica intrínseca de la persona, sino como una serie de barreras creadas por la sociedad. Las dificultades experimentadas por las personas con discapacidad no surgen exclusivamente de sus condiciones, sino de la interacción con un entorno que no ha sido diseñado pensando en la diversidad humana.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad -Naciones Unidas- establece un marco claro, incluyendo el derecho a la educación, al trabajo, a la vida independiente y a la participación plena y efectiva en la sociedad.
La accesibilidad va más allá de las rampas y los ascensores. Implica la creación de entornos, productos y servicios que sean utilizables por todas las personas, sin necesidad de adaptación.
La verdadera inclusión requiere un compromiso colectivo para revaluar y rediseñar nuestras estructuras sociales, políticas y físicas. Es un llamado a la acción para que todos, independientemente de nuestras posiciones o roles, participemos en la creación de una sociedad donde cada individuo, con sus diversas capacidades, sea valorado y pueda contribuir plenamente.
Abracemos la inclusión en su sentido más profundo, no solo reconociendo la dignidad y el valor de cada persona, sino también construyendo una sociedad más rica, justa y humana. La inclusión no es un destino final, sino un viaje continuo que todos debemos emprender juntos, con respeto, comprensión y un compromiso inquebrantable con la justicia.
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres