Jorge Ruiz, un vecino de La Plata, demandó a un hotel alojamiento cercano por los ruidos molestos del sexo ajeno y ganó la causa. Durante años, Ruiz soportó el ruido constante del lavadero del hotel, el sonido de las relaciones sexuales y la basura arrojada en su patio.
Tras probar el impacto psicológico y físico del insomnio y el estrés ante la Justicia, logró una indemnización de 24.000 dólares y que el hotel moviera su lavadero, reduciendo así los problemas.
Durante una entrevista, aseguró que los sobrinos más chicos no podían visitarlo en su casa. Los nietos de sus amigos más cercanos, tampoco. Esos amigos se reían la primera y hasta la segunda vez que eran testigos de lo que pasaba, pero a la tercera ya les parecía que no era tan gracioso. Alguna mujer con la que salía conoció en detalle su padecimiento, en la intimidad de esa casa que se había convertido en un infierno.
“Muchos me decían que por qué no me mudaba. Que por qué no me iba a vivir a un lugar más tranquilo y dejaba de vivir en este lugar para no sufrir más, pero yo no quería resignarme e irme, tenía el lugar para vivir cómodo. No fue fácil todo el proceso, pero valió la pena”, dijo a Infobae.
“El hotel rodea a nuestros departamentos por un costado y por el otro. La hijita de una vecina más de una vez le dijo a la mamá que estaba segura de que estaban golpeando a una mujer por los gritos que escuchaba”, describe Ruiz al empezar a rememorar aquellos días. Y enseguida anticipa: “Pero esos ruidos no eran los peores”.
El living y la habitación de la casa en la que vivía Jorge tenían, del otro lado de la medianera, el lavadero del hotel alojamiento del que era (demasiado) vecino: “Este tipo de lugares cambian las sábanas cada vez que entra una pareja nueva. Hay turnos que duran dos o tres horas, así que el uso del lavadero es constante. Lavarropas y centrifugadores industriales en una habitación sin ningún tipo de acustización y moviéndose sobre la loza. Eso era absolutamente invivible, no se podía vivir con ese ruido sonando absolutamente todo el día y toda la noche; era un infierno”, explicó.
Hace un tiempo, después de que la Justicia le diera la razón en su conflicto con el Hotel Uno, se mudó pero dentro de la misma propiedad horizontal: “Antes vivía al fondo del pasillo, ahora mi casa da a la calle, pero sigo lindando con el hotel”, describe Jorge, que tiene 65 años y es empleado administrativo.